Te
extraño
tanto
que no
logro comprender
si
estás allá, solo,
o
acompañado de mí,
pero
conmigo acá.
Miro
tornado mi cuerpo
yace exhausto
te echa
de menos
tanto,
tanto
como
cuando está cansado
de gastarse
en tus labios,
y que
luego llora
por carecer
de esos besos:
te has
ido, sin mí, lejos,
dejándome
un no-sé-qué-es-este-sentimiento
sólo sé
que no es ni frío ni fuego,
y que
quiero parirlo
para que
esté de nuevo aquí adentro.
Me
levanto cual espadachín en el suelo,
qué
venga el arrebato,
para no
dejarme vencer por tu incierto:
Tengo
ganas de desafiarte,
de
mirarte celoso y decirte que prefería
cuando,
indiferente
nos
negábamos hasta el abrazo;
cuando,
reprimido de cariño,
socorríamos
todas nuestras necesidades;
cuando
el deseo obligaba a esos andares
sobre
los cuales
no nos
arrepentiríamos.
Deseo
ese masoquismo casi religioso
de
alabar a quien nos crea, enseña y castiga,
porque
este delirio
comenzó
como un tatuaje de cruz en mi hombro:
cada
día de ausencia,
es mi
cuerpo con menos trozos;
y yo,
lejano pero nunca ajeno,
entusiasmado
me pregunto
si el
dibujo que grafica nuestra distancia
terminará
en un acorazonado nosotros,
en mi
gesto macilento,
o en tu
llanto de cal y canto espeso;
o
quizás en mis margaritas de por fin me decido
o, tal
vez,
con
otro rostro
que te
recuerde
que
nunca fui bien debido.
Pero
como la tortura correspondida,
tiene
tanto de crónico como de placentero:
puedo, pertinaz
y extraño
volver
a levantar las banderas de un te quiero
porque
miro esos ojos
y
siento correr tus fluidos por mi cuerpo,
porque
recorro con mi sien tu cara,
y siento
aguijones que erizan mis miembros,
porque
cuando estás tan lejos,
sobre
mis piernas te siento,
porque
si la gramática tarda,
inventaremos
una nueva expresión para un te quiero:
te
prometo que el te amo no bastará
y el te
adoro se nos hará pasajero.
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