No puedo evitar lo mucho que creo en ti. Ayer, entre suspiros, anécdotas y sonrisas, entre frío, frustración y alegoría, entre muerte, convicción y nacimiento, siempre estuviste ahí. ¿Recuerdas los tiempos en que la vida nos enseñaba a costa de la negación lo que implicaba el aprendizaje? Hubo más derrotas que victorias. ¡Pero cuánto pudimos transformar cada retroceso en un significativo andar! Hoy entiendo que sólo pretendimos cambiar el rumbo, e invertimos el presente para que cada piedra en el camino no tuviese asidero alguno tras un rápido cabalgar, en un intenso avanzar. En definitiva quizá tenían razón, y el mundo tenga más de sal que del endulzante que siempre intentamos dar. ¡Pero bueno, qué más da! ¿Acaso no está la vida hecha de aquellos pequeños momentos? ¿Acaso no nos enseñan a siempre ser fuertes, los mejores, aquellos que deben afrontar cada instancia con el pecho acorazado, con la frente en alto, con la mirada victoriosa y recalcitrante?
No puedo impedir que tropieces. Sí puedo decir que, pese a todo, pese a todos, tu sombra no será nunca tu única compañía. Siempre que golpees aquella puerta abriré, siempre como aquella vez que la fragilidad -revestida del prejuicio propio de la hombría- comprendió que el abrazo vale más que la retórica conformista. ¡Cuán simpática nos era la palabra resistencia! Resistencia al desatino propio de la costumbre, de lo pretérito, de lo viejo, de lo exhausto. ¡Resistencia a la vida misma! Yo no quería guardar mi esperanza para mañana y así poder vivir de la cobardía del no entender el porqué no resistir.
No puedo, no. Finalmente no lo pensó el corazón. Lo guardaste en un rincón, en un baúl, en una coraza que arriesgó el idealismo en una acción. ¡Qué vértigo el entregar nada para perderlo todo! No eran dolores, no eran amores, ¡no eran colores! Difícil sonreír ante el naufragio de quizá quien mejor sabía navegar. Y ni la advertencia ni el abrazo -¿recuerdas cuán importante era el abrazo?- sirvieron esta vez para alertar del cambio y la inconsecuencia. ¡Cuánto nos cuesta comprender que no se vive del habla, de la imitación ni mucho menos de la vacua sensación que reviste el poder, el querer siempre dominar! Querías cambiar el mundo pero olvidaste que lo humano está por sobre lo divino, que para pregonar sobre libertad, igualdad y fraternidad el éxtasis del bien individual no puede significar omnipresencia, no puede significar superioridad. ¿Has sentido la sensación de entregar lo suficiente como para no recibir nada? El tieso frío de la decepción más profunda logra avasallar con todo eso, pues tu decepción personal, tu repulsión del mundo, tu aborrecer la realidad, tu maldita retórica costumbrista y viciada de siempre no se compara ni se comparará con el sufrir no sólo la congoja de entener que no todos lo dan todo, sino también con el lograr sopesar que quienes dicen darlo junto a ti no vacilan en destruir tu propio mundo y el de los demás. No, quizá nunca fue bueno, pero sí era bello, puro, honesto, vivo… ¡y que hoy sea angelical!, ¡y qué sea vivo!, ¡qué sea propio del brillo revolucionario del soñar, sólo del soñar! ¡Cuánto necesitamos soñar!
No puedo obviar preguntarme, ¿y qué hago ahora contigo? El duelo de lo que un día fue y lo que hoy no será dice mucho más de lo que podrían considerar las palabras. Y parece que la única lección es aquella que implica perderse, perderme, perderte. ¡Y cómo diablos hacerlo, si lo único que sé hacer bien es no dejar de creer! ¿Y de sueños vive el hombre? ¡De sueños se merece el hombre! Pero entre el quererte y perdonarte que la locura me convide me parece más real. ¿Qué sentirás cuando ese abrazo ya no esté ahí? Lo sé. Obviarás nuevamente todo, y tal como muy bien engañas, te engañarás nuevamente a ti mismo. ¿Sabrás diferenciar cuando la mentira sobrepase a la realidad? Cuando ya nadie esté ahí -y vuelva la retórica típica antes que el gesto- el vacío absoluto colmará la ansiedad, pero jamás el desatino. ¿Sabrán ellos cambiar tus miedos y fracasos por victorias y alegrías? ¿Sabrán ellos cuidarte ante cada vaso más en tu cuerpo, ante cada idealismo perdido, ante cada sentimiento incomprendido? ¿Sabes qué? Yo guardé uno de esos sentimientos conmigo. Y hoy, aquí, en este preciso momento, se encuentran y claman por aquella estructura imposible de rearmar. Vale resistir, pero no sé si resistirlo. Al fin y al cabo no sé distinguir, nunca supe distinguir. Yo cambiaría -en estos momentos de sinceridad- media vida por revivir todo aquello que fue y hoy más que nunca no será, por retomar toda aquella sonrisa desinteresada e intensa, por continuar cada segundo en aquellos años en que todo este frío me parecía inusual y desprolijo. Yo cambiaría media vida porque retomaras aquella sinceridad y volvieras a vivir, media vida porque esa muerte paulatina no te hubiese desgarrado como te llevó.
No puedo evitar lo mucho que creía en ti. Hoy, entre letargo, desventura y lejanía, entre desesperanza, sombra y desconsuelo, entre muerte, convicción y nacimiento sé que no hay espacio para el odio ni el rencor, mas sí para el fútil desconsuelo de creer siempre en lo que fue y quizá hoy no termine nunca de ser. Hoy -entre la virtud de obviar, el implausible creer y también el crudo realismo- brindaré entonces por todo aquello que fue y que acá dentro, muy dentro del corazón, nunca dejará de ser. Entre el juego también retórico de la negación, del no puedo, del ayer y del hoy, y también del mañana y la esperanza, la tan trillada esperanza. Y es que hoy… sí, nuevamente hoy, hasta tal palabra tiene un sabor distinto. La esperanza suena a ellos y nosotros, a tú y yo, a vida y muerte, a blanco y negro, a soledad y compañía… en fin, suena a todo aquello que por más que nos parezca tan conexo sólo conlleva a aún más, aún más lejanía.