16 nov 2013

Carta NO Publicada: Ante el triunfo de "RetroCEDamos" y la Editorial de El Mercurio.



Siendo bastante probable que no la publicaran, compartimos con ustedes la carta al director que enviamos con Juan Pablo Ciudad Perez a propósito de la Editorial de El Mercurio del pasado miércoles, en donde se señala, con una serie de desvirtuaciones y mentiras, que el triunfo de "RetroCEDamos" obedece a la derrota del estudiante y su proyecto país.

Señor Director: 

Como integrantes de 2 de las listas al Centro de Estudiantes de Derecho de la Universidad de Chile, el primer firmante de la lista “Avancemos” y el segundo de la lista “Creemos Juntos” quisiéramos referirnos a la Editorial del presente diario del pasado miércoles 12 de Noviembre, en tanto se pronuncia sobre el triunfo de la Lista “Retrocedamos” en nuestra Escuela. En primer lugar, aclarar que la lista que pasó a segunda vuelta junto a los ganadores de dicha elección no era una lista trotskista como lo manifiesta el medio, sino que era una lista de izquierda –tal como las cinco que se presentaron en esta elección- compuesta por dos orgánicas e independientes, donde sólo una de sus integrantes adhiere a dicha corriente de pensamiento dentro de la izquierda. 

Segundo, es absolutamente falso señalar que ha existido “presión de la actual dirigencia universitaria para que los candidatos electos no asuman sus funciones”. Es más, la lista asumió pese a la renuncia de cuatro de sus seis miembros sin ningún inconveniente, y con una declaración de apoyo y respeto por parte del Centro de Estudiantes saliente, como también el reconocimiento de otras fuerzas políticas. 

Tercero, y más importante, los que han erguido interesadamente a esta lista como un triunfo del gremialismo, desconocen que sus integrantes han participado activamente de las movilizaciones que reivindican no sólo una mejor educación, sino también un nuevo proyecto país; por lo tanto este fenómeno no denota de ninguna manera un triunfo del estereotipo “gente normal” frente y en oposición a la izquierda universitaria, por más que gran parte de la derecha inorgánica de nuestra Escuela haya votado por ella. 

Cuarto, que consideramos que de todos modos se torna complejo el escenario para el próximo año, tanto en lo local como en lo nacional, con una lista de las características de la que recientemente asumió, mas ante todas las adversidades y el relato interesado interna o externamente que algunos puedan desarrollar, el estudiantado seguirá allí para responder con organización y unidad, pues es éste, y no un colectivo o lista en particular, el que debe gestar la movilización y las transformaciones que Chile requiere.

Finalmente, pese al “voto castigo” del cual nos hacemos parte y reflexionamos, existe una realidad que no debe soslayarse: entre las 4 listas restantes, todas de izquierda, al igual que la vencedora, se encuentra más del 70% de la votación de nuestra Facultad, votación que año a año crece. Todas esas listas, con todas y cada una de sus diferencias, reivindica sin sátira, sino con trabajo, discusión política y organización colectiva, algo de lo que ha sido testigo nuestra facultad, Universidad y el movimiento estudiantil: los estudiantes no sólo somos un ente de paso que va a recibir un bien transable en el mercado, somos un actor político que entiende que hoy no basta sólo con estudiar, sino que debe y se siente comprometido con los cambios que hoy su país requiere. Cambios a los que, por cierto, muchos parecen temer.
Atentamente, 

Juan Pablo Ciudad P., Militante JJ.CC. 
Leonardo Jofré R., Militante UNE.

16 sept 2013

Victoria.


            8.00am, Metro. Por fin abría los ojos. Allí estaba, en el paraje de siempre, sin los de siempre. Las sonoridades retumbaban en la caja de baldosa, cada paso argüía un quejido diverso: la expresión distinta entre un ir y venir, un aquí y un allá, un subir y bajar; un ritmo frenético, de selva de cemento, de ruidos de suelas y tapices gastados como la de cualquier santiaguino, por definición inquieto. El eco de los tacos de aquellas, de sentencia siempre tan definitiva, las mochilas exuberantes, los bolsos comprimidos, los cuadernos y las tareas expectantes: todo listo y dispuesto.

            Llegaba el momento. Ya no había cómo mirar atrás: ahora, cada desconocido, querría ser un ganador más. Lo sentía. Podía observar, en sus gestos displicentes, la negativa al retraso de una vida más. Coraje, -me decía- llegaba una nueva jornada de valentía, un reto por superar.

            Y así, en el momento indicado, se asomaba el dueño de casa descendiendo su velocidad, anunciando reinante su llegada. La tensión se apoderaba del lugar: cuatro, tres, dos, y uno; ya no había tiempo para ser un dubitativo más.


            Fin. Se abrieron las puertas, el enemigo descendía. Lo logró: no hubo daño alguno; el tumulto avanzaba, yo con él, estábamos arriba. Sonrisas. Una gran victoria para comenzar el día.

8 ago 2013

"Aprobación" de la Ley Hinzpeter: ¿De qué hablamos?


Por Leonardo Jofré R.
Consejero de Facultad
Facultad de Derecho U. de Chile


Antes que todo, hay que dejar en claro que si bien es una aprobación “general”, gran parte del articulado –de hecho, la mayoría- no fue aprobada, rechazándose por la Cámara de Diputados. ¿Qué quiere decir esto? Que el proyecto pasará a la Cámara Revisora, el Senado, para su aprobación, pero ya no será el proyecto original más las indicaciones presentadas por el Ejecutivo, pues gran parte de ellas fueron rechazadas.  Por supuesto, esto no quiere decir, de ninguna forma, que los artículos restantes no sean nocivos para la protesta social.
Desmenuzando las implicancias, vamos por parte:
¿CON QUÉ VOTOS SE APROBÓ LA LEY HINZPETER?
La Derecha retrasó la votación para el día de ayer debido a que no contaba con seguridad con los votos necesarios para poder aprobar la ley. Siendo ello parte de la incertidumbre, hoy en la votación la ausencia en la sala de tres diputados de la Concertación -el DC Juan Carlos Latorre, Joaquín Tuma del PPD y la socialista Denise Pascal- y el voto a favor del PR Fernando Meza, permitieron que se aprobara la propuesta del Ejecutivo, puesto que en la derecha también hubo ausentes: Mario Bertolino de RN, Javier Hernández y Cristián Letelier de la UDI.  Por supuesto, votaron a favor –en particular y en general- de la iniciativa toda la bancada UDI, RN y el ya citado radical.

¿QUÉ SE APROBÓ, ENTONCES, DE DICHA LEY?
 Quedaron sólo dos artículos del proyecto original (el modificado por la Comisión de Seguridad Ciudadana y Drogas el año 2012, para entendimiento en la presente columna), a votarse por el Senado:
 A) Considerar como sujetos pasivos (víctimas) del delito de “atentado contra la autoridad” las agresiones con las Fuerzas del Orden y la Seguridad Pública, junto con Gendarmería de Chile. (73 votos a favor, 37 en contra y 3 abstenciones).
Esto implica que  “cometer o resistir con violencia, emplear fuerza o intimidación” (art. 261 Código Penal, en adelante CP) contra fuerzas especiales y gendarmería será considerado atentar contra la autoridad, lo que conlleva como pena facultativa reclusión menor en su grado medio (541 días a 3 años) o multa de 11 a 15 UTM.

El proyecto original contenía como modificación que la pena para dicho delito fuese de presidio menor en su grado mínimo a medio (61 días a 3 años) según la forma en que se cometiese la agresión (esto podía dar paso incluso a la penalización de la agresión verbal), sacando la pena de multa, pero nada de esto pasó al Senado.

De esta forma, al ser querellante, éste puede apelar la suspensión condicional del procedimiento (acuerdo para evitar proseguir con la investigación sobre un delito entre imputado y Fiscal propuesto al Juez de Garantía, teniendo que cumplir el imputado una condición entre 1 a 3 años, como, por ejemplo, “no marchar”), pudiendo forzar así la investigación correspondiente en contra del imputado. La idea no es sólo amedrentar, sino también tener una línea similar a la que posee el gobierno de “combatir la delincuencia”, lo que para ellos se entiende como enjuiciar a todos y todas y saturar las cárceles. También podrá oponerse al sobreseimiento de un juicio (término del mismo, ya sea temporal o definitivo) y tener la facultad, si así lo merita el juez, de reemplazar al Ministerio Público. Por supuesto, este punto merece toda nuestra atención debido a las graves implicancias que conlleva.

¿QUÉ FUE LO QUE NO SE APROBÓ?
 Hay que subdividir. Primero, entre aquellas modificaciones al Código Penal que incluía el proyecto original, segundo, entre aquellas indicaciones al proyecto presentadas (dos veces) por Piñera este año.
 A. Modificaciones Originales al art. 269 CP, Desórdenes Públicos.
Se reemplazaba el tipo penal del delito de desórdenes públicos, contenido en el artículo 269 del Código Penal, por una nueva figura que sancionaba con una pena de presidio menor en su grado mínimo a medio, esto es, de 61 días a 3 años, a los que cometieran (hasta antes de las indicaciones de abril de 2013 se señalaba que la pena irían para quienes “participen”, siendo este verbo uno mucho más amplio en términos de determinar culpabilidad que el actual) desórdenes públicos graves que importaran:

(i) Paralizar o interrumpir, valiéndose de fuerza en las cosas o de violencia o intimidación en las personas, algún servicio público, tales como los hospitalarios, los de emergencia y los de electricidad, combustibles, agua potable, comunicaciones o transporte; y,

(ii) Impedir o alterar, ejerciendo violencia o intimidación en las personas, la libre circulación por puentes, calles, caminos u otros bienes de uso público semejantes, resistiendo el actuar de la autoridad.

Esto se rechazó. Se buscaba, así, penalizar con hasta 3 años de cárcel, cumpliendo las características enunciadas (ambiguas a objeto de considerar la consecución del delito), a quien o quienes paralizaran o interrumpieran servicios públicos (cuestión criticada, claro está, por gremios del transporte, de la salud, u otros, debido al entendimiento de dichas paralizaciones como una medida histórica de presión) como también quienes realizaran “cortes de calles”, participaran en protestas incluso culturales o cualquier acto que interrumpiese el tránsito por caminos, puentes o plazas.


B. Indicaciones del Ejecutivo: Con respecto a los “encapuchados”.

Se rechazó considerar como una circunstancia agravante (aumento en la penalidad) que ciertos delitos contra las personas o contra la propiedad se realizaran en el contexto de una manifestación o acto de carácter público o masivo (lo que no quiere decir que efectivamente dichos actos no constituyan delito, sólo que no será una circunstancia agravante que se cometan en dicho contexto) Del mismo modo, tampoco se aprobó como circunstancia agravante que dichos delitos, además de desórdenes graves, se cometiesen “encapuchados”. Y bueno, aquí estaba otra gran trampa de la ley.

En muchos sectores se discutió, conversó e incluso defendió la Ley Hinzpeter debido a que permitía detener al "encapuchado". Más allá de la posición política frente al accionar del mismo, eso es una mentira parcial, porque la ley tiene (y digo presente, pues aún se mantiene un grueso de relevancia de la misma) como fin último reprimir, claramente, la protesta social.

Prueba de ello es que no busca sólo la detención del "encapuchado", sino lo que señala el proyecto es que se busca reprimir a quie"cubra su rostro con el propósito de ocultar su identidad, mediante el uso de capuchas, pañuelos u otros elementos análogos". 
Primero, teníamos un elemento subjetivo: "cubrir el rostro con el propósito de ocultar la identidad". ¿Cómo probar ello en un juicio? Segundo, como el mismo enunciado lo señalaba: habla de capuchas, pañuelos (piensen en protegerse de los gases lacrimógenos) o "elementos análogos". ¿Qué vendría a ser, considerando lo anterior, un “elemento análogo”? ¿Máscaras? ¿Pinturas? Tercero, no sólo se consideraba una agravante calificada del delito, sino que además se establecía que el sólo hecho de cumplir con el enunciado anterior ya era considerado una falta, con una multa entre 1 a 4 UTM. Cuarto, y si ya consideramos que todo lo anterior es de un claro exceso sin justificación, la ley consideraba lo anterior incluso un delito flagrante, lo que facultaba a la Fuerzas del Orden para detener a los encapuchados y ponerlos a disposición del fiscal. Es decir, por ejemplo, protegerse de los gases lacrimógenos con un pañuelo o algún “elemento análogo”, si para fuerzas especiales o carabinero es "tener la intención de ocultar tu identidad" implicaba detención por delito fragante, que cometías una falta (y su correspondiente multa, cuestión que es difícil de rechazar en un Juzgado de Policía Local) y además, si consideraban que habías cometido un delito, podían incluso darte una pena mayor tras considerar tu “ocultamiento de rostro” una agravante calificada.

 ¿Perseguir a los encapuchados? No. Claramente, el fin era atentar frente a la protesta social, método de lucha propio de nuestro pueblo frente a sus justas reivindicaciones.
Como se señala más arriba, dichas indicaciones fueron, al fin y al cabo, rechazadas.

Ahora, cabe poner especial atención a lo que ocurra en el Senado (y comisión de Constitución), donde puede aprobarse la Ley, rechazarse o incluso hacerle nuevas modificaciones. Y, por supuesto, continuar con la presión realizada por organizaciones y movimientos sociales en general, cuestión que ha permitido plantear nuestra voz y exigencias frente al abuso y la criminalización de la protesta por parte de la clase dominante.

16 jul 2013

Preguntas para no responder


Si la promesa fue amarnos siempre,
¿por qué no mueres
cada vez que me matas? 

Si yo partí con la caricia desinteresada
ante tu pena vehemente
¿por qué ella fue más sincera
que las cicatrices que de mí guardas?

Si en cada examen
arriesgué la nada
por tenerlo todo
y perdí el todo
por un amor que no me dio nada
¿cómo supero tu distancia
si vuelves cuando aún no te marchas?

Y si yo te quise tanto,
y tú -me decías- me querías más que a nada
¿Por qué yo te sigo queriendo
cuando el querer a una no conduce a nada?

1 feb 2013

Homosexualidad y sociedad: la discriminación encubierta y la inconsecuencia del "progresismo".

Ya han pasado cerca de siete meses desde la promulgación de la “Ley Zamudio” (Ley Antidiscriminación, N°20.609). Ésta pudo aprobarse debido a la presión mediática que existió tras el asesinato de Daniel Zamudio, acto de homofobia que repercutió en el debate público de una sociedad férreamente conservadora, generándose supuesta empatía por la “causa homosexual” por poco más de los 21 días que agonizó Daniel. Así, la discusión transformada en presión social llevó al legislador a avanzar en la temática, temática que -por cierto- no tendría por qué haberse considerado sólo cuando la inactividad del mismo desemboca en tan lamentable hecho. Sería, así, la primera gran derrota. Por otro lado, la ley parece ser un instrumento deficiente pues soslaya lo más vital: es inefectiva frente a la discriminación encubierta del día a día, aquella de la ofensa disfrazada de cotidianidad. Y ésta es la derrota de todos y todas.

Existe una idea recurrentemente aplacada tras el declive de la discusión pública en torno al tema. Una voz que señala algo que, para muchos, no es novedad en nuestro país: el fatal desenlace no se da sólo por el salvaje ataque de cuatro hombres autodenominados neonazis, sino que los asesinos mediatos de Daniel fuimos toda una sociedad. Hablo no sólo de encuestas, las cuales demuestran que lejos de generarse consciencia sobre la discriminación que vive el homosexual pareciese que sólo se explotó el sentimiento efímero: mientras el 41% de nuestro país se mostraba a favor del matrimonio homosexual el 2011 según Criteria Research, los resultados de la Encuesta Nacional UDP sobre la misma temática demostrarían que, en agosto del 2012 y una vez declinado el debate en torno a la muerte de Daniel, sólo un 42% estaría de acuerdo con él.  Más pesadumbre al constatar que sólo un 59.2 por ciento está de acuerdo con que “homosexualidad es una opción tan válida como cualquier otra”. Así, 4 de cada 10 chilenos, en la segunda década del siglo XXI, continúan perpetuando alguna idea que señala la homosexualidad como algo protervo, disímil o quizá de segunda categoría frente al parámetro de normalidad impuesto por la misma sociedad.

Y es que somos parte de un algo que hace sólidas las raíces de la homofobia. Somos testigo y parte de una sociedad que se burla permanentemente de quien es homosexual. Sin embargo, no hago referencia acá para quienes consideran la homosexualidad una enfermedad o un disvalor –cuestión que por lo menos en esta columna no vale la pena siquiera considerar-, sino que el llamado de atención es a quienes, considerándose a favor de los derechos de éstos, tienden con su actos y dichos a perpetuar la homofobia reinante de un país que no tolera la diversidad. Porque los mismos que se espantaron hasta el punto de llenar sus redes sociales pidiendo justicia para Daniel y quizá un poco más, no entendieron que el activismo virtual no tiene ningún sentido si la consciencia que busca crear no se materializa en el día a día. Ellos dejaron de lado la reflexión crítica cuando apuntaron en la calle el acto de cariño de dos hombres, cuando se rieron de la talla que relaciona al homosexual con lo eminentemente femenino en la tevé, cuando cruzaron la calle al ver dos travestis que caminaban contra su sentido, cuando se intimidaron ante el homosexual en la disco, cuando le expresaron a sus amigos que eran “huecos” o “fletos” bajo la idea de sorna, bajo la idea de risa, bajo la idea de burla. Todos y todas formamos, así, parte de esa doble careta: pregonar el fin de la discriminación, pero enraizarla bajo la justificación de lo aparentemente inofensivo.

El año 2009 se realizó la encuesta nacional de opinión pública PNUD.  Una de las preguntas de la encuesta consistía en que el entrevistado expresara las tres primeras palabras que se les venían a la cabeza al utilizarse la palabra “homosexual”. Así, un 48% de las palabras referían a la homosexualidad como una enfermedad. Las ideas más repetidas eran “anormal”, “asco”, “asqueroso”, “cochino”, “degenerado”, “sucio”, “maricón”, “enfermo”, “hueco” y “raro”. Así, quizá nosotros no somos quienes manifiestan dichas palabras de forma despectiva en referencia a una persona de orientación homosexual. Pero cuando cerca de la mitad del país las utiliza con dicho sentido, sólo sedimentamos aún más su peor efecto: la segregación. Lo inofensivo de la “talla” pasa a convertirse en lo sintómatico del apartheid sexual, del impedimento de valoración de quien simplemente no posee una orientación sexual dominante a nivel de masa en nuestra sociedad.

Ejemplo de lo anterior es la polémica que rondó los medios de comunicación en torno a la rutina de Yerko Puchento, personaje de Daniel Alcaíno, y Andrés Caniulef. Dejando de lado el individualismo del último que sólo recordó su origen mapuche y criticó la rutina desde la afectación personal, como también el hecho de que efectivamente el actor ha sido parte activa de las reivindicaciones del pueblo mapuche y diversas causas de índole social, en lo efectivo la rutina utilizaba como factor para hacer reír el hecho de ser homosexual. Y claro,  no lo era por una actitud particular que se dejara ver fuera de su supuesta orientación sexual, no se buscaba la sana broma sobre un hombre cualquiera. El tema era sencillamente reírse de la homosexualidad, burlarse de Caniulef por ser gay. Ni más ni menos. Y ahí, en la misma discusión, la retórica más burda –pero recurrente y aceptada- es de aquellos que lo justifican bajo la idea de “reírse de uno mismo”. O peor aún, la discriminación sin cubiertas que reclama por “la intolerancia del homosexual”. Y es que la premisa que aboga porque la orientación sexual no debe ser motivo de humor para nadie en medida de la discriminación que comporta (nadie se ríe del heterosexual por serlo) tiene una raigambre clara: la separación, la misma ya referida. El hecho de sentirse ajeno, distinto, rechazado. El de demostrarle una y otra vez a quienes nos acompañan en el día a día que son distintos -y una minoría-, y que por más que pregonemos por sus derechos deberán acostumbrarse a dicha idea. A veces la peor forma de discriminación tiene que ver con resaltar, aunque sea sin dicha intención, que nunca podrás ser uno más.

Hace semanas apareció una encuesta que señalaba que mayoría de los militares chilenos, el 96,6 por ciento para ser exactos, rechaza el ingreso de homosexuales en el Ejército. A su vez, mostraba que un 66,4 %  cree que la homosexualidad es incompatible con la disciplina militar. Y ello es por otra forma de discriminación recurrente: se asocia a la homosexualidad como falta de masculinidad. Para analizar la información podríamos pasar desde lo global -pasar de la opresión que vive el homosexual a la lucha por ser parte del ejército en aras de la no-discriminación, de forma de constituir un cuerpo de dominación- a lo más particular, de entender la construcción humana del término “masculinidad”. Pero, volvamos nuevo al día a día. En el comercial de Virgin Movil, en parodia a la tanda comercial de Sodimac, se juega con el mismo estándar. Tal parece que el homosexual no puede ser hombre. Claramente habrá quienes de sexo masculino tengan una identidad de género distinta, pero la idea es otra. Lo central es que el obrero –símbolo de la masculinidad, primer estereotipo- vea como algo ajeno al homosexual afeminado que se dice hombre, desde el sesgo machista que invoca al sexo masculino desde un escalafón superior. Y suena chistoso, y nos reímos todos y todas. Incluso yo.

Pero es necesario dar un término al gesto velado de cotidianidad que justifica la homofobia, decir un ¡basta! cuyo mayor eco sea un cambio de actitud y mentalidad. Aunque cuesta los epítetos más holgados de exageración y las burlas propias de lo ridículo. Denunciar, con aún más ahínco, al progresismo social que se ríe de la opresión contra la cual dice luchar. Dejar de lado la sorna como cubierta del egoísmo. Por el fin a la homofobia. Porque nunca nadie más tenga que avergonzarse por su orientación sexual. Para que no tenga que morir ningún Daniel más.

17 ene 2013

Todas las estaciones, la estación.

           Sonaba la alarma roja y yo ya sabía que era el momento: cerrarían las puertas, siempre tan belicosas, como señal inclaudicable del momento para inmiscuirme en mi paralelo de lectura. Una forma de escapar de la rutina en medio de ella, pensaba. Llevaba dos días con el mismo libro. Correspondía, esta vez, a mi querido amigo Julio -Julio Cortázar, para los no tan cercanos- en una nueva lectura de aquel recurrente “Todos los Fuegos el Fuego”. De alguna forma u otra, siempre estaba en cada emprendimiento.

            Cuerpo hacia atrás, mochila entre las piernas, mano izquierda en los pasamanos y la diestra en el libro. Ojos descendiendo, comenzaba el son del metro y el ritmo de mi lectura: “En alguna de esas noches heladas el ingeniero oyó llorar ahogadamente a la muchacha del Dauphine. Sin hacer ruido, abrió poco a poco la portezuela y tanteó en la sombra hasta rozar una mejilla mojada (…)”. Era cómico. Cada vez que leía, no podía sino entender “Daphne”, imaginando a través de la marca aquel auto cómo sería aquella chica.

            Avanzaba en mi viaje y el metro ahondaba en sus andares, abriendo cuál sureño su hospitalidad al ingreso de más pasajeros. Cada incorporación era una distracción curiosa. Y ahí, en el momento menos indicado, llegó tambaleándose bajo el rugido de su coraza, bajo su amarillo despampanante. Inquieto y aprestándome al nuevo tramo, no sólo sentía que podía notar mi primeriza sonrisa, casi podía ver, a través de las páginas, cómo su mirada penetraba cada una de mis palabras. Ojos claros, piel morena: aquel compás que resaltaba en las paredes, tan metálicas, tan abusadas. Levanto la cabeza y allí estaba: en el éxodo detenido su sonrisa deslumbraba anunciando la partida. Comenzaba nuevamente el vaivén, y las letras, rugosas, se transformaban en una flecha que apuntaba hacia ella: Julio, siempre tan inquieto, me susurraba que no había oportunidad que perder. Y así, en mi sonrojo, disimulaba bajo el borde del cuerpo de brindis lingüístico cómo sólo a ella, y repito -sólo a ella- la quería leer.

            Se detenía nuevamente el ritmo palpitante del metro rojo, y ahora, en el instante preciso, exacto, sin siquiera saber cómo abordarla, debería hacerlo. Pero nada pasaría. Se había ido perdida entre la multitud indiferente que ahora, testigo, abandonaba el vagón. Las viles puertas me acaban de ganar una nueva aventura, una nueva guerra. Suspiro, me resigno y espero un nuevo arranque, la mirada de vuelta al texto, el corazón al viejo amigo:

            “Pensándolo después -en la calle, en un tren, cruzando campos- todo eso hubiera parecido absurdo, pero un teatro no es más que un pacto con el absurdo, su ejercicio eficaz y lujoso”, continuaba el libro.