19 mar 2011

Lucy in the Sky with Diamonds


Qué puta más puta. Mira cómo se mueve esa mina, ¡pero qué cuerpo tiene!. Sí, bésala, pálpala, un poco más arriba, abajo, un poco más adelante, así, eso, ¡aplausos!. Qué no se vayan las perras, ¡qué se muevan como lo que son! Hace calor, estruendos, pero está bien, en la misma onda, todos encolerizados, calientes, malogrados: sigamos. Pero hueón, mira esas piernas, ¡muévete puta, mueve esas piernas! Uno tras otro, somos cientos, rugimos como miles, ¡las observamos como millones! Muéstrate para mí, déjame verte, sentirte, saborearte, babearte, humillarte, devorarte con mis ojos salidos como globos al inflarse. Una cosa, una cosa hecha cosa, mi cosa hecha cosa. Puta, me sofoco, empujones, más empujones, desvaríos, necesito ver más, mejor posición, avanzo, golpeo, sigo. Pero qué, ¡qué chucha!, cómo se van hueón, qué se creen, ¡qué continúen la hueá! Más, más gritos, más fuerte, más aplausos, ¡qué vuelvan las putas o dejamos la cagá!, más fuerte, ¡qué vuelvan las putas o dejamos la cagá!, no, no, aún más fuerte, ¡qué vuelvan las putas o dejamos la cagá!, ¡a rugir cabros!: ¡QUÉ VUELVAN LAS PUTAS O DEJAMOS LA CAGÁ!

Pero no, ninguna puta volvió. Y ahí, la hora del cambio en punto: de regreso a volver a sentirme de izquierda, de explicar las opresiones del sistema, de criticar al opus dei, qué terrible el opus dei, cómo minimizan el rol de la mujer, qué imbecilidad compadre, si son sus derechos reproductivos, que aquí la píldora, que allá las igualdades laborales, y claro, ¡el aborto!, ¡todos queremos aborto! Pero cómo, qué pasa, qué clase de sociedad somos; retrasados, en letargo, olvidadizos y antojadizos, sin derechos. ¡Pero cómo!, ¿por qué se mete la Iglesia?, qué penca que los medios transformen a la mujer en sinónimo de objeto sexual, ¡qué lata que no seamos capaces de pensar y dar un paso más allá!. Y sí, claro, por supuesto, qué venga la dignidad de la persona, sus derechos humanos; qué venga la necesidad de respetarnos, todos respetarnos, sí, loco, respetarnos, cabros, sí, respetarnos. Vamos, hora de volver a sonreír al feminismo, de alzar los puños por nuestras justas reivindicaciones, hora de volver a considerarnos iguales, hora de volver a querer cambiar el mundo. Que el color rojo del rostro no sea sólo de calentura, que el color rojo de la cara no sea sólo de vergüenza.

Y así, cuerpos iban y venían, caras que no se borrarán, gritos de bocas donde la consecuencia no existía, la coyuntura tampoco, sólo brasas para ser masa, sólo masa: al diablo la honestidad, sólo eran unas putas más.