4 jun 2011

A mis compañeros y compañeras de generación y facultad.



Me complica poder estudiar con tantas cosas en la cabeza: no avanzo, le doy miles de vueltas a la lectura y termino leyendo la misma hoja innumerables ocasiones. Situación que me ocurre reiteradamente, sobre todo después de haber leído muchos comentarios en la tarde por este medio. Lo intenté, de verdad. Luego, me fui a dormir un rato, buscando poder despertar más despejado y concentrarme, pero no, tampoco me resultó. Concluí que debía, entonces, expresar tantas cosas que me daban vuelta, a pesar de que querría tener que usar este medio para ello, pues entiendo -pese a todas las ventajas y utilidades que nos da facebook- que no es la instancia más idónea; pero bueno, por esta vez será, por esta vez tendremos que hacerlo.


Me permito entonces ordenar mi cabeza y sacar aquellas cosas que hoy giran por ella:


I. La votación y sus consecuencias.


El lunes votaremos paralizar las actividades de nuestra Escuela por tres días, miércoles, jueves y viernes de la próxima semana. El lunes subsiguiente reevaluaríamos, por medio de otra votación, esta situación, todo acorde a las circunstancias coyunturales y la evaluación de las actividades realizadas en la semana correspondiente. No hablamos, así, de un paro indefinido.


Corresponde, entonces, hacerse cargo de las aprehensiones. Al momento de votar, lo estamos haciendo por paralizar clases, no por si queremos salir o no en enero. Entiendo y comparto perfectamente los temores, todos queremos descansar, sobre todo en atención preocupación a nuestros compañeros/as de regiones (y la justa situación de que puedan efectivamente estar con sus familias), mas tenemos que adecuarnos a la realidad: de ganar el paro por tres días se sumaría a los otros tres en que se realizó la misma situación, lo que conllevaría en comienzo una semana de atraso, muy similar al año pasado, terminando las evaluaciones la tercera semana de diciembre. No es comparable de ninguna forma al 2009, donde terminamos las evaluaciones la primera semana de enero, pero donde la Escuela no tuvo por seis semanas clases. Hablar de ello no es más que infundir temor, sin hacernos cargo del fondo de la situación.


De la misma forma, la idea de votar un lunes y comenzar las actividades el miércoles es justamente dejar el martes para conversar con las autoridades la recalendarización, autoridades que han dado su apoyo formal a las movilizaciones del estudiantado. Así, con el paro, podrían realizarse una serie de actividades coordinadas, sobre todo en atención a la necesidad de exteriorizar hacia la sociedad en general nuestras demandas. También tendremos espacio para plantear posturas entre todos, discutir, llegar a consensos, mirarnos las caras: todo lo que quizá hoy no estamos haciendo. La autocrítica es latente, en algo hemos fallado, y como representante me toca asumirlas -con justa razón- aún más. Pero tenemos las instancias, las ganas y el esfuerzo para enmendarlo, y ello será entre todos, siempre entre todos. No entiendo a nadie que esté en contra como un enemigo, por el contrario, asumo también la culpa de los temores, y, aún más, de la indiferencia. Esto no es un nosotros contra ustedes, de ninguna forma.


Por otro lado, Derecho, al contrario de lo que muchos sostienen, no es una facultad que se movilice constantemente. De hecho, a ojos de la Universidad, somos parte de lo más reaccionario junto con facultades como FEN. Hoy somos una de las pocas Escuelas que no está en paro o movilizándose, y para qué hablar a nivel nacional, donde la escala de tomas y paros (http://www.latercera.com/noticia/educacion/2011/06/657-370609-9-16-universidades-a-lo-largo-del-pais-se-encuentran-en-toma-y-paro-de-actividades.shtml) nos deja, hoy en día, mirando de brazos cruzados. Acá, entonces, una acotación: no se trata de que por el resto lo haga, nosotros lo hagamos. De la misma forma odiaría planteásemos alguna movilización por creernos la vanguardia, no, no se trata de eso. Se trata de entender que cuando nos movilizamos lo hacemos como estudiantes, como sociedad, ni siquiera desde la reinvindicación de nuestros derechos, reinvindicación que nos retrae a derrotadas pasadas (¡basta de luchar desde la resistencia, el país es nuestro, el futuro es nuestro!), sino de dar cara por lo que nos corresponde, desde todos y con todos. Así, movilizarnos implica darnos la mano con nuestros compañeros y compañeras, entender el peso de su consecuencias y la alegría de nuestras victorias como un todo, dejando quizá de vernos a nosotros mismos como el único fin, levantar la cabeza y darnos cuenta que hoy estamos frente a lo urgente y lo importante, frente a la imperiosa necesidad de tomarnos las manos y avanzar, seguir, lograr.


II. El porqué nos movilizamos y qué lograremos con ello.


No pretendo hablar del petitorio ni de los datos duros que hoy nos aterrizan hacia el terrible estado de nuestra educación. Todos sabemos en mayor o menor medida que tenemos los aranceles más caros del mundo, que somos uno de los países en que menos inversión estatal existe en educación, que si te endeudas con el CAE por 15 millones terminarás pagando cerca de 28, que el ingreso a educación superior no es la PSU, sino tu situación socioeconómica y el ambiente en el cual te desarrollaste. Así, pretendo girar la discusión hacia una adecuación social, hacia lo que hoy nos entrega nuestro país y hacia lo que nosotros podemos entregarle a las futuras generaciones: es un sentir, simplemente un sentir.


En fin, nada tiene sentido si no somos sinceros: probablemente este no sea el año, no, probablemente no. Pero ante una probable Mesa de Diálogo ya exteriorizada por el gobierno, donde finalmente se establecerán las bases de la nueva institucionalidad universitaria, no podemos subirnos sin tener ganadas concretas. No, y es que cometer el mismo error del 2006 -donde tras semanas de movilización terminamos sin poder siquiera incidir- sería guiarnos hacia una verdadera desilusión, hacia una generalizada apatía, hacia brazos cansados que ya no querrán más, que ya no querrán creer más. De ahí que sumar fuerzas entre estudiantes, sin distinción, sea completamente necesario.


Por otro lado, entiendo que la defensa de la movilización planteada parezca tremendamente impopular -siendo igual de sincero- sobre todo en nuestra generación, sobre todo en las actuales circunstancias, sobre todo cuando caemos al punto de tener una discusión por medio de quien tiene más clicks a “me gusta”, en una competencia por el sí o por el no, en una competencia por el paralizar o no las clases. No le temo a las consecuencias políticas pues entiendo que existe una amplia diferencia entre ser políticamente correcto y entre actuar con respeto. Pretendo lo último, no adecuar mi personalidad a lo que quizá sea una mayoría, pues el momento en que funcione desde tal prisma ningún ideal tendrá sentido. Creo que, a estas alturas, ya nos conocemos. Y es que, en reflexión personal, son demasiados años bajo lo mismo, bajo las mismas causas, bajo escuchar la misma retórica, bajo estar en las mismas instancias y asambleas, bajo los mismos errores y bajo la misma constante desilusión, la misma maldita desilusión. Pero no, no me rindo, y les pido por favor que ustedes tampoco se rindan. Quizá ni siquiera seamos nosotros quienes cambiemos el mundo, quienes lo llenemos de colores, quienes seamos efectivamente capaces de cambiar la educación, pero sí seremos quienes lo dieron todo, quienes lucharon no por su futuro sino por el de los demás, quienes se armaron del coraje y la alegría para soñar algo mejor. Y, tarde o temprano, esos sueños tendrán que hacerse realidad, eso sí se los puedo asegurar.


El problema es que lo tenemos de todo, pero tal parece que nos gusta quedarnos en la nada y vivir de la pleitesía para obviar el dolor ajeno. ¿Podremos dormir esta noche pensando en aquel que en estos precisos momentos sufre? Cuando luchamos por la educación, lo hacemos por abolir la desesperanza y el dolor ajeno. Nosotros nos educamos en sistemas de excelencia, y hoy estamos en una situación privilegiada. ¿Pero qué pasa con aquel que guía sus 12 años para despertar, a su salida, y darse cuenta que todo su desarrollo educacional fue sólo por presión social, que su cartón de cuarto medio no le abrirá, hoy, ninguna puerta en su vida? ¿Nos los imaginan frustrados, apartados, con rabia, con impotencia, con ganas de querer ser todo aquello que el sistema les prohibió? Muchos de ellos serán los mismos a los que miraremos con temor, porque los veremos desadaptados, fuera de la regla, fuera de lo que concebimos como sociedad ideal. ¿Cómo le explicamos a la inmensa mayoría, ésa de la cual no formamos parte, que sus vidas girarán en torno a le medianía o la pobreza, porque seremos nosotros -abogados de excelencia- quienes se llevarán la mejor parte de la repartija por haber tenido verdadera educación, mientras que ellos siempre tendrán que estar bajo el servicio y oportunismo ajeno?


No se trata de terrorismo, no se trata de que, a través del miedo y el sentimiento de culpa, seamos capaces, quizá recién capaces, de empatizar con el resto. No apunto a nadie con el dedo pues también aprendí en su momento, también tengo muchísimas falencias, también he cometido innumerables errores. Pero tal como su en momento tuve la oportunidad de romper quizá la burbuja en la que estaba, a veces necesitamos que alguien nos arranque de nuestra enajenación, que alguien nos muestre el mundo tal cual es. Ese alguien no es más que la personificación de lo que hoy nos moviliza, ese alguien no es más que el algo propio de la injusticia, de la rabia, de la desesperación de vernos una y otra vez bajo la misma miseria.


Estimados/as compañeros y compañeras, nuestra vida merece mucho más que lo vacuo que ya tenemos. Por ello, debemos dar paso a lo vital: ¿qué hacemos? Me tomo la libertad de compartir con ustedes lo que es quizá mi más profunda máxima: nadie, nadie merece sufrir. Es demasiado simple quizá, pero la entiendo como aquel mundo -¡qué sé no será sólo idealismo!- que me gustaría construir. Probablemente no tenga por mí mismo las herramientas, probablemente no sepa cuál es el modelo a seguir, probablemente ningún docto intelectual sepa darme la teoría correcta para tal pretensión, pero bueno… todavía tengo mis manos y mis sueños intactos para construir, ¡todavía tenemos nuestra educación para transformarlo todo, para brindar oportunidades, para que nadie más tenga que dar la lucha que hoy estamos dando! Tú también tienes tus manos, y si no existen esos sueños para compartir, quizá sea el momento de comenzar nuevamente a creer.


El paro no cambiará nuestra realidad, en eso tienen razón. Pero al tampoco tampoco es un fin ni una medida de presión en sí, sino que es el espacio para que, juntos, nos esforcemos por generar tales cambios, aquí y ahora, y sí, se los prometo, se los juro, lo escribo, lo digo, lo repito: lo lograremos. A veces la desilusión puede más que nuestras ganas de revolucionarlo todo. Ellos, quienes hoy dirigen las riendas de este país y nos tienen en esta situación de desigualdad y desdicha, quieren que las esperanzas se transformen en apatía, que la lucha se aminore en comparación a lo mucho que podríamos disfrutar con nuestro cuerpo y la materialidad. No se trata de dejar de lado nuestras ajustadas etapas de existencia, sino de darnos cuenta que, más allá de nuestra realidad inmediata, más allá de tan amplia palabrería, más allá de tantas limitaciones que nuestra propia existencia trae aparejada, existe un mundo que no puede seguir esperándonos.


Desde nuestras trincheras habremos de llenar los corazones de sueños -esos que hoy tanto faltan en aquellos por los cuales luchamos-, transformar el llanto de desperanza en plena alegría por el futuro, lograr las caras de eternas y constantes sonrisas, sonrisas satisfechas de vivir de la mano de un futuro común, de un futuro forjado, de un futuro que nos pertenece. ¡Podremos al fin mirar al desamparado sin vergüenza, sin pena, sin desazón! Le contaremos a nuestros hijos con el rubor de la sonrisa elocuente, de la satisfacción sincera, del corazón hinchado de dicha que luchamos por ellos, que cambiamos nuestro mundo, que forjamos un idealismo por ellos, por nosotros, por todos.


"Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable".

Eduardo Galeano.


El más sincero abrazo,

Leo.


PD: Leer cosas de años pasados, y poder hacerlas calzar perfectamente, deberían -a lo menos- bajarme el ánimo. Hoy, no hay espacio para ello: sólo existe para seguir, infinitamente seguir.