A estas alturas, toda palabra es un tanto redundante. Con muchos de ustedes es una amistad de años, con otros la profundización de ya dos intensos años de universidad, con otros la alegría de sentir tanto en tan poco tiempo. Yo sólo quiero, a través de esta pequeña misiva, recordales que más allá de cuánto nos podramos ver, más allá de cuánto estemos en este vertiginoso mundo que tanto nos apremia, más allá de lo mucho que pude haberles fallado a un u otro por no haber podido estar ahí siempre... los y las quiero, y mucho, mucho. Sé que a ratos soy medio tonto para mis cosas, que me cuesta rendir en todo ámbito cuando termino siendo una subdivisión de muchos Leos, pero no podía dejar pasar este año -tan nocivo para muchos- sin decirles, aunque sea por este medio, lo importantes que son.
Quizá viví este año el quiebre máximo con mi odio a la Universidad, rollo que quizá no les conté mucho, pero no quería hacer de ello una carga para nadie. Muchos días simplemente me arrancaba, llegaba a la U y me daba hasta miedo entrar, me iba a caminar, a leer, a pensarme en un contexto distinto. En verdad, no sé si quiera en términos académicos seguir en ella, probablemente me arrepienta en un tiempo más, probablemente la crisis venga de nuevo, probablemente necesite esas caminatas matutinas eternas, probablemente ni siquiera esté ahí... pero si hay algo que me mantuvo y que me ancló, más allá de lo muy crítico que puedo ser con las y mis relaciones en la U, fue, en definitiva, tenerlos a ustedes, a quienes quiero, a quienes no desearía dejar de ver constantemente. Mi mayor reflexión fue justamente no cuestionarme tanto, y quedarme con lo más sensato y honesto que era el cariño por la gente. Así, muchas gracias por, directamente o indirectamente, haberme dado la estabilidad para continuar donde hoy estamos, estoy.
Para los más viejos, en aquellos momentos idóneos, en aquellos momentos de letargo, en aquellos momentos de simplemente estar, cuánto los quiero, cuánto los necesito, cuánto no quiero alejarlos nunca de mi lado. Muchísimas gracias por escucharme y hacerme espacio dentro de nuestros distintos contextos, pero con una identidad común al fin y al cabo, identidad que hemos construido y seguiremos construyendo.
En fin, esto me quedó muchísimo más largo de lo que quería, lo lamento. No obstante esto, al diablo las sensaciones de pena, quedémonos con la alegría y la esperanza de lo que viene, esas sonrisas que no pueden faltar, esa espíritu infantil que no puede no estar en nosotros. Somos sólo niños jugando a ser adultos, nunca lo olviden. Y, como tales, no nos queda más que con todo el rubor posible no esperar, sino construir un año que será tremendo para ustedes, para mí, para el mundo, para un nosotros.
Si tuviéramos la capacidad de construir un mundo con plasticina, ¿qué cariz le daríamos? Tendríamos muchísimos colores para abordar diferentes aristas de la vida, quizá para darle fosforescencia, quizá para aumentar los cálidos por sobres los fríos, quizá para hacer uno más allá del verde de la tierra y el azul de los océanos. Lo importante es que podríamos moldearlo con nuestras manos, construir desde lo más ínfimo hasta lo más relevante, adornarlo con cuánto color queramos darle. Y cuán importante son los colores.
En mi caso, primero tomaría el rojo. No puede no estar el rojo. No representaría jamás lucha, no habría nada que ganar, el sólo vivir día a día sería una victoria, existir sería en sí el fin acaecido. Ya no estaría lleno de consignas, sólo representaría la consecución definitiva de tanto por lo cual se habrá luchado; tampoco sería el corazón ni representaría al amor, al elocuente amor. Le cambiaría el color al sol, lo iría entonces rojo, lo haría entonces brillar todas las mañanas, lo dejaría como omnipotente símbolo de fraternidad y riqueza, omnipotente símbolo de la vida mía, de la vida tuya, de la vida nuestra. ¿Qué más nos quedará sino el sol? Si nos queda el sol, nos queda el recuerdo, si nos queda el recuerdo, nos queda historia… y si nos queda historia, nos queda todo aquello mencionado que esta vez no representó el color. Lucha sin corazón no tiene sentido, corazón que no ama no duele, corazón que no sufre no siente, corazón que no siente no tiene nada que cambiar, nada que ganar.
Pasaría entonces al verde. Acá no tendría que significar esperanza, el puño en alto nos bastaría para ello. Lo comprendería como honestidad. Repartiría muchas poleras verdes para impregnarnos de vitalidad, y qué vitalidad tiene sentido cuando no se gesta desde lo más real. Nadie puede ser si no se realmente es. No existe más de un yo, sólo está el sensato, el resto es sólo engaño, engaño hecho conscientemente para no sentirnos tan ínfimos. Y yo no querría engañar a nadie… y tampoco querría que me engañaran a mí. Y cuánto miedo le tenemos a ello. El verde nos haría brutalmente honestos, pero todo nos dolería menos. El verde sería entonces la mejor solución para entendernos: sabríamos no sólo qué esperar, sino que todos esperaríamos de los demás. De cada desilusión nacería de inmediato una nueva esperanza, podaríamos las penas, floreceríamos desde cada eventualidad. No nos cansaríamos de tanto esperar.
Qué venga entonces el azul, qué conlleve entonces el viaje. Qué nos veamos viajando una y otra vez, dentro de burbujas, hacia ínfimos lugares, hacia máximos infinitos. Qué podamos volar con sólo imaginar, qué podamos nadar sólo con respirar. Qué nos permita teletransportarnos de un lugar a otro sólo con pensar a dónde queramos llegar, que no se gesten incidentes que coarten el movimiento, que la totalidad esté en constante ejecución, qué no haya espacio para el cansancio sin consideración. Así, el caminar pasaría a tener más sentido como lugar de encuentro, como lugar de distensión, como lugar para disfrutar. Podríamos caminar juntos, y nada importaría más. Sentiríamos la riqueza del avanzar, oleríamos el tacto, respiraríamos el viento y partiríamos por caminar y hacer nada, juntarnos para hacer nada.
¿Y qué hacemos con el amarillo? Lo dejaría en el corazón de las personas, haría la sangre amarilla radiante, como miel, como dulce. Cada herida tendría un poco más sabor, cada pelea tendría menos amargura. Confundiría la sangre con cabellos, y probablemente todo brillaría un poco más. Ante la necesidad haríamos donaciones de manzanilla, la mezclaríamos con azúcar, quizá hasta un poco de crema, un poco de algodón. Valoraríamos más el girasol, nos daría vida, nos daría continuidad. Hasta eso que todos piensan alguna vez hacer tendría un poco más de dulzor. Hasta los corazones rotos engordarían, y los correspondidos conspicuas sobredosis nos darían.
Con el café ya no dibujaría montañas. Ahora pasarían a ser celestes, mientras la nieve sería de un morado claro, naciendo de ríos de mermelada naranja, de mares frutales. No habría espacio para el negro porque significaría omitir un color, y omitir un color arruinaría el arcoíris, y sin arcoíris no tendría de dónde nacer el color. ¿Te imaginas el mundo sin color? No hay que ir muy lejos: el nuestro tiene poco y nada de él.
Y así llegamos al blanco. ¿No sería el blanco la sumatoria de todos? ¿Y no sería acaso tal sumatoria la intrínseca libertad? Ya no habría que enjaular a los pájaros por envidia a su alada libertad. Cada uno de nosotros sería un pájaro. O quizá un gato. O quizá un león. O quizá sólo lo queramos ser… en un mundo de colores todos podríamos ser. Probablemente no puedas imaginar un nuevo color, pero sí puedes reordenarlos, sí puedes redefinirlos, sí puedes reorientarlos. A veces basta pensar en nuestra realidad para comprender que ella no existe, y no existe porque con sólo imaginarla la podemos volver a crear, la podemos volver a construir, la podemos volver a idealizar.
El problema es que, a estas alturas, sólo podemos colorear.
Siempre me ha costado decir adiós. Quizá el letargo de la lejanía, de la soledad, de la sensación pérdida... en fin, esas mismas palabras que continuamente me ha costado asumir desde diversas aristas de la vida. Creo, dentro de este impulso, que lo mejor en estos momentos es justamente dar punto final, punto final a un no-sé-qué, a una sensación absurda, a quizá haber creído más de lo que la realidad (esa que tanto me gusta ignorar) me limitaba a pensar.
Y es que -parece ser- poder decir adiós efectivamente es crecer. Y hoy quizá sea el adiós al daño sin quererlo hacer, adiós a ese ideal que desde la retórica vacía (sin el entusiasmo característico, sin la efusividad de querer a los demás) no logrará avanzar, adiós a mentirme y pensar que podría avanzar, adiós (y el peor adiós) a esa idea que nunca logró extrapolarse a quien debía escuchar. Miedo, sí, probablemente fue miedo. Pero es, a estas alturas, casi inevitable. ¿Casi? El resguardo de la esperanza, probablemente. O la idea de dar consejos sensatos, pero que desde la propia virtud jamás podría realizar. ¿Importa? De haber importado, otro sería el contexto, otra sería la idea de felicidad.
Me preguntaba qué pasaría si ya no estuviera allí. No, no es de egolatría, creo siempre estar más en el nosotros que en el yo pese a ciertas caídas; no, no es de inseguridad, creo haber superado aunque sea en una base mínima la dualidad entre el creer y el lograr. A veces es bueno parar y dedicarse a pensar, a disfrutar lo pequeño e imperceptible (a riesgo de que suene redundante en mí en tanto lo he dicho y escrito mucho), pues en verdad cobra todo sentido el hacerlo cuando en verdad te encuentras y nos encuentras en ello. El problema es hasta qué punto uno puede abstraerse de la máquina que nos rodea, parar los engranajes, escapar de las correas aboliendo las apariencias y hacer que todo esto que nos parece tan frívolo adquiera aunque sea un tenue color, una pequeña esperanza, una idealizada verdad.
Anoche leí, una vez más rehuyendo de aquello que no quiero hacer, dos notas pasadas, una desde hace más de un año ("La extraña sensación de no pertenecer a este mundo":http://www.facebook.com/note.php?note_id=110119555196) y otra un tanto más reciente ("Lo que las mil teorías no pueden solucionar":http://www.facebook.com/note.php?note_id=388861620196). Siento que resumen, en buena parte, una mezcla de sentimientos y reflexiones. Tristeza al sentir que quizá la primera representa, muy a mi pesar, situaciones que no han cambiado, gestándose nuevamente esas ganas de huir de la facultad. Felicidad, una vez más, al seguir creyendo y creando bajo las convicciones que enarbolan la reflexión que le da sentido a la segunda. No vale la pena entonces repetir lo que expresan, sí cuestionarme hasta qué punto me he engañado, hasta qué punto he querido, hasta qué punto todo sigue siendo plenamente injusto. Desde lo interno, donde tengo mucho que conciliar, a lo externo, donde devolver tanta odiosidad con sonrisas a ratos -sí, a ratos- cansa. Quizá la rutina cambie a esos retóricos días donde prefería la mañana en parques que en esas aulas. Quizá el ímpetu y las energías deban entregarse a otras causas, a otros motivos, a otras banderas. Sigue el mismo conflicto, siguen las mismas líneas que creí estaban, aunque fuese un poco, más claras.
Algunos me preguntaron, tras determinadas situaciones, qué me pasaba. Lo pensé, y no viene de días o semanas, viene ya de un buen tiempo. Buen tiempo donde quizá el cabro chico característico se fue apagando, se fue consumiendo, se fue callando. Tiempo donde perdí confianza, donde perdí mi voz, donde perdí anhelos. Y hoy me siento desnudo pesé a que aprendí que llorar hasta por el más pequeño sufrimiento no está mal, que no sobrevive el más fuerte, sino aquellos sensatos que saben reconocer, que saben perdonar, que saben que la humildad y que el perder no es sinónimo de propia deslealtad. ¿Y qué debo entonces hacer ahora? Honestamente, no me agrada sentirme tan frágil, menos cuando a ratos no tengo dónde caer. Honestamente, quisiera volver a reír de nuevo, a creer como antes, a ser lo que quizá hoy me cuesta encontrar. Honestamente, no sé qué tanto importo, qué tanto valgo, qué tanto puedo o no ser.
En fin, me pregunté, hace unos minutos, qué pasaría si ya no estuviera ahí. Quizá nunca hubo algo ahí, quizá aún no soy capaz de verlo. Quizá el tiempo pase y nadie sienta lo más mínimo, quizá sólo lo sientan quienes se alegren de sentirlo. Quizá sólo hay demasiados quizás, y 'demasiada-poca' claridad. Efectivamente debo haber fallado en muchas cosas, en buena parte es y será mi culpa, pero la frustración de querer hacer maleable tantas otras y a la vez no poder cambiarlas me aterra e inmoviliza más de lo que quisiese. No soy nadie para definir una verdad, pero sí para valorar la que creo correcta, por la que finalmente lucharé, por la que finalmente gastaré éste y otro minuto de mi vida. Pero efectivamente también quisiera dar un paso al costado... también quisiera otro tipo de estabilidad, también quisiera poder abolir todos esos costos que ha implicado llevar la vida que llevo para así poder disfrutar más a quienes quiero, conocer y generar verdaderos lazos, reencontrarme con lo que creía perdido y encontrar lo que aún siento y sufro porque no está (y me parece, en verdad, íncreíble lo sincero que estoy siendo dentro de lo mucho que me falta por decir y que definitivamente no diré, dentro de lo críptico y confuso que pueda sentirse) Todo, claro, con una cuota de cinismo importante, porque el Leo externo, escuchando o leyendo lo mismo, intentaría dar las fuerzas para seguir, para que vieras que no estás solo o sola, para demostrarte que hay otros corazones dispuestos a creer, confiar y soñar, para ofrecerte un poco de mí con plena disposición. Y es que en buena parte poco y nada he aplicado de lo que soy capaz de dar o demostrar, parece que para mí ello deja de tener sentido, encontrándolo, por supuesto, todo en lo ajeno. Por cierto, en verdad me duele no estar ahí en todo momento, en toda instancia, en todo lugar. Ser y a la vez no serlo, que "haya que sacar número", que deba correr para lograr tantas cosas, que aunque termine exhausto al final siempre quede la sensación de un máximo o mínimo vacío. Detesto estar ahí y acá, y al final sólo terminar siendo migajas. Así, a ratos me daña demasiado lo mucho que puedo leer, escuchar o sentir, a ratos quisiera otro contexto, a ratos quisiera otra oportunidad.
Y, ¿qué pasaría entonces si ya no estuviera allí? Todo, probablemente, seguiría igual. Ya pasó una vez, ya me desilusioné al borde de no querer continuar una segunda, ya en una tercera estaba convencido de que no quedaba más camino que sobreponerse y continuar. A la cuarta dudé de si habían otras salidas, en la quinta me mentí, en la sexta volví a creer, en la séptima todo tuvo un nuevo sabor, en la octava reí más que nunca, en la novena nuevamente nada era lo que parecía ser, en la décima me creí nuevamente acostumbrado al padecer. Y hoy, en una nueva instancia, no sé qué tan dispuesto esté a morir y volver, continuamente, a surgir. Parece que hoy hay más vacío, hoy hay más de existencialismo y menos del Leo que creí había aprendido a conocer, hoy hay más de querer ceder que de querer continuar... quizá hoy nadie estará allí, quizá hoy nadie entienda qué dice este impreciso escrito, quizá nadie entienda el porqué de esta falta de coraje, quizá hoy nadie note que en verdad no estoy.
Anoche, en esos retrocesos a mi infancia que disfruto tener, tomé mis legos y armé un mundo ideal. En él el mundo dolía menos. En él todos podían reír sin necesidad de conocer el llanto para poder realmente valorar esos pequeños detalles. En él nadie estaba solo, no había inseguridad, todos podían tomarse las manos sin verguenza, sin temor, sin odiosidad. En él no había envidia ni sufrimiento, sólo cantar, verde, mucho verde y felicidad. Pero tuve, inevitablemente, que desarmarlo para poder guardar cada pieza en su respectivo lugar. Probablemente, en esas tantas veces que lo hice cuando pequeño, muchas de ellas se perdieron y aún no las puedo encontrar, aún no las puedo encontrar.
Quizá, nuevamente quizá, ya nada era lo que antes era. Quizá, definitivamente quizá, otra vida dará sentido a mis dudas, a mis certezas, a mis miedos, a mis fortalezas. Escribir... siempre ayuda escribir.
Piensa, por un momento, que no existe problema alguno. La vida es más euforia de lo que solemos creer. Ahora, vuelve a imaginarte absolutamente pleno o plena, risueño o risueña, sin esas cadenas que nos gusta autoimponernos, que nos gusta creer son efectivamente lo correcto. ¿Ves como tu risa finalmente es la de otros? Piensa en quienes quieres, en quienes amas, en quienes adoras, ¿no valdrá la pena decírselo a cada uno de ellos? No habría que tener miedo a viciar las palabras cuando no se vicia el sentimiento: todo tiene más sentido cuando sabemos y reconocemos querernos. Piensa en qué te gustaría hacer, qué te gustaría sentir, qué siempre has querido cambiar. Nunca es tarde para corregirnos, nunca es tarde para aprender. ¿Será acaso lo que dure lo real, lo que dure lo ideal, lo que dure lo que estamos por inventar? Piensa, finalmente, en qué harías sin siquiera pensar. Cuentas, acá, con un corazón dispuesto a escuchar.
A veces suelo preguntarme si valió la pena. Creo que me mostró el mundo, me reencantó con lo que teníamos, me sensibilizó al punto de no entenderme, de creerme un tanto perdido, de verme ensimismado y no poder modificar mi estado. Sin embargo, no cabe duda alguna que, con defectos y virtudes, me hizo crecer, me hizo creer: me entregó a un mundo despiadado, conocí lo más triste y lo más profundo, lo más adverso y lo más consecuente. Y he hoy aquí, aún pensando en tanta codicia, en tanta mentira, en tanta egolatría disfrazada de promesas de cambio. Pero creo, pese a lo débil que recurrentemente he sido para sobreponerme a cada comentario, que no podría dejar de soñar con querer cambiarlo todo, amarlo todo, colorearlo todo. No podría no disfrutar de quienes comparten, a rubor de piel, cada minuto, cada segundo, cada instante. A veces las fuerzas flaquean, pero el corazón siempre sigue estando ahí.
¿Sabes? Hoy es una excelente ocasión para dejar de omitirnos, para dejar la reticencia, para dejar la apatía. Hoy querré robar tu conciencia, por un momento raptaré el miedo, nos disfrazaremos y de una vez por todas podremos mirarnos sin temor. Hoy, sí, hoy, haré que observes tus suspiros, que me veas con aquellos ojos escarchados, que sientas que sí puede ser. Hoy, hoy, y hoy más que nunca, te diré cuánto te quiero, tanto como nunca nadie antes lo he hecho, tanto como nunca lo oirás de nuevo. Hoy, eternamente hoy, la soledad ya no tendrá más cabida para los dos, la vida la querremos intensa, fluiremos sin un fin más que el sentirnos el uno para el otro. Hoy, precisamente hoy, revolucionaremos el mundo desde la dicha de un cariño sin ambigüedades, de un te quiero sin excusas. Hoy siempre es hoy, y así tenlo muy claro, pues estás en estas palabras.
La vida de Cerati es una más, como cualquier otra. Sin embargo, todos tenemos ciertas personas que nos inspiran más cariño, admiración o sentimiento. Personalmente, sólo cuando leí que se había muerto (simple rumor) me provocó algo de pena: era inevitable -y no sólo por ser mi artista favorito- sino que con él se van recuerdos de infancia, adolescencia y juventud. La esencia de la vida no es efímera, y tal como la tenemos hoy quizá mañana ya no se encuentre para disfrutarla. ¡Qué estas situaciones nos sirvan para entender lo mucho que podemos ser, lo mucho que podemos dar, lo mucho que podemos cambiar nuestra realidad! Sí, su vida vale lo mismo que cualquier otra, como cualquier otra que en estos momentos sufre desolación y pena, hambre y amargura; pero debemos recordar ello no sólo para creernos moral o incluso intelectualmente superiores, sino para revolucionar nuestro mundo día a día , por ellos y por nosotros, tal como él lo ha intentado. De lo contrario, sólo seremos cínicos creyéndonos parte de una jerarquía inexistente. Fuerza Cerati.
Vivimos en un mundo vertiginoso, donde el tiempo es condicionante, donde la vida se da entre dimes y diretes, donde el recibir es regla y dar la excepción. De hecho, quizá en este preciso momento debiésemos estar leyendo, los estudios apremian y es necesario responder en las múltiples facetas que nos hemos auto-impuesto para servir al sistema y darle continuidad a eso que insistimos en llamar vida. Sin embargo, y creo que a más de alguno nos habrá pasado una vez, el alto en el camino suele ser bastante continuo y hasta desesperante. ¿Cómo poder existir -no sé si realmente sea vivir en un sentido idealizado- cuando hay tanto por hacer, tanto por cambiar? Ya parece una eterna regresión, y es por lo mismo que, personalmente, he decidido no volver a caer en la incertidumbre del no saber qué hacer, dónde finalmente construir. Al fin y al cabo paralizarme no conlleva más que desistimiento a cualquier acción, incluso a esas ganas revolucionarias de cambiarlo todo.
Pero suele ser plausible revestir el idealismo de pragmatismo, de lo propio del empirismo sin perder ese anhelo de soñar. Muchos ya lo han intentado, ¡cuántas teorías políticas, sociales, económicas o antropológicas pretenden darnos una explicación a todo! ¿Acaso podrá el estado de naturaleza de Hobbes justificar la jerarquía que oprime, la dialéctica de Hegel explicar la apatía y el desdén, la democracia de Lipset naturalizar el abuso institucionalizado? Podríamos jugar a ser doctos, eruditos, ¡cuán sabios!, y así comenzar a citar tanto autor, tanta palabra, tanta teoría hasta sentirnos satisfechamente vacíos: un entendimiento del todo, pero quedarnos, sinceramente, en nada. Pero no, no viene al caso. Deberíamos dejar de sobre intelectualizarnos, comenzar a sentir desde lo real, desde lo concreto, desde nuestra verdadera realidad humana. ¿Podrá la teoría de la oferta y la demanda ser útil para aquel niño que no tiene amor ni cariño? ¿Podrá la lucha de clases, la burguesía y el proletariado ser útil retóricamente para aquel que vive de su propia hambre en las calles? Cuando nuestros hijos no tengan qué comer por un ambiente desnaturalizado, cuando nuestros hijos no tengan de qué vivir -perdón, existir- en un mundo deshumanizado, cuando nuestros hijos no tengan con quiénes jugar en su entorno sin seres vivos ajenos a nosotros... ¿seguiremos preguntándonos en qué fallamos? ¿Qué teoría tenía razón? ¿Por qué ocupamos nuestro tiempo en trivialidades, odiando al otro por sesgos personalistas, compitiendo por ser el mejor? Yo no quiero mirarlos a la cara y decirles, entre lágrimas, que no pude cambiar nada, que no lo intenté, que me vi inmerso en la apatía, que perdí -sin pensar en ellos- las fuerzas para luchar.
En la ‘política’ universitaria, por ejemplo, la acción suele no ser más que egoísmo para obtener garantías y ganancias partidistas/grupales. Cuando lo veo en un nivel más amplio, entiendo el porqué esa facultad llamada “la más política de todas” suele ser un fiel reflejo de nuestra realidad. No basta con querer, es necesario hacer, y ese hacer no puede sino estar exento de todo aquello que daña. Así, suele existir un dualismo típico que no produce más que desazón y dolor: queremos, pero el poco hacer generalmente no es más que individualidad, revistiendo nuestras pretensiones personales de colores grupales y proyectos conjuntos, dando quizá una que otra palabra que pretenda generar cambios. Nuevamente entonces nos creemos intelectual, jugamos a la política dura cuando no somos más que objeto y cause para unos pocos burócratas y economistas interesados, esos mismos que nos quieren dar la realidad cierta, el modelo iluminado a seguir. ¡Esos mismos que se llenan la boca con la pobreza, qué viven del dolor ajeno, qué perpetran el sistema, qué continúan haciendo que cada día más y más niños vivan en el completo desamparo! ¿Cómo entonces poder creer? ¿Cómo entonces poder realmente construir? Cuesta, pero soy un convencido de que aquí, y en todo plano, aún quedan muchas luchas por dar.
Tenemos de todo, pero tal parece que nos gusta quedarnos en la nada y vivir de la pleitesía para obviar el dolor ajeno. ¿Podremos dormir esta noche pensando en aquel que en estos precisos momentos sufre? No se trata de terrorismo, no se trata de que, a través del miedo y el sentimiento de culpa, seamos capaces, recién capaces, de empatizar con el resto. Nuestra vida merece mucho más que lo vacuo que ya tenemos. ¿Alguna vez has pensado por qué el rico -teniéndolo todo, excesivamente todo- no comparte con el pobre, aquel que no tiene más que su propio cuerpo? Es fácil que aquí provenga el común “el esfuerzo lo logra todo”, aquel retórico sueño americano. Lamentablemente no es así, porque aquel que nace en Inglaterra no tiene las mismas oportunidades que el que lo hace en Arabia, porque aquel que nace en La Pintana no tiene el mismo entorno determinante que el que lo hace en Las Condes. Así habrán millones de ejemplos, pero no obtendremos mayor provecho con enumerar; debemos dar paso a lo vital: ¿qué hacemos? Me tomo la libertad de compartir con ustedes lo que es quizá mi más profunda máxima: nadie, nadie merece sufrir. Es demasiado simple quizá, pero la entiendo como aquel mundo -¡qué sé no será sólo idealismo!- que me gustaría construir. Probablemente no tenga por mí mismo las herramientas, probablemente no sepa cuál es el modelo a seguir, probablemente ningún docto intelectual sepa darme la teoría correcta para tal pretensión, pero bueno… todavía tengo mis manos y mis sueños intactos para construir. Tú también tienes las tuyas, y si no existen esos sueños para compartir, quizá sea el momento de comenzar nuevamente a creer.
A veces la desilusión puede más que nuestras ganas de revolucionarlo todo. Ellos, sí, ellos, quieren que las esperanzas se transformen en hambre, que la lucha se aminore en comparación a lo mucho que podríamos disfrutar con nuestro cuerpo y la materialidad. No se trata de dejar de lado nuestras ajustadas etapas de existencia, sino de darnos cuenta que, más allá de nuestra realidad inmediata, más allá de aquellas elocuentes teorías, más allá de tan amplia palabrería, existe un mundo que no puede seguir esperándonos. Desde nuestras trincheras habremos de llenar los corazones de sueños, el llanto de alegría, las caras de eternas y constantes sonrisas, sonrisas satisfechas de vivir de la mano de un futuro común, de un futuro forjado, de un futuro que nos pertenece. ¡Podremos al fin mirar al desamparado sin vergüenza, sin pena, sin desazón! Le contaremos a nuestros hijos con el rubor de la sonrisa elocuente, de la satisfacción sincera, del corazón hinchado de dicha que luchamos por ellos, que cambiamos nuestro mundo, que forjamos un idealismo por ellos, por nosotros, por todos.
Y así quizá podamos, algún día, pintar con muchas manos un mundo completamente distinto, con la satisfacción del puño en alto, con el gusto de sentir que ahora realmente hemos comenzado a vivir.
Un gran abrazo.
PD: Como siempre, lo escribí sin revisar. Disculpas por cualquier eventualidad. Todo esto se debió a un pequeño video que vi y que refleja, desde una menor edad, mucho de lo que siento y quiero. Pueden ver tal más abajo.
No puedo evitar lo mucho que creo en ti. Ayer, entre suspiros, anécdotas y sonrisas, entre frío, frustración y alegoría, entre muerte, convicción y nacimiento, siempre estuviste ahí. ¿Recuerdas los tiempos en que la vida nos enseñaba a costa de la negación lo que implicaba el aprendizaje? Hubo más derrotas que victorias. ¡Pero cuánto pudimos transformar cada retroceso en un significativo andar! Hoy entiendo que sólo pretendimos cambiar el rumbo, e invertimos el presente para que cada piedra en el camino no tuviese asidero alguno tras un rápido cabalgar, en un intenso avanzar. En definitiva quizá tenían razón, y el mundo tenga más de sal que del endulzante que siempre intentamos dar. ¡Pero bueno, qué más da! ¿Acaso no está la vida hecha de aquellos pequeños momentos? ¿Acaso no nos enseñan a siempre ser fuertes, los mejores, aquellos que deben afrontar cada instancia con el pecho acorazado, con la frente en alto, con la mirada victoriosa y recalcitrante?
No puedo impedir que tropieces. Sí puedo decir que, pese a todo, pese a todos, tu sombra no será nunca tu única compañía. Siempre que golpees aquella puerta abriré, siempre como aquella vez que la fragilidad -revestida del prejuicio propio de la hombría- comprendió que el abrazo vale más que la retórica conformista. ¡Cuán simpática nos era la palabra resistencia! Resistencia al desatino propio de la costumbre, de lo pretérito, de lo viejo, de lo exhausto. ¡Resistencia a la vida misma! Yo no quería guardar mi esperanza para mañana y así poder vivir de la cobardía del no entender el porqué no resistir.
No puedo, no. Finalmente no lo pensó el corazón. Lo guardaste en un rincón, en un baúl, en una coraza que arriesgó el idealismo en una acción. ¡Qué vértigo el entregar nada para perderlo todo! No eran dolores, no eran amores, ¡no eran colores! Difícil sonreír ante el naufragio de quizá quien mejor sabía navegar. Y ni la advertencia ni el abrazo -¿recuerdas cuán importante era el abrazo?- sirvieron esta vez para alertar del cambio y la inconsecuencia. ¡Cuánto nos cuesta comprender que no se vive del habla, de la imitación ni mucho menos de la vacua sensación que reviste el poder, el querer siempre dominar! Querías cambiar el mundo pero olvidaste que lo humano está por sobre lo divino, que para pregonar sobre libertad, igualdad y fraternidad el éxtasis del bien individual no puede significar omnipresencia, no puede significar superioridad. ¿Has sentido la sensación de entregar lo suficiente como para no recibir nada? El tieso frío de la decepción más profunda logra avasallar con todo eso, pues tu decepción personal, tu repulsión del mundo, tu aborrecer la realidad, tu maldita retórica costumbrista y viciada de siempre no se compara ni se comparará con el sufrir no sólo la congoja de entener que no todos lo dan todo, sino también con el lograr sopesar que quienes dicen darlo junto a ti no vacilan en destruir tu propio mundo y el de los demás. No, quizá nunca fue bueno, pero sí era bello, puro, honesto, vivo… ¡y que hoy sea angelical!, ¡y qué sea vivo!, ¡qué sea propio del brillo revolucionario del soñar, sólo del soñar! ¡Cuánto necesitamos soñar!
No puedo obviar preguntarme, ¿y qué hago ahora contigo? El duelo de lo que un día fue y lo que hoy no será dice mucho más de lo que podrían considerar las palabras. Y parece que la única lección es aquella que implica perderse, perderme, perderte. ¡Y cómo diablos hacerlo, si lo único que sé hacer bien es no dejar de creer! ¿Y de sueños vive el hombre? ¡De sueños se merece el hombre! Pero entre el quererte y perdonarte que la locura me convide me parece más real. ¿Qué sentirás cuando ese abrazo ya no esté ahí? Lo sé. Obviarás nuevamente todo, y tal como muy bien engañas, te engañarás nuevamente a ti mismo. ¿Sabrás diferenciar cuando la mentira sobrepase a la realidad? Cuando ya nadie esté ahí -y vuelva la retórica típica antes que el gesto- el vacío absoluto colmará la ansiedad, pero jamás el desatino. ¿Sabrán ellos cambiar tus miedos y fracasos por victorias y alegrías? ¿Sabrán ellos cuidarte ante cada vaso más en tu cuerpo, ante cada idealismo perdido, ante cada sentimiento incomprendido? ¿Sabes qué? Yo guardé uno de esos sentimientos conmigo. Y hoy, aquí, en este preciso momento, se encuentran y claman por aquella estructura imposible de rearmar. Vale resistir, pero no sé si resistirlo. Al fin y al cabo no sé distinguir, nunca supe distinguir. Yo cambiaría -en estos momentos de sinceridad- media vida por revivir todo aquello que fue y hoy más que nunca no será, por retomar toda aquella sonrisa desinteresada e intensa, por continuar cada segundo en aquellos años en que todo este frío me parecía inusual y desprolijo. Yo cambiaría media vida porque retomaras aquella sinceridad y volvieras a vivir, media vida porque esa muerte paulatina no te hubiese desgarrado como te llevó.
No puedo evitar lo mucho que creía en ti. Hoy, entre letargo, desventura y lejanía, entre desesperanza, sombra y desconsuelo, entre muerte, convicción y nacimiento sé que no hay espacio para el odio ni el rencor, mas sí para el fútil desconsuelo de creer siempre en lo que fue y quizá hoy no termine nunca de ser. Hoy -entre la virtud de obviar, el implausible creer y también el crudo realismo- brindaré entonces por todo aquello que fue y que acá dentro, muy dentro del corazón, nunca dejará de ser. Entre el juego también retórico de la negación, del no puedo, del ayer y del hoy, y también del mañana y la esperanza, la tan trillada esperanza. Y es que hoy… sí, nuevamente hoy, hasta tal palabra tiene un sabor distinto. La esperanza suena a ellos y nosotros, a tú y yo, a vida y muerte, a blanco y negro, a soledad y compañía… en fin, suena a todo aquello que por más que nos parezca tan conexo sólo conlleva a aún más, aún más lejanía.
Piensa que cuando me echas de menos
En realidad no me echas de menos,
Sino que te echas de menos a ti misma
conmigo, haciéndote compañía
Porque cuando yo te echo de menos
En realidad me echo de menos a mí mismo a tu lado.
True love, true egoistic love.
Por eso envejecemos.
Madrugada del miércoles y no puedo dormir, estudiar ni leer algo distinto a la ya típica carga académica que día a día está allí, acumulándose en una esquina de la pieza. Hace días que me duele la espalda y las muñecas, siento un malestar físico extraño y un cansancio permanente que no se acaba con el sueño.
De alguna forma u otra percibo un extraño fracaso. No puedo concentrarme en absolutamente nada, llegando al punto de agotarme tan sólo con la presión de lo que debo o puedo hacer. Y es que hay un eterno conflicto que me rodea y no puedo soslayar: ¿qué diablos hago en esa facultad?
Y es que ya parece un mal chiste. Si bien nunca pude situarme en un contexto académico en mi vida secundaria, no deja de ser un eterno trauma. ¿Será lo mío? ¿Seré “feliz” como abogado? ¿Debería ser quizá otro profesional? ¿Historiador, docente, administrador público, cuentista político? ¿Debería quizá no ser profesional, y dedicarme a existir en una vida fuera de las banalidades típicas de la oferta y la demanda mercantil y social? Cuando vas un poco más allá y entiendes ciertas cosas te complicas todo más de la cuenta. Quizá alguien tenga que asumir ese papel, quizá ese alguien no deba ser ni yo ni tú, pero no hay cómo saberlo. Y es en ese entonces cuando caigo en un eterno holismo donde me intento auto convencer (engañar) de lo útil (coactivo) que puede ser el derecho y lo mucho que me puede servir (perjudicar) en medida de mi real interés: un cambio social.
¿Cambio social dije? ¿Y quién soy yo para tener la recta verdad de lo que debería suceder? ¿Cómo determinar si mi concepto social es mejor o peor que otro? Y allí van más discusiones, eternas discusiones. Por lo menos es sumamente “entretenido” (desgastante) debatir (intentar imponer tu visión) sobre tales asuntos, existe un enriquecimiento mutuo, pero muy difícilmente una evolución (convencimiento) De todas formas de alguna manera se avanza, ¿no? Claro está. No hay que rendirse y de cada uno de nosotros depende (¿cuántas veces hemos escuchado y repito ello?) A la vez, si no me gusta la carrera puedo continuar y continuar (y quizá seguir engañándome) hasta sentir (naturalizar) que de verdad Derecho es lo mío. Ya está, problema solucionado, aboguemos por colmar la inexactitud y continuar.
De igual forma, esto no deja de ser un recurrente déjà vu. ¿No habré sentido esto antes? Sí, muchísimas veces. El punto final no fue nada más que el inicio de tres continuos, el inicio de la suspensión para el retorno de una nueva sarta de preguntas. Y aunque todo suene tan poético, no es más que la conciencia nuevamente harta de la sensación de eterno conflicto. ¿Cómo superarlo?
Y así pueden pasar eternamente los momentos y escuchar una y otra vez los mismos argumentos. Ojalá todo fuese tan sencillo como poder decidir un cambio, pero demasiados hechos que atan (y que no tiene sentido explicar por acá) serían desastrosos de desenredar. En definitiva no es la primera vez que vivo lo mismo. Antes lo soporté una y otra vez creyendo en mis mismas convicciones, pero la diferencia es que esta vez he comenzado a dudar de todo, de esas mismas bases. Me falta mucho que tenía antes y ahora no está, y, para peor, esta vez existen diferencias importantes hacia delante: ¿Dónde está el verde colorido de universidad que pretendía encontrar? ¿Dónde está esa riqueza transversal de clases, etnias, pensamientos, sexualidad y vida misma que necesitaba sentir? (Y no sólo ver, no sólo visualizar divisiones grupales inicuas entre la cabellera miel y la del café) ¿Dónde está esa conciencia real que requería sentir e impregnar?
A veces me siento flotando entre retrocesos, solo y sin camino. He dedicado nuevamente mis ganas y mi tiempo a algo ajeno a mi bien personal, y nuevamente comienzo a sentir angustia, nuevamente siento que falta algo. Ya no quiero seguir suspirando, y cuesta, cuesta mucho. Cuando todo es tan ingrato, cuando intentas poder congeniar tu vida con la idea de entregarla por los demás, cuando al final siempre todo tiene negativas y circundas entre los intereses mezquinos de muchos otros, cuando sólo dirían al leer estás palabras que es un llanto inteligente más (¡por qué cresta no pueden entender que sí hay formas distintas de pensar y sentir que no tienen que ver con querer conseguir algo!), te das cuenta que definitivamente algo anda mal. La pregunta es: ¿serás tú, serán ellos… seremos todos?
Y ahora, ¿cómo cambiar? Si tan sólo pudiese ser quien yo mismo necesito ser. ¿Seré (seremos) lo que el resto necesita de nosotros?
A ratos me siento solo y no lo entiendo. Agradezco a la gente que tengo día a día a mi lado y también a aquellas que sé que están siempre allí (de verdad que los quiero mucho a todos, más de lo que se imaginan), pero siento que la misma universidad y sus actividades “anexas” me quitan demasiado. ¿Estudiante? ¿Representante? ¿Amigo? ¿Familia? Aborrezco sentir que no puedo llenar nada al cien por ciento. Y me agobio, necesito de todo, de todos, de un poco de esto, un poco de esto otro, me enredo, me cuesta hablar, me cuesta reír, me pongo idiota y falto de coraje, ¡necesito respirar entre tanto problema!; y van críticas, van comentarios, van estupideces, va la necesidad de tener buenas notas, de tener alguien al lado, de ver a mi madre, de sentir que todo sigue igual, todo sigue igual, todo igual.
Y con tantas expresiones, me niego a leer lo que he escrito. Quizá sea inconsistente, largo, incompleto, inadecuado, ¡qué diablos sé yo! Pero es una mezcla de pinceladas de lo que sentía y siento. De todas formas, si leíste hasta estas palabras te lo agradezco muchísimo, no sabes cuánto. Es casi digno de una alabanza, pues claramente lo que menos deseamos, a estas alturas, es seguir utilizando nuestros ojos en eternas líneas.
Quizá también sientas esa extraña sensación de no pertenecer a este mundo, a este mundo sin color. Bienvenidos al triste arte del eterno engaño, bienvenidos a la inmensa torre de cartas.
Como dices tú que era yo
Hoy quisiera ser mucho mejor
O idéntico a esa versión mía y dibujar
Peces en el sol
Mía y dibujar
Cosas de los dos
Y no estar aquí
Hablando así
* La foto pertenece a un taller social de clases que realizamos el año 2008 con queridos amigos. "Todos juntos podemos alcanzar nuestros sueños" dice el cártel central dentro de un mural que realizamos al término del primer semestre. Todos juntos...
Sebastián Piñera ha anunciado dentro de sus primeras diez medidas de gobierno la creación de 50 liceos mixtos de excelencia -según sus palabras, como el Instituto Nacional- a lo largo de las principales ciudades del país. Plantear tal iniciativa como una herramienta para la solución de las problemáticas de nuestra educación pública es obviar los problemas de trasfondo: diferencias abismantes de inversión entre los diversos modelos económicos, libertad de enseñanza entendida como libertad de mercado y despreocupación estatal al entender por equidad sólo la búsqueda de acceso en desmedro de la calidad e igualdad de resultados, entre otras.
Así, la creación de más colegios que repliquen el modelo del Instituto Nacional sólo implicaría seleccionar a los mejores estudiantes de diversas comunas y concentrarlos para una competencia que implique un supuesto progreso, conllevando, nuevamente, que sólo unos pocos puedan superar la mediocridad del sistema público. La solución debe pasar, entonces, por la desmunicipalización de la educación, otorgándole nuevamente al Estado un rol benefactor que implique, de forma descentralizada e inteligente, una mayor preocupación y eficacia en lo concerniente a educación, en lo concerniente al futuro de millones de chilenos.
La educación como herramienta para el progreso social, cultural y personal no puede ser entendida como un servicio ni un privilegio: es, efectivamente, un derecho para todos y cada uno de nosotros.
Podemos entender el inductivismo (o método lógico-inductivo) como un método científico que pretende obtener conclusiones generales a partir de premisas particulares. Esto se basa en dos convicciones neurálgicas: primero, que existen hechos positivos, es decir, “puestos” (un hecho existente independiente del observador); segundo, que no se debe teorizar, sólo debemos guiarnos a partir de los hechos positivos (desconfiar de todo aquello que implique la subjetividad del observador: prejuicios, limitantes culturales, sesgos ideológicos, etcétera) De esta manera podemos entender que si, por ejemplo, un perro por medio de la comprobación empírica -esto es, a través de los sentidos y lo observable- no se transforma en gato (a pesar de las reiteradas veces que podamos evidenciarlo), la conclusión será que el perro no se transforma en gato. Así, si un caso X no se convierte en Y una vez, dos veces, tres veces, n-veces, podemos concluir, entonces, que X no cambia a Y.
Inducción Directa:
Comprendemos la inducción directa como a pretensión general de la inducción en que, a través del razonamiento inductivo (de premisas particulares y básicas a una determinación general), se pueden obtener conclusiones universales y necesarias. Universales en el sentido tal que abarcan un espacio temporal extenso[1] con conclusiones válidas para un pasado, presente y futuro. Necesarias pues, según Bacon, “no pueden ser de otra manera” Ambos términos están íntimamente relacionados entre sí: la conclusión es necesaria pues se considera universal. Si tras observar una gran cantidad de perros, estos no se convierten en gatos, podemos decir, entonces, que los perros no se convierten en gatos y que en ningún caso podrían hacerlo.
El gran crítico de esta idea es el filósofo escocés David Hume en “Tratado de la Naturaleza Humana” Sus concepciones se basan básicamente en dos puntos:
Primero, su detracción se puede considerar al entender que las series inductivas son incompletas. Podremos haber visto uno, cinco, diez, cien, miles de perros no haberse convertido en gatos, mas de tal cantidad a haber comprobado empíricamente que todoslos perros no se transforman en esos felinos existe una diferencia abismante. ¿Podemos decir, entonces, que los perros no pueden convertirse en gatos? Claro que no, precisamente pues no podremos concebir en su totalidad a través del empirismo que ningún perro se haya o se pueda convertir en gato. Sin embargo, anteriormente dijimos que la conclusión de la inducción directa es universal y necesaria, siendo esto último clarísimo al momento de considerar que no puede ser “de otra manera” Pues bien, al no existir el patrón general y amplio de todos los casos, no podemos, distinguir que una conclusión elaborada a partir de inducción directa sea necesaria. El carácter incompleto de la continuación de perros a observar para poder comprobar si efectivamente no se convierten en gatos (y de paso entender que por más que se pudiese hacer ello, tendríamos que observarlos eternamente para descartar que en un futuro no pudiesen generar el cambio en cuestión, como también considerar que no hemos observado todos los hechos del pasado) nos permite afirmar, además, que la conclusión no posee un carácter universal, por ende, nuevamente, necesaria.
La necesidad de una conclusión inductiva tiene muchísimo que ver con la certeza y confianza de determinadas cosas o acciones. Efectivamente, no tendrá la certeza de que los perros no se pueden transformar en gatos, pero sí la confianza subjetiva de que generalmente no lo hacen. Por ende, vivimos en un mundo basado en la confianza de los hechos, no de su certeza.
Como segunda gran crítica, debemos considerar el holismo presente en la inducción, pues nuestra confianza en ella está fundada inductivamente. Observo reiteradamente que los perros no se transforman en gatos, por más que miro las vacas no vuelan, continuamente mi computador no me habla: todas esas inducciones resultan, por ende, la inducción como modelo resulta. Acá se establece entonces el círculo errático: si cada inducción no es universal ni necesaria, la inducción hecha sobre el conjunto de inducciones tampoco lo es.
Nuevamente lo que tenemos es confianza, no certeza, lo que a su vez conlleva un gran inconveniente: la confianza es de tinte subjetivo, pues se basa en la concepción del observador. Así, ¿existen parámetros para definir en qué se debería confiar y en qué no? Quizá en términos de cantidad de hechos “comprobables” no podamos establecer ningún consenso acerca de cuándo podemos o no confiar en una determinada conclusión. La lógica nos dice que mientras más demostraciones empíricas sostengamos, más confianza deberíamos tener en la conclusión de la respectiva inducción, mas ello depende en gran medida de qué queremos comprobar y la valoración que cada uno de nosotros pueda darle al hecho en cuestión.
Inducción Progresiva:
¿Es posible obtener confianza objetiva? Ésta entendida no como certeza, sino como una base que sea proclive a nuestro actuar con seguridad. Es en base a esta pregunta cuando surge la idea de John Stuart Mill en “Sistema de Lógica Inductiva” acerca del concepto de Inducción Progresiva. Acá se propone que las premisas base de la inducción no producen conclusiones necesarias, es decir, no son absolutas: éstas no conducen necesariamente a la verdad. Sin embargo –he aquí el punto de disyunción interesante- sí nos permitirían “acercarnos a la verdad” Esto produce que nuestra confianza en la inducción, en principio subjetiva, se “acerque a la verdad”, por ende adquiera rasgos de confianza objetiva (la cantidad de premisas es un dato objetivo) pues nos entregaría mayor confianza en nuestro actuar.
El proceso nuevamente conlleva críticas. Podemos definir ellas, nuevamente, en dos esenciales:
Una idea que se transforma en el cimiento de la inducción es aquella que dice relación con “no especular” Se supone que la inducción se basa en hechos positivos, en hechos existentes, en hechos independientes de la subjetividad del observador. Es en base a ello que podemos razonar de tal forma de generar una conclusión universal y necesaria, mas siempre previniendo no interceder con aspectos personales o fuera del ámbito objetivo. Si tras la crítica a la inducción directa lo que tenemos es sólo una cadena de premisas básicas (hecho positivo), ¿qué garantía tenemos de que podemos llegar a una única verdad con ellas? Quizá no exista tal verdad, quizá no sea sólo una. ¿Caemos entonces en la subjetividad o en el “romper la idea de no especular”? Efectivamente, al momento de plantear que con la inducción progresiva nos “acercamos a una verdad”, estamos teniendo como tesis básica que existe una verdad. ¿Nos podemos acercar a través de una mayor cantidad de premisas evaluadas a una verdad que no conocemos? No, sólo especulamos aquello. Y bien, ¿podíamos especular? Nuevamente la respuesta es negativa. A Través de esto estaríamos rompiendo la estructura propia de la inducción.
Al parecer nuestra confianza es objetiva pues podemos incrementarla al momento en que aumentan las premisas que derivan en una misma conclusión. ¿El que ha demostrado 100 veces un hecho X, está más cerca de la verdad que el que lo ha hecho sólo 10? ¿Cuánto les falta a ambos para poder determinar la certeza total a su planteamiento? En rigor, una cantidad infinita de experiencias. ¿Tiene algún sentido, entonces, decir que uno está más cerca de la verdad que otro? Claramente no, pues en términos lógicos la distancia sigue siendo la misma.
Como paréntesis, podemos definir matemáticamente el error que se comete al creer que nos “acercamos a la verdad” en medida que tenemos más premisas que nos arrojan una misma conclusión. Si hemos observado 5.000 perros que no se han convertido en gatos, y tiempo después anotamos 100.000 que tampoco lo han hecho, ¿estamos más cerca de la verdad con esta última anotación? Como se dijo anteriormente, no conocemos el total de perros (suponiendo un presente) ni podremos tener un número concreto para testear algo universal y necesario en medida de su constante reproducción. Tenemos, entonces, dos momentos:
Para comprobar qué momento nos es proclive a tenerle más confianza, podemos usar una equivalencia fraccionaria. Multiplicando numerador por denominador opuesto sabremos qué fracción representa cardinalmente un mayor número, por ende, mayor confianza supuestamente objetiva.
Tras la multiplicación, comprobaremos que para ambos casos el resultado es el mismo. Esto debido a que en un juego de N° de probabilidades / N° de casos, la probabilidad de que una información empírica sea verdadera es siempre cero (la prueba es infinita)
Efectivamente, ninguna fracción representa más que la otra. Tal parece que la confianza que se tiene en las inducciones tiene mucho de subjetivo y poco de lógica o carácter objetivo.
Inducción Probabilística:
En este tipo de inducción ya no consideramos que la serie inductiva apunta simplemente a una dirección: en medida de las premisas que tenemos, podemos derivar diversas conclusiones, pero debemos optar por aquella que presente una probabilidad mayor. Sin embargo, ha de tenerse presente que por muy ínfima que sea una probabilidad, ésta puede desarrollarse. El problema de esta forma de concebir el inductivismo es que mantiene la tendencia a considerar a todos aquellos sucesos que no cumplen con la conclusión final como “errores experimentales”, siendo que existe la probabilidad lógica de que tales errores experimentales puedan ser ejemplos de soluciones también verdaderas pero que son desechadas por ser “menos probables” Así, entonces, no podemos obtener certeza de que una conclusión nos lleve a la verdad porque es más probable que así sea.
Cabe destacar que este tipo de inducción contiene a la de carácter progresiva. Para aquellos que se manifiestan a favor de la inducción probabilística, no hay que considerar la serie inductiva como algo asilado, sino que se debe notar su evolución para poder determinar de forma más efectiva qué conclusión es la correcta. Así, si un hecho X va aumentando con el pasar del tiempo su probabilidad de desarrollo (una progresión), es correcto fundar nuestra confianza en él tras la evaluación comparativa del proceso. Esto implica que, por ser un hecho “más probable”, se acerca más a la verdad; sin embargo ello conlleva el mismo proceso de crítica desarrollado en el punto anterior: no tiene mayor sentido decir que nos acercamos a algo desconocido y que tiene infinitas premisas. Finalmente, entonces, sólo podemos alcanzar por medio de la inducción probabilística confianza subjetiva en que posiblemente los resultados con mayor porcentaje son los más colindantes a la verdad. La inducción fracasó en su misión esencial: pretender que por medio de diversos hechos positivos o empíricos pudiésemos llegar a la verdad, y ahora sólo dependemos de si logramos/deseamos creerle o no a las cadenas inductivas.
Es increíble como continuamente desarrollamos todas nuestras actividades y creencias por medio de la inducción. Si bien tiene un carácter esencial básico, pues nuestra vida se basa en gran parte de experiencias, muchas veces no somos capaces de notar que hemos ido poco a poco naturalizando una serie de acontecimientos que no tienen por qué parecernos tan lógicos o cotidianos. Personalmente, me es asombroso considerar todo lo que anteriormente se ha planteado. De hecho, apenas supe lo anterior, recuerdo haberlo comentando a todos mis cercanos, tanto familiares como amigos. Sin embargo, la respuesta no fue del asombro que yo pensé podía generar. Y es que no se trata de no tener interés en el tema o prácticamente ignorar que ello sea relevante, sino que a través de la construcción que hemos establecido lo más cómodo parece seguir ignorando lo poco que sustenta nuestra confianza en muchos aspectos cotidianos de nuestra vida.
Ante eso, me planteé mucho la situación una y otra vez. Efectivamente siento la comodidad de creer en un mundo establecido, en una lógica continua que parece consumirnos a todos. De hecho, me sigue asombrando que algo que parece tan sencillo de entender no sea de tan amplio conocimiento ni siquiera a nivel básico en las mallas curriculares de nuestra educación. Sin embargo, pretendo tampoco ser iluso: cuestionarse a través de la filosofía aspectos que siempre nos intentan hacer creer certeros como la ciencia, sólo provocaría mayor escepticismo, existencialismo, o, en el mejor de los casos (peor para aquellos que sustentan el actual sistema), un deseo sedicioso para el cuestionamiento y posterior cambio de nuestra realidad.
Y es que no puedo dejar de separar el idealismo de lo práctico. No tiene mayor sentido redundar en todo lo anteriormente expuesto en cuanto a lógica de la crítica a la inducción (y ejemplificar eternamente lo que es y no en realidad nada sustenta que así sea), por ende me permito extrapolarlo (con consideraciones mucho más amplias, no necesariamente siguiendo la idea de premisas reiteras – conclusión universal y necesaria) a algo muchísimo mayor, un modelo o sistema capitalista imperante.
Las bases del actual capitalismo avasallador no siempre están en la inducción, es más, parecen más cercanas al Método Hipotético Deductivo, sobre todo por lo relacionado a las Ciencias Económicas. Sin embargo, a nivel personal nuestra confianza en la inducción muchas veces nos lleva a no cuestionarnos el sistema. He allí el conflicto: el eterno pragmatismo de la experiencia, de lo visto, de lo real, de lo necesario y de lo objetivo nos hace perder esas ganas de cuestionarlo todo y pensar un poco más allá. Así, lo que creemos real y todas aquellas situaciones del día a día que hemos naturalizado nos mantienen sumergidos en una burbuja que se transforma en dominación a cargo de unos pocos.
Entender que continuamente nos hemos engañado sirve para poder reventar aquella apatía. ¿Qué pasaría si todos nos diésemos cuenta de las amplias críticas a la inducción, y viviésemos en conjunto con ellas? Quizá todo sería caos y decepción, puede ser. Sin embargo me permito nuevamente tomarlo desde otro punto de vista: de la destrucción surge el crecimiento, poder decir adiós es crecer. El cuestionarse la lógica holística y continua de la rutina (desde el despertarnos, tomar la micro, ir a la universidad o trabajo, almorzar, seguir estudiando, pagar una cuenta, etcétera… ¡todos actos basados en la confianza que nos otorga la inducción!) nos permitiría ir un poco más allá. Entender que no todo lo inductivo es necesario (¡qué el mismo derecho, si las cosas fuesen distintas, podría no ser necesario!) nos ampliaría la capacidad de soñar, que por más que muchas batallas podamos perder continuamente contra el sistema imperante, la próxima no se sigue de la misma lógica que las anteriores y puede ser completamente distinta; que por más batallas que podamos perder no significa que la conclusión necesaria y universal sea que no hay forma de cambiar la realidad de muchos. La ciencia nos ha “puesto los pies en la tierra”, en una tierra en que hemos construido mucha realidad y poco idealismo. La destrucción de la inducción como modelo de ciencia nos da una esperanza de entender que no todo lo que se propugna como real debe necesariamente serlo, al contrario, hay una infinidad de situaciones y realidades que pueden perfectamente existir, en un presente, en un futuro.
Finalmente, y a modo de ejemplo un tanto lúdico y anecdótico, hacer referencia a un documental que la cadena BBC[3] liberó el año 2008. En él se mostraba cómo a través de una amplia investigación se había descubierto que los pingüinos volaban. La noticia causó impacto en muchos, mientras que los más reacios tanto como los más cercanos a la ciencia buscaron de inmediato síntomas de validez o falsedad en los hechos. Efectivamente el documental tenía una razón de ser: había sido creado para el “Día de los Inocentes” y no era verdadero. Sin embargo, mostraba algo asombroso: los pingüinos podían volar, sólo que nunca nadie antes los había visto hacerlo. A través de la inducción habíamos establecido que aquellos animales no podían volar, mas, como ya hemos de conocer, no podemos recoger toda la experiencia objetiva de todos los casos: acá teníamos la excepción a la regla, acá teníamos la muestra de que no todo aquello en lo que creemos es necesariamente cierto. ¿Y si los pingüinos pudiesen volar?
Ya hemos considerado que la inducción directa no nos permite obtener conclusiones necesarias ni universales, es decir, no nos otorgan certeza. La inducción progresiva y su concepto de “acercamiento a la verdad” no posee mayor consistencia en cuanto a la lógica de “acercarse a lo desconocido”, mientras que la inducción probabilística pierde consistencia en medida que relacionamos con ella también a nivel de cimiento el tipo de inducción anterior. Esto, entonces, nos deja como conclusión que nada puede ser probado empíricamente. En base a todo esto, la comprensión de un fenómeno se reduce a explicación, y ésta, por consiguiente, se comprende como correlación o mera conformidad con una regla general. Frente a todas estas conclusiones, la Filosofía Clásica de la Ciencia plateó otro concepto de ciencia: si antes la premisa esencial era “no especule, refiérase a los hechos positivos” (base de la inducción), ahora es “especule, cree hipótesis, piense en nuevas posibilidades, pero, eso sí, debe probarlas” Esto es lo que conocemos como Método Hipotético Deductivo: a partir de ciertas ideas previas se genera una hipótesis sin importar los elementos subjetivos o objetivos que sean incidentes para su generación, mas lo que sí es relevante es el proceso posterior, probar, a través de consideraciones empíricas, que la teoría en cuestión tiene sustento y validez.
Tenemos, así, diferentes pasos a seguir para poder otorgar consistencia al Método Hipotético Deductivo:
a)Tener Ideas Previas: Para poder desarrollar la hipótesis, es necesario tener una base que sirva como sustento para la creación de ella. A través de estas ideas se pueden postular diversas consideraciones. Cabe destacar que aquí, a diferencia de la lo que propugna idealmente la inducción, no sólo podemos remitirnos a premisas objetivas o experimentalmente comprobables a través de hechos positivos, sino que pueden perfectamente entremezclarse diversas nociones subjetivas, como tampoco es de gran relevancia la capacidad del observador de prácticamente abstraerse de toda virtud que pudiese confundir o tergiversar lo observado. Si bien es preferible distinguir y considerar de la mejor forma posible los hechos, lo importante es que tales ideas previas puedan jugar, como expresa Karl Popper, “un papel benéfico como fuente de ideas posibles”
b)Observar: Ya con ideas previas concebidas, nos proponemos observar. Acá se tiene plena idea de que tales ideas determinan el carácter de lo que podemos dirimir, pero como fue explicado ello no es negativo. Se establece la relación entre el observador y lo observado, recogiendo todo aquello que pueda ser de utilidad para la creación de la hipótesis. Generalmente las ideas previas más lo observado suelen derivar de un problema. Por ejemplo, los astrónomos Adams y Le Verrier descubrieron en el siglo XIX que el planeta Urano no mantenía la órbita alrededor del sol prevista por las leyes de Newton.
c)Creación de la Hipótesis: Las hipótesis son enunciados, no hechos. Con este proceso se crean ideas de cómo funciona determinado fenómeno en la realidad. Lo relevante no es las características de la hipótesis, sino que de ellas se puedan deducir consecuencias con las que se puedan establecer experimentos que muestren si se generan realmente o no. Cabe destacar que de los enunciados se pueden decir que son “verdaderos” o “falsos” por medio de la comprobación empírica, es decir, si los hechos que expresan se dan o no, sin embargo no tiene sentido decir que los hechos son “verdaderos” o “falsos”, pues de ellos sólo se podría decir que “se producen” o “no se producen”. Ejemplificando, y siguiendo la lógica del caso anterior, Adams y Le Terrier pensaron como que lo anterior se explicaría pues existiría otro planeta en una órbita más superficial que con su atracción producía tal anomalía.
d)Contrastación experimental: Por medio de este proceso se establece si un hecho ocurre o no, y a través de ello –como puede ser deducido del paso anterior- podemos definir si las hipótesis (que son enunciados) son verdaderas o falsas. Cabe destacar que lo que se contrasta no son las hipótesis directamente, sino los hechos particulares que debiesen existir o generarse por medio de lo enunciado. Así, se pretende a través de consideraciones particulares obtener resultados para generar juicios acerca de la generalidad que señala la hipótesis. La contrastanción de una hipótesis tiene dos aspectos: por un lado, uno rigurosamente empírico que pretende determinar la ocurrencia o no de los hechos establecidos por los enunciados, y por otro, existe un aspecto estrictamente lógico, donde se crea una relación entre la verdad o falsedad de los enunciados y la verdad o falsedad de la hipótesis. Ejemplificando, el astrónomo Galle utilizó un telescopio que halló efectivamente el planeta supuesto que provocaba el problema con la órbita de Urano (Al que posteriormente denominarían Neptuno), confirmando la hipótesis por medio de la experiencia.
Si el resultado de la hipótesis resultase ser falso por medio de la comprobación, entonces sería necesario nuevamente observar y desarrollar una hipótesis que considere tales errores, de forma de corregir lo que pudiese derivarse de tales complicaciones. Si la conclusión resulta ser verdadera en analogía a los enunciados particulares, debemos contrastar nuevamente. Si todavía es falsa la conclusión, volvemos a observar, si ahora sí es verdadera, regresamos a contrastar. El inconveniente que se genera con este método es que si contrastamos infinitamente para establecer si una hipótesis es verdadera, entonces no podemos instituir que una hipótesis sea verdadera pues tendría el mismo problema que el inductivismo con una cadena finita de inducciones. De la verdad del consecuente (resultado obtenido de la contrastación) no se sigue la verdad del antecedente (hipótesis anteriormente formulada). Por el contrario, con este método sí se podría indicar la falsedad de una hipótesis: basta con que una contrastación dé resultado negativo para establecer que la hipótesis puede ser desechada. Esto es lo que Popper denomina “asimetría lógica entre verificación y falsación”.
El problema que se genera con el Método Hipotético Deductivo es que en muchas ocasiones puede llegarse a un resultado positivo para el mismo fenómeno desde diferentes métodos, lo que sostiene la posibilidad de que se puedan aplicar dos o más teorías a diversos aspectos. Para dar solución a ello se sostiene la idea del Convencionalismo, que nos plantea la forma de llegar a ciertas conclusiones en que cabe favorecer una conclusión en cuanto a su conveniencia a la hora de hacer ciencia, línea argumentativa que no se ahondará en este ensayo.
En conclusión, podemos decir que el Método Hipotético Deductivo es una descripción del método científico. Tradicionalmente, a partir de los avances de Roger Bacón, se consideró que la ciencia partía de la observación de hechos y que de esa observación repetida de fenómenos comparables, se extraían por inducción las leyes generales que gobiernan esos fenómenos. Posteriormente Karl Popper rechaza la posibilidad de elaborar leyes generales a partir de la inducción y sostuvo que en realidad esas leyes generales son hipótesis que formula el científico, y que se utiliza el método inductivo de interpolación para, a partir de esas hipótesis, darles un carácter general para elaborar predicciones de fenómenos individuales. Señalar, además, que es vital en esta concepción del método científico la falsabilidad de las teorías científicas, esto es, la posibilidad de ser refutadas por la experimentación. En el método hipotético deductivo,las teorías científicas no pueden nunca reputarse verdaderas, sino a lo sumo no refutadas. Ahora ahondaremos en estas diferencias.
Entendemos por verificacionismo a la corriente epistemológica que defiende el proceso de verificación. Se lo denomina así a los distintos procesos y actividades que el científico realiza para la justificación de la verdad de sus hipótesis, de tal forma de garantizar la verdad de una teoría. Como generalmente las hipótesis no se pueden contrastar directamente con los hechos por su carácter general, se busca deducir de las hipótesis enunciados menos generales y comprobarlos con los hechos. Si la realidad se comporta tal y como dichos enunciados indican, entonces supone que la hipótesis es verdadera. Como podrá ya haber sido entendido, es básicamente un argumento positivo para determinar la veracidad de una teoría o hipótesis, tal como ha sido planteado anteriormente en la explicación del Método Hipotético Deductivo. Así, mientras más hechos experimentales corroboren la hipótesis, más se refuerza ésta.
Por otro lado, Karl Popper ataca precisamente la idea de verificación argumentando a favor de su teoría de falsificación (todo esto en base a su crítica a la inducción) Recordemos que el problema de la inducción consistía en que no podía ser considerada una prueba concluyente de la verdad de un enunciado general, pues por muchos casos particulares favorables a tal enunciado que poseamos, éstos no pueden llegar a constituir sino una mera corroboración de su verdad, mientras que basta un solo caso contrario al enunciado general para probar de forma lógica que se trataba de un enunciado falso. La conclusión que de ello extrae Popper es que, mientras que no poseemos un procedimiento lógico que nos proporcione plena certeza de la verdad de un enunciado, sí lo poseemos, en cambio, para asegurarnos de su falsedad: basta con encontrar un solo caso contrario a la ley o la teoría en cuestión. El giro radical que Popper propone frente al programa verificacionista es el siguiente: la ciencia no debe perseguir la verificación de leyes y teorías (pues esto es lógicamente imposible) sino, precisamente lo contrario: falsarlas, demostrar que son falsas.
A partir de lo dicho, Popper indica que la racionalidad científica no consiste en verificar enunciados generales (leyes y teorías) pues es imposible, sino falsarlos. De esta manera se establece un criterio de índole negativa, la necesidad de establecer cercanía para definir la verdad de un enunciado sólo si encontramos un caso particular falso para una teoría general planteada, diciendo con ello que tal no es correcta pues falló en su predicción. Si bien no es posible convenir empíricamente una hipótesis, sí es posible demostrar su falsedad comprobando que una de sus consecuencias es falsa en virtud del modus tollens. Finalmente, podemos desarrollar una crítica vital: a partir de enunciados falsos pueden concebirse consecuencias verdaderas. Supongamos como hipótesis “todos los mamíferos son terrestres”, deduciendo de tal teoría que los perros, por ser mamíferos, son terrestres. Efectivamente ello es así, mas no todos los mamíferos son animales terrestres, por ende el enunciado general (hipótesis) de la cual se deriva otra impresión, es falsa. Dicho de otra forma, de la verdad del consiguiente no se sigue la del antecedente. En cambio, basta sólo un caso negativo para demostrar que el antecedente es falso: encontrar un mamífero en el mar, como las ballenas. Entonces, existe una asimetría entre la verificación y la falsificación de las hipótesis. Ello se expresa también en palabras de Chalmers, “una argumentación puede ser una deducción perfectamente lógica aunque conlleve una premisa que sea de hecho falsa”[3]
El último párrafo lo podemos considerar como una forma introductoria para demostrar lo voluble que es cada consideración acerca de lo que podemos o no deducir. Ello conlleva una situación en que, como fue mencionado anteriormente, el cuestionarse debe estar por sobre la complacencia del creer que todo lo que tenemos es efectivo y real. El espíritu sedicioso no sólo es proclive al cambio y la superación, sino también a la integridad en medida que nos permite conocer más y desarrollar mejores facetas. Con ello, me permito también generar ciertos matices que no vayan en desmedro del planteamiento general: a veces es bueno poder avanzar mediante las hipótesis y la necesidad de refutar y comprobarlas.
Si bien las hipótesis no sólo son existentes en ámbitos cuentistas (en otros son igualmente importantes, como en lo social), me referiré netamente a un ejemplo de éstas: lo relacionado con la salud y la medicina. ¿Tendría caso alguno no avanzar en los descubrimientos científicos sólo por saber que jamás se llegará a la verdad absoluta o que no todo lo concluido es cierto y aprobable? En mi parecer, no. De esta manera, si no se consintiesen como auténticas ciertas hipótesis, definitivamente no podríamos ir remozando la discusión epistemológica no sólo en las ciencias, sino también en otras áreas más abstractas. Si bien el proceso deductivo en sí tiene muchas fallas lógicas, incluso fallando en su objetivo original que es establecer conclusiones universales y necesarias, en temas como la medicina vale la pena hacer la excepción y considerarlas, sobre todo cuando a la mayoría de la población parece no importarle (en caso de que sepan las críticas a la inducción, que, lamentablemente a nivel de personas son las menos) de tal forma de ayudar al desarrollo armónico y positivo de sus vidas. Acá, el estado de certeza y fiabilidad en las conclusiones que los métodos de la ciencia crean en los individuos, pensando en la ciencia como un instrumento al servicio del hombre, nos dicen que el Método Hipotético Deductivo puede ser efectivo y ayudarnos bastante. ¿La excepción confirmará la regla?
En relación a los temas abordados anteriormente, ya sabemos que las teorías científicas no se pueden probar (en el entendido de aceptar que sí son correctas, pues en el ejercicio simple de “probar” sí puede hacerse, mas de ello pueden resultar diversas conclusiones) Básicamente pues cada teoría implica una hipótesis, hipótesis derivadas de aspectos o ideas básicas y la observación, pero que tienen necesidad de ser contrastadas con hechos que impliquen darle sustento. Ya sea a través de aspectos verificacionistas o falsacionistas, no tenemos forma de dar por cierta completamente una teoría, pues siempre puede existir algún tipo de hecho que conduzca a pensar que hay errores en la concepción de los planteamientos a defender. El eje del Método Hipotético sería entonces la actividad de formular y contrastar hipótesis continuamente. Hay tesis que suelen cumplirse en campos más pequeños, como también algunas que suelen cumplirse a niveles generales y de forma más fiel: éstas suelen llamarse “leyes” La relación entre éstas, los principios y modelos dan origen, cuando se sistematizan, a lo que son las teorías. Todo esto siempre y cuando los ejes hipótesis-contrastación funcionen. Así, pasamos de una “lógica de descubrimiento” (método inductivo) a una de “justificación” (método hipotético deductivo”)
Cuando consideramos relaciones lógicas y nos encontramos que las consecuencias que hemos deducido son verdaderas (las hipótesis son enunciados, no hechos) no podemos, pese a ello, argumentar que la hipótesis es verdadera. ¿Por qué? Pues bien, también lo hemos mencionado con anterioridad: ninguna cantidad finita de promesas puede probar una hipótesis, además de establecer que de la verdad del consecuente no se sigue la verdad del antecedente: por ende, nada puede ser probado empíricamente con certeza.
Como manera de darle solución a éstos asuntos se establece la idea del Convencionalismo. Así, para determinar qué hipótesis es correcta dentro de muchas que puedan generarse a través del respaldo empírico, debemos escoger la más útil. Lamentablemente para tal postulado, resulta que la ciencia es un campo incierto. Los criterios con que se aceptan los conocimientos son criterios de confianza, no de certeza. Además, tales criterios son formulados por la comunidad científica, es decir, no tienen como criterios un contenido objetivo. Pero ojo, lo que estamos haciendo es determinar qué hipótesis no es más útil o correcta, en ningún sentido si es verdadera. ¿Abandona entonces el Convencionalismo la posibilidad de encontrar una verdad absoluta? Así lo parece. Cuando pueden existir muchas teorías que pudiesen ser correctas debido a su comprobación empírica en un número finito de casos, tenemos que escoger por la “más adecuada”, mas ello desecha, entonces, la posibilidad de escoger “la verdadera” Se asume que ello no se puede lograr, por lo menos en esta teoría.
La relación de las teorías y su capacidad de ser probadas tienen que ver también con su fiabilidad. “Las teorías no son espejos donde se refleja la realidad tal cual es; más bien son redes abstractas construidas con modelos ideales, símbolos matemáticos y otros elementos que también son creaciones nuestras. ¿Cuáles son las garantías de que esos constructor teóricos se refieren a estructuras y procesos reales”[4] De partida, no existe relación entre la creatividad y la fiabilidad, por tanto el contexto de descubrimiento (cómo surge la hipótesis) no es relevante para el de justificación (cómo se comprueba) El poder explicativo, el poder predictivo, la precisión, la convergencia de pruebas variadas y las teorías que se apoyan mutuamente, como herramientas para juzgar la validez de una hipótesis[5], sólo nos acercan a una idea de lo correcto, induciendo mayor probabilidad de que la teoría sea correcta… mas ya sabemos qué pasa en estos casos: no tiene sentido acercarse por medio de pruebas finitas a algo que requiere una infinidad de pruebas, como tampoco dar por absoluto algo más probable, pues hasta el acontecimiento más “irrealizable” puede ocurrir.
Por último, y también para no redundar en algo que ya ha sido expresado en los puntos anteriores, es necesario destacar que desde un punto de vista epistemológico no hay ningún impedimento lógico para especificar las propias teorías de tal manera que se salvan de fallos experimentales. Así, se comprueba un error en la teoría ésta puede ser nuevamente revisada y corregida, existiendo las hipótesis ad hoc. Ello no implica que las teorías sean correctas o puedan llegar, tras una serie de correcciones, a una que no tenga ningún tipo de error y por ende puede ser considerada cierta.
En relación al Derecho, nos referiremos principalmente a la Escuela Positivista.Como su nombre lo indica, tiene un fundamento eminentemente positivo, es decir, se basa en observaciones empíricas, limitando el saber hasta el límite de aquello que puede ser percibido por los sentidos. La creación de leyes que regulan (generan coacción) el continuo vivir de una sociedad se basan esencialmente en la costumbre y lo observable empíricamente: a través de las necesidades, de lo que se puede constatar, de lo que se puede sobrellevar. Ignorando el aspecto subjetivo que se interrelaciona con tal esencia (es imposible del todo sacar el aspecto íntegro del observador para dirimir una opción específica), caemos en un vicio similar al de la inducción: a través de distintos hechos (problemas o necesidades) se regula una determinada conclusión (futura ley) El problema de ello es el mismo que plantea la inducción: el creer que en medida de premisas reiteradas podemos conseguir conclusiones universales y necesarias. ¿Es entonces la ley una medida arbitraria que intenta regular conductas a la fuerza? Personalmente siempre lo he creído así. ¿Se justifica el Derecho como método para ayudar a la ciudadanía en su desarrollo? ‘Probablemente’ diría la gran mayoría, mas nuevamente no lo creo así. Y es que al relacionar los conflictos con la inducción me atormenta aún más las conclusiones que puedan derivarse del planteamiento y ejecución del amplio poder de control de masas que posee el Derecho.
Analicemos el caso de la pena de muerte. En un afán propio del capitalismo, la individualidad entendida como diferencia y especialidad para cada ser humano se ha ido perdiendo cada vez más. La probabilidad y la matemática reemplaza la esencia humana (Aún me parece casi incomprensible que a través de una encuesta a 1000 personas se intente predecir el comportamiento de diez millones), caracterizándonos en grupos continuamente. Si un partido político (UDI) desea establecer la pena de muerte, podría sembrar el terror con diversas medidas. Ya ha pasado que tras casos sensibles y un control mediático potente, la ciudadanía puede sentirse susceptible a aceptar tal medida. Así, si sucediese un caso escandaloso una y otra vez, podría existir la necesidad de que se aplicara la pena de muerte. Supongamos que ello efectivamente ocurre y tras disposiciones típicas del poder político de nuestro país, se apruebe (pese a los tratados vigentes) nuevamente la pena de muerte. Quizá en el período de un año bajase la delincuencia, dos, tres, cuatro… tenemos premisas reiteradas y empíricas: “año tras año ha bajado la delincuencia”. Ello implicaría, entonces, una conclusión necesaria y universal: “la pena de muerte es efectiva contra la delincuencia” Gran error. Sabemos que para que ello sea cierto deberíamos comprobar cada caso, y no ver unos pocos o sólo estadística. A la vez, tal predicción ignora otros argumentos esenciales para considerar cómo actúa el ser humano: calidad de vida, determinismo por el entorno, nivel de educación, constitución familiar y afectiva, etcétera. ¿Y si fueron esos los factores que influyeron, como debiese ser, en la disminución de la delincuencia? Así, el proceso de costumbre que derivó en la aprobación de la Pena de Muerte no fue el correcto, la inducción no fue la adecuada en ninguno de sus términos: probabilidad, progresismo y de forma directa.
Para terminar, aboquémonos a una fuente del derecho que no es vinculante en nuestro país: la jurisprudencia. Brevemente, consideremos: ¿Lo sucedido en un caso X (1, 2, 3, 4, 5) reiterativamente, implica que tenga que ser de igual forma para uno X6? No, pues ése X6 es un caso completamente distinto y podría ser una excepción a la regla. De hecho, en sí es un caso particular, que no se puede comparar necesariamente a otro. La necesidad de la jurisprudencia derivada de la inducción es un peligro eminente en la forma de concebir y desarrollar el derecho.
La idea de probar aspectos científicos en base a sus teorías y consideraciones tiene que ver, a mí entender, con un error vital: unificar el comportamiento de la naturaleza de tal manera de entender que es semejante para diversas circunstancias. Pretender prever cómo se comporta un ente general y lleno de vida que no somos capaces de entender, conlleva un sentimiento de superioridad y egolatría que se enmarca dentro de un cuadro del increíble interés por dominarlo todo. En nuestro planeta hay miles de lugares en los que el hombre aún no ha penetrado: la Selva Amazónica y las profundidades más absolutas del mar, por decir algunas, conllevan en sí mismas muchos misterios que podrían derribar fácilmente lo conocido o las teorías aplicadas generalmente a aspectos naturales.
Por lo demás, a veces sólo basta mirar nuestra historia y lo que actualmente tenemos: ¿cuántas teorías dadas por fidedignas e infalibles han sido destruidas por nuevas ideas? Aún así, e incansablemente, creemos tener la razón y volvemos nuevamente a considerar cierto algo que quizá en pocos años tengamos que nuevamente dar por errado. Puede perfectamente ser posible que gran parte de nuestras teorías actuales que dan sustento a nuestro diario vivir, sean refutadas con el pasar del tiempo. Ello implicaría un cambio revolucionario en la manera de vivir y pensar, por ende también nos dice mucho acerca de cómo nos basamos en consideraciones que no son fidedignas, creyéndolas ciertas. Y es que, ¡cuán complicado sería vivir constantemente con inseguridad de absolutamente todo! Sin embargo, no se trata de eso. Se trata de entender que el cuestionamiento debe llevar consigo un avance al modelo estructural, que nunca podremos entender y dominarlo todo, pero sí guiar una vida lo más correcta posible. Ante eso, vale preguntarse qué tan certero es nuestro Derecho en medida que se gesta de una forma inductiva en muchas ocasiones. ¿Vale la pena, entonces, mantenerlo? La crítica a la inducción y la deducción puede sobrellevar evolución a nuestro actual sistema, resolviendo los problemas que se gestan desde la raíz.
[1] Según la lógica de Frege y Russell, “para todo” [2]El video se puede ver a través de la dirección http://www.youtube.com/watch?v=IYVBaTD0zqw
[3] CHALMERS, Alan: Una Valoración de la Naturaleza y el Estatuto de la Ciencia y sus Métodos, España Editores, Barcelona, 1994, p.5.
[4]AGAZZI Evandro, ARTIGAS Mariano y RADNITZKY Gerard: La fiabilidad de la Ciencia, Revista Investigación y Ciencia, 1986, p. 1.
[5]AGAZZI Evandro, ARTIGAS Mariano y RADNITZKY Gerard: La fiabilidad de la Ciencia, Revista Investigación y Ciencia, 1986, pp. 3-4.