5 abr 2006

Humedad (III)



Humedad

Mírame, como estoy por ti muriendo, sólo mírame, cada parte de mi cuerpo es tuyo, siénteme y comprueba que enloqueces, cada poro, cada gota de sudor cuando me tocas… 

Nunca fui muy asiduo a los bailes, pero la ocasión ameritaba que dejase atrás esa sensación e intentase, por alguna vez en mi vida, ser más extrovertido. ¿Para qué ir a una fiesta si no es para pasar un rato agradable, entretenido y de amplia distensión? El ambiente lo favorecía: la música, el alcohol y el sudor propio del éxtasis temporal me dejaban un paso más cercano a mi idea. Claro, de ser por mí no hubiese estado allí, pero a veces es bueno dejarse manipular, sobre todo si eso te da una excusa para dejar de hacer algo que aborreces realizar. En esos instantes veía como todos deleitaban sus residuos cuerpos al movimiento de la música, unos con otros sin importa condición alguna. Parecían disfrutar el momento y yo también quería hacerlo, definitivamente quería hacerlo.
Me acerqué a Richard -compañero de curso y gran amigo- los más que pude, lo más que los pequeños espacios entre cada cuerpo me permitía avanzar. Sin embargo no pudo oírme; era evidente que no lo lograría, el ruido era estridente y no muchos se encontraban capacitados para percibir su entorno: la excitación expresaba mayor persistencia que cualquier sentido. 

De pronto sentí que alguien me acariciaba el cabello. Pensé que debía ser alguien conocido pues a todos les encantaba jugar con mi largo y ondulado pelo, pero definitivamente me equivocaba.
Mátame, con esa mirada loca sólo mátame, que revivo por tu boca sólo súbeme, a la cima de tu cielo a la cumbre de tu cuerpo y al final de mi deseo. 
Rápidamente volteé y encontré a una mejor detrás mirándome estancadamente. No sé qué me sucedió en ese momento, me pareció encontrar en ella algo que desconocía, algo oculto, misterioso. Me intrigaba saber qué significaba ese reflejo tras su fija mirada. Sin decir ni una sola palabra me tomó de la mano y me llevó con sumisa exquisitez al fondo de la abarrotada habitación, y yo, sin lograr comprender el porqué le seguía el juego,  avancé con más expectativa que miedo. Quizás sólo pensaba que podría ser mi única gran oportunidad. Caminamos de manera rápida y erguida, pasando por decenas de cuerpos mojados, cuerpos que negaban el cese de la música. Al poco tiempo creí sentir que habíamos llegado al final, pues el paso se hizo lento y pausado. Nos ubicamos detrás de una estantería y suavemente permitimos que nuestros cuerpos cediesen ante el ritmo del instante: yo sólo podía mirarla a los ojos, esos cándidos ojos, esos desistidos y ahora obscenos ojos.
 

Y no me importa si está bien o está mal, porque tú eres hoy mi tabla en el mar. No vivo sin tus ojos que son fuego, y soy adicto a cada pasa que das. 
Mi corazón parecía palpitar a mil, la veía acercarse cada vez más, sigilosamente, destructivamente, como un león que intenta coger a su presa, como un gato que agota su objeto de diversión, como un águila toma su carnada. Palidecí y creí no poder seguir. Aún así, no quería que ella notase mi debilidad, no creía que dejar todo hasta ahí fuese lo mejor.  Y no, no era sólo por el temor al ridículo o la cobardía, sino que de verdad estaba disfrutando cada respiro, cada idea de beso, cada músculo en conexión.

Nuevamente tomó mis manos, esta vez concentrándose en lo mi rostro.Cerró los ojos y acercó su dulce cuerpo al mío, teniendo que levantar sus gráciles piernas para poder rozar mi boca. Atónito ante la situación, sólo pude seguir sus pasos: amar o callar. El suave contacto entre nuestros labios me alejó de la realidad. Por un momento pensé que la separaría de mis brazos, no estaba preparado y sentía temor de no estar haciendo lo correcto. Ya no quedaba siquiera tiempo para imaginar, todo se basaba en momentos, en suspiros, en caricias. Su sensible ternura me dejó seguir su juego, sumergiéndome en el delicado contacto de nuestras bocas, y así dar rienda a los más infundados deseos: sin pronunciar el más leve sonido, nos fusionamos en sólo humedad.
Profano o sagrado este amor desenfrenado, es delirio y arrebato, enloquece y causa estrago. Profano o sagrado este amor de esclavo y amo, es eterno y complicado, es delito y condenado.  

El tiempo se hizo lento y sus dulces besos me llevaron a una situación de eternidad. Yo sólo seguía sus pasos, ignoraba si lo hacía bien o mal, sólo me entregaba a sus cristales brazos. Nuestros rostros se separaron y sólo pude abrir mis ojos cuando ella soltó mis manos. Sin decir una palabra, se alejó de mi espacio, se alejó de mis dedos que aún pedían más. Atónito, recordé que no sabía su nombre, pero por más que grité la pregunta con el fin de averiguarlo, no hubo respuesta. Sólo logré ver en su espalda una polera color mar que llevaba consigo la palabra ‘lluvia’, propia de su amarga humedad.
- ¡Aquí estás! Te he estado buscando -Era Richard- ¿Qué sucede? ¿por qué estás así?
- Lluvia, sólo lluvia.
- ¿Lluvia, qué sucede con la lluvia?
- Caer en el momento en que menos lo esperas, cubrirte con su templado esplendor, relajarte en cada latido, en cada caída, deleitar agonía, limar la idea del éxtasis temporal, de humedad, de viento, de tiempo.
 

Cada vez que vuelvo veo un mismo final. Afuera el mundo sigue, soy uno más.

24 mar 2006

Distancia (II)


Distancia

- Aló… ¿Luís?
- Hola, soy yo ¿qué sucede?
- Necesito hablar contigo, es urgente, ¿podríamos juntarnos mañana en la plaza sur después del término de las clases?
- No hay problema, pero… ¿qué es tan grave que no me lo puedes decir ahora ni en la sala de clases?
- Por favor, no me presiones, pronto lo sabrás. Nos vemos mañana, adiós.

Tuve que armarme de demasiado valor para decir semejantes palabras, en ese momento me sentía extremadamente solo, triste, distante. Aún yacían rastros de dulce agua en mi cara, mientras mis enrojecidos ojos se negaban a aclarar y dar señas de recuperamiento. Ya no era mi cuerpo el que se lamentaba, sino mi ser interior que buscaba algún tipo de extraña reflexión llorando, nada más que llorando. No soy de los que creen que existen las verdaderas amistades, siempre hay algo que destruye: el engaño, la traición y la mentira proliferan en abundancia cuando eres capaz de abrirte con alguien; cuando tú eres capaz de entregar todo de ti, creyendo que sabrán ampararte, te golpean en lo más bajo con tanta arrogancia y destructora simpleza, que te hace pensar que a veces es bueno guardar el dolor, a pesar de que te mate y obligue a sonreír al mundo mostrando facetas que sabes engañan, mientras sientes que tu alma se descascara y te pudre por dentro. Con él la relación era diferente, lo conocía hace solo meses, y , a pesar de que en un comienzo todo fue difícil por las evidentes diferencias que cada uno se creaba respecto del otro, llena de prejuicios y vanidades, el tiempo supo unirnos y decir lo contrario. Me hizo cambiar la visión del mundo, ahora sí podía creer en los lazos, me había vuelto más sereno, mas no menos inquieto, me había concedido nuevamente el poder reír sin necesidad de burlarme de otros, me había brindado nuevas ganas de vivir y seguir adelante, me había dado algo que había perdido: confianza.
El tiempo avanzó y la tibia noche de otoño me dejaba dormir a sus pies. Todo sucedió muy rápido, creo haber despertado sonriente por el recuerdo de aquella conversación de días atrás, la que ahora me encarnaba en un viviente sueño dispuesto a dar pié a los más infundados deseos. Me bañé y vestí tan rápido que creí perder más tiempo en perfumarme y llenarme de cremas la cara; siempre fui bastante cuidadoso conmigo mismo, era deseoso de sentirme y verme excelente, lo que me conllevaba a un fatal error: mientras estuviese bien a ojos del mundo, podría sentirme de igual manera en mi interior. Aquello me aterraba, ser susceptible al rechazo, ser susceptible al encarcelamiento de la sociedad, sentirme solo, desamparado. No podía vivir así en el mundo, necesitaba permanentemente de alguien a mi lado, que me acompañase, abrasase, tomase mi pelo y me dijese cuanto me quería, un espacio que solo muy pocas personas sabían llenar.

Poco tiempo había pasado cuando ya me veía recorriendo Santiago sobre el metro, aquel malicioso transporte que convierte mis mañanas en junglas llenas de gente que te observan con miradas perdidas, propias del sueño y la insatisfacción. Nuevamente me asustaba, mi imaginación me decía que todos me querían ver, todos me señalaban con el dedo, burlándose, riéndose, nombrando despectivas palabras, groserías y aliteraciones, prejuicios que me destruían y no me dejaban explayarme en paz, todo por ser como creo ser: diferente. De pronto la vi a ella, distante, tan lejos que no podría hablarle, era Javiera, mi mejor amiga y en ese entonces polola de Felipe, culpable de mis sentimientos destructivos, culpable de quererla tanto. Creí estar a punto de ahogarme y caer, por un momento pensé en contarle todo, pero el miedo no me dejó acercarme, me transformaba nada más que un cobarde. La soledad transforma las horas en lentos pesares, el cansancio te consume, cada minuto se convierte en el último, como una navaja que prospera al ritmo de cada segundo, como una cuchilla que se acerca a tu pecho mientras todo instante te convoca a estar más cerca de sangrar. De pronto escuché un irritante sonido, había vuelto en mí mismo, mientras podía percatar como la gente abandonaba sus asientos y salía al exterior: había llegado el fin de mi viaje y ya no la veía, su miel cabellera había desaparecido.

Al interior del colegio todo fue distinto, volví a aparentar como siempre, y nadie parecía creer lo contrario. Aquello me daba una especie de maliciosa alegría, sabía que era un buen actor, pero no me gustaba el contexto por el cual debía serlo. Por primera vez en mi vida sentí que las lentas horas de clases, aquellas donde más me dedicaba a soñar que a estudiar, pasaban rápidas y distantes. Felipe estaba detrás, inquieto, quería saber ya qué era lo que tenía que decirle. Al fin llegaba el momento y la irritante melodía de la gigantesca campana me penetraba los oídos, dejándome helado, estático y sudoroso en mí banco. Todos querían irse, escapar ya de aquel infernal lugar, y como no, si la última hora del día viernes es el momento más codiciado por todo escolar; en cambio yo seguía ahí, muy preocupado. Mi amigo me miraba y comprendí que era el momento de seguir adelante, ya lo había pensado mucho y no podía ver atrás. Caminamos lento, despacio, hablando del colegio, fiestas y el fin de semana, más muchas otras cosas que sosteníamos en común. Al rato ya me veía rodeado de verde pasto, desganados árboles y suaves brisas que surcaban las nubes, derramando pequeñas hojas secas en nuestros oscuros zapatos. Nos encontrábamos solos sin nadie, nadie tan cerca como para oírnos.

Quería que todo siguiera rápido, inflexible al tiempo. No podía seguir así, necesitaba sacar aquello que llevaba dentro y todo me decía que Felipe sabría cómo ayudarme. Ya lo había dicho, no tenía problemas con cuan sincero fuese con él.

- Bien, has estado demasiado extraño hoy. De verdad me estás preocupando, no es normal que estés tan callado e introvertido, quizás tiene relación con lo que me vas a decir y quiero escucharlo.
- Felipe, no he estado bien éstos días… he estado demasiado confundido, no sé si debería decirte esto.
Rápidamente fui capaz de explicarle en breves tiempos todo lo que he escrito, sin mencionar algo que debía confesar. Él pensó que me sentía incomprendido por el mundo, por mi familia, por mis padres, con los cuales, de por cierto, tampoco tengo tanta cercanía, conmigo mismo. Se me pasó por la mente dejar todo allí, al fin y al cabo me había escuchado y comprendido, pero su aprensivo abrazo me produjo valor: no sospechaba cuanto me hacía daño.
- Felipe… creo que me estoy enamorando.
- Jajaja. Pues eso es muy normal y quizás muy bueno. A ver si encontramos a alguien que me ayude, no te hace bien estar así.
- ¡Cuánto más quisiera yo que todo fuese tan sencillo! Pero tú no lo estás entiendo, tengo miedo, tengo temor a que esto me destruya, a que no pueda seguir adelante.
- ¿Pero qué pasa? ¿De quién te has enamorado? ¿Por qué dices que puede llegar a ser tan destructivo?
Yo no quería ser directo. Pensé que podría provocarle daño, alejarlo, desperdiciar la vida en un instante, pero cometí un grave error al seguir con alusivas.
- Veo que no lo entiendes – susurré.
- Sólo dímelo, me estás inquietando, ¿conozco a tal persona?
- Si… la quiero más que a nadie en el mundo, a veces más que a mí mismo.

Él se veía pensativo y trataba de imaginar quién podría ser. Pronto pareció comprender algo y me miró con extraña sinceridad. Me tomó ambas manos, apretándomelas y observándome como tan sólo él lo sabe hacer. Por un momento creí que descargaría su furia sobre mí, golpeándome o diciéndome que todo era imposible. Aquello no me importaba, sólo quería que el mundo supiese mi verdad. Pronto alzó la voz:

- Es Javiera, ¿verdad?
- ¿Javiera?
Creí ser el ser más infeliz del mundo. Nuevamente quería terminar todo ahí, pero el solo mirarlo me dejaba anclado a la tierra.
- A Javiera la quiero demasiado y no quiero hacerle daño. Si supiera lo que te digo se desilusionaría de mí, es allí donde ella también está involucrada, no quiero herirla ni hacerla sentir mal, por eso que te traje aquí.
- No sé qué decirte… estoy confundido, me has tomado por sorpresa, nunca creí que vieras en ella más que una amistad.
- ¡No es ella a quién amo! Comprende, mi cariño es imposible, me destruye, me margina, le provoca rechazo al mundo, siento dolor de amar tanto, es algo que no puede surgir. En poco tiempo sostuve con esa persona lo que con otras personas jamás logré.
- ¿Qué? – Felipe parecía estar tan confundido como yo -
- No me entiendes, nunca debí arriesgarme a esto, será mejor que lo dejemos hasta aquí, no creo poder seguir, no quiero seguir torturándome sin sentido.

La mirada de complejidad de Felipe fue lo último que alcancé a divisar. Rápidamente había tomado mi mochila y puesto en marcha. A través de un espejo retrovisor de un auto a las orillas del camino, pude verlo nuevamente sentado, parecía un poco alejado, distendido, tal parece que había logrado comprender la causa de mi sufrimiento. No intentó seguirme ni me buscó más. Desde aquel día sentí que todo lo que creía se derrumbaba, la fuente de mi sensación de vivencia se había alejado. 

Otra vez tenía una lágrima en la mejilla, mientras las agónicas voces de todo el mundo me llamaban a tomar distancia, condenado nuevamente a estar solo, más que nunca.

18 mar 2006

Estrago ( I )


Estrago

La noche no era favorable, el viento surcaba lanzándose sobre el siseo de los árboles, la lluvia caía y el tiempo continuaba su rutinario proceder. Tras el umbral de la puerta estaba Cristóbal, quien tras una cortesía habitual dejaba ingresar a su compañero de toda la vida en su holgado departamento. Las horas se hacían lentas y el cansancio los consumía, cada minuto era el último, el final, como una navaja que prospera al ritmo de cada segundo, como una cuchilla que se acerca a tu pecho mientras todo instante te convoca a estar más cerca de sangrar. Faltaba poco para la medianoche y el invitado decidió tomar un baño; ellos se conocían todo, hasta el más mínimo secreto. Cada vida se complementaba con la otra en todo aspecto experimentado, de lo que carecía uno, se veía fortificado en abundancia en el otro.
Mientras Seba secaba su cabello desgreñado por la lluvia y el sudor, su amigo salía del cuarto de baño con tan solo una toalla en la cintura. Al poco tiempo se reunían en el salón central, estando ambos ya informalmente vestidos. Conversaban y reían, a la vez que una que otra risotada amenizaba el ambiente sincronizado con pequeñas raciones de alcohol, el cual ya que se hacía presente. De paso lento, y, trencillándose desteñidas palabras, ambos comenzaban a desatar alegría, mezcla de júbilo e incomprensión. Todo procedía amenamente, hasta que el éxtasis del momento y la bebida recorriendo sus venas, llevó a Cris a mencionar tal palabra prohibida: ‘eso’.... 'aquello', que siempre aparecía como la permanente sombra de una vida. Ninguno se atrevió a mencionar una sola palabra. Por un momento todo parecía sumergido en un cruel silencio, sólo opacado por el destemplado sonido de la lluvia abatiendo el tejado. ¿Quién pensaría que aquel instante sellaría el futuro de toda una vida?

'Tic Tac, Tic Tac’ … Un dulce clicleo se oía lejano en la sala. Era un sonido extraño, exacto, directo e increíblemente acongojante. Nuevamente el enmarque del tiempo se hacía presente, esta vez gracias a lo que parecía el anuncio del cambio de hora producido por un distante reloj. Aquella eufonía penetró la mente de Sebastián, quien aún yacía aturdido. Miles de recuerdos, agonía y dolor volvían a su mente, todo era estrago. Con el rostro pálido y desfigurado, entabló remisamente su fija mirada en el acompañante. Contemplaba desconcertado, confundido, anonadado. De un momento a otro, y sin previo aviso, inició una frenética carrera en dirección a las escalinatas, cuando una lágrima se asomaba en su mejilla. El reloj en la pared marcaba las 00:00 horas, Cristóbal todavía estaba confuso y palidecía rápidamente, mientras observaba con estupor lo que estaba sucediendo: sospechaba que algo de suma importancia se le había olvidado. Apenas había reaccionado, ya corría tras el paso de Seba. La puerta estaba abierta y el sonido se presentaba cada vez de forma persistente 'Tic tac, tic tac, tic tac, tic tac'.
 
Sebastián marchaba sin mirar atrás, arrancó todo, volteó preciosas figuras, caía y no dudaba en levantarse. El sonido se hacía cada vez más fuerte, pero de un momento a otro todo calló. La lluvia había cesado, la habitación estaba oscura y éste se encontraba de espaldas a Cris. Ambos temblaban. La noche volvía a marcar presencia, mientras un fuerte zumbido precedido por una prodigiosa luz, reflejó las sombras de cada uno en la oscuridad. Desde el cielo se daba término a la paz, el fin del último momento de calma.

Cris caminaba despacio, con paso firme y decidido. Sigilosamente, se acercó hacia una pequeña estantería y abrió un pequeño baúl, sacando un objeto de larga dimensión, el cual, a la luz de las mieles lunas, parecía ser de un gran peso. Su amigo se encontraba hincado en el suelo, sosteniendo un pequeño reloj en las manos y realizando débiles sollozos de profunda pena, dispuesto a recibir lo que le deparaba el destino. Cristóbal dio un paso hacia delante, otro, uno más, mientras sostenía el objeto con ambas manos, como dispuesto a abatir el estático cuerpo de su compañero, el cual yacía sosegado, esperando tranquila y resignadamente lo que debía suceder. Estaban a un metro de distancia, cuando otro duro destello se pronunció en la habitación. Todo crujía, el nerviosismo aumentaba y la lluvia se hacía más intensa. Cuando sólo un paso los separaba, Cris alzó ambas manos hacía el cielo, puso el objeto en medio de éstas y tras respirar profundamente y prolongadamente, llevó con mucha fuerza sus manos hacia el cuerpo de Seba…

¡Feliz Cumpleaños! Y un decidido abrazo formado por el arco de las manos en el cuello de Sebastián, terminaban por sepultar el mutismo de la habitación. Cris entregaba el envoltorio de un enorme y dorado reloj, que había cesado ya su resonancia. ‘Es lo que siempre deseaste’.