Porque, por los caídos en dictadura, empuñamos el brazo izquierdo y ensalzamos todo mecánico grito de reivindicación. Porque ellos no se fueron, siguen aquí. Y, si uno va más allá, notará que ya no siempre están continuamente con el autodenominado revolucionario: hoy se denotan más presentes en quienes duermen con diarios en las calles, víctimas y fiel reflejo del sistema injusto contra el cual lucharon, que en aquellos de voluntad transformadora que apuntan al “flaite”, al encapuchado, al que pide una moneda en la esquina, en fin, al verdadero abrumado. Hay piedrazos que nunca serán tan dañinos como cuanta cuchillada le damos al alma.
Porque es fácil extasiarse con una mina en pelota al punto de gritarle “puta”, enfervorizado, para luego entonar los derechos de la mujer, citar a Caffarena, recordar a Tristán, engullir que no hay revolución sin igualdad. Pero, paréntesis, me reprimo: cité a Elena y Flora, detesto referir desde los apellidos. Porque es aún más sencillo hablar de machismo para no asumir el rol vital que tienes. Porque tiene más de inconsecuencia que justicia enternecerte al punto de que el sonrojo del pómulo se transforme en volcán pa’ la sangre cuando desprecias a quienes mataron a Daniel Zamudio, pero carecer de reproche al reírte del maricón, de la camiona, del travesti y de quien, en tu puesto del lado, es o elige algo distinto. Porque es aún más raso ser homosexual y despreciar a la “loca” porque afecta tu lucha, porque tú crees en el gay vigoroso, recio y masculino, del macho que te hablan los mismos que hace años no sólo no te reconocían, sino que exigían tu cuerpo y vida. Porque hay solo una lucha: la del todo oprimido, pero duele aún más cuando quien cree dar la justa pelea se confunde con el opresor y aquel mismo repugnante ladrido.
Porque nunca puedes quedar bien con todos, pero duele que siempre haya un alguien. Aunque permanezcan injusticias hasta en las mínimas miradas. Porque de aquellas nimiedades se construye el día.
Porque es cruelmente simple enamorarse, para luego notar que el amor es violento e impredecible, que el amor es el mal. Que amar implica seleccionar, transformarte en un ente sumiso porque vives por el otro, crear dependencia hacia las propias carencias; que el amor es la negación sin aprendizaje ni reconocimiento. Propongo reemplazar el amor a una o uno por el amor al mundo. ¿Qué los diferencia? Creo que son matices. El amor al mundo no conlleva la selección, y esto a su vez evita el quiebre con el mundo, soslaya el autismo propio de “dos”. Al no haber un "único", no hay vicio personal (aunque el vicio podríamos ser todos y todas, y por ende abordar aún más sufrimiento...). Cuando amas, pierdes percepción, porque sólo -a través de la negación- observas al otro, existe el otro, te reconoces por medio de tus diferencias con el otro. Allí hay un “uno” o "una" que amo, que es diferente a este “yo” que lo o la ama. Pero en el amor no hay negación de la negación: no te constituyes como persona, sólo resaltas lo propio, exaltas los defectos y virtudes del otro, te transformas en un elemento, en un ente, en “algo” que vive por el otro: existe verdadera posesión. No hay, a su vez, aprendizaje: vives por el otro. Cuando amas, el otro se transforma en tu motor de vida, y por lo mismo te dejas de lado pues no eres capaz de constituirte, no se da la dialéctica del diario vivir. Cuando amas a todo el mundo, no amas como pareja a nadie: cada uno de ellos representa un ser distinto a ti, sí existe la constitución del individuo. Nos reconocemos con el otro. Cuando amas a uno, ¿puedes amar a todo el mundo? Existe una jerarquía propia de lo anterior. Sólo negarte es la actitud más violenta que puede haber consigo mismo: pasas a sólo saber del otro, entregarte por el otro, vivir por el otro... sin nada de ti. Porque es cruelmente triste no entenderlo, porque es cruelmente doloroso hablarlo así. Porque es aún más cruel seguir enamorándose y darte cuenta que la teoría nunca superará la práctica, y que seguirás sufriendo lo mismo que notas. Y la pregunta, nuevamente cruel, se asoma: ¿cómo cambiar como se erigen nuestras historias?
Porque no queremos más mártires. Porque no debo ni quiero ser uno. Porque el día que uno muera, habremos de soportar otras miles de derrotas. Porque el mejor homenaje será dejar de recordarlos por sus muertes, y comenzar a añorarlos por su rol en nuestras victorias. Pero hay otros mártires que no entregan su vida, pero sí su "adelante": tantos niños y niñas que quisieran que no fuese tan simple vivir en nuestras cuadras, pasar por sus lados y no abrir nuestros pechos para que funcionen como sus almohadas. Porque no hay donación mensual ni cheque que cubra el derrumbe de un algo, la ventisca de un “no está”, la avalancha de una letra protestada por no aceptar cada una de sus desazones. Hay miles de corazones que no pueden seguir esperando. Hay miles de verdades que no se someten a tu táctica ni mi estrategia, como también hay otros miles que desechan el sentimiento por sobre la cabeza, el raciocinio por sobre la verdad. Porque se trata de que una no se coma a la otra, porque se trata de no perder la esperanza a manos de palpar la realidad.
Porque, quizá, tienes pena. Porque nada está perdido: nunca el hombre está vencido, su derrota es siempre breve. Porque puedes pedir ayuda y alguien sabrá escucharte, porque no es necesario irte sin que alguien te dé algo. Porque, lamentablemente, para algunos es más fácil aconsejar que recibir consejos. Porque, para otros, el escuchar no sólo es sano, sino que un ejercicio requerido. Escúchate, mírate, siéntete: a veces todos y todas necesitamos sentirnos como los únicos en el mundo.
Porque hablo de hacer un paréntesis. No más de tres líneas para relajar la lectura. No más de tres líneas para reflexionar. No más de tres líneas para que no hagas un prejuicio de lo que puede ser una oportunidad. No más de tres líneas para que un punto se transforme en tres suspensivos...
Porque con un “te quiero” absoluto pero lejano a lo posesivo, ya hicimos más que lo logrado en el entramado confuso del asambleísmo vicioso, ya dimos más victorias al pueblo que lo conseguido con tanta pugna de discursos, ya prendimos más fuego que el que se consigue con el activismo vacuo desde el ocio y el oportunismo, ya elegimos más laureles que los que rayamos en un voto. Y porque hay un te quiero aún más grande y requerido, ese que se da desde el clamor combativo, ese que entona la lucha de un pueblo desde el canto, la marcha, la organización, el rubí del infante y la esperanza del desalambro del camino.
Porque viví y morí por ti, resucité a los tres días y volví a ser asesinado. Porque cansa revivir siempre. Porque los sueños, sueños son. Porque la vida es sueño. Porque mi sueño es retomarte, porque retomarte es mi vida, y me agoto de morir en cada derrota, me harto de revivir para volver a intentar tenerte, tener mi vida.
Porque es franco hablar de triestamentalidad, de igualdad -que, convengamos, no existe: ¡yo no quiero ningún igual, pero sí nuestra dignidad!-, de los derechos de los trabajadores, del pueblo y el explotado, para, al salir del discurso, hastiar hasta el rebosante asco de inconsecuencia. Hay cosas sutiles. La colilla que botas al patio de tu Escuela para ver cómo la tía del aseo –tu trabajadora por la que luchas, a la que a veces ni siquiera saludas- gasta su poca movilidad para encurvar su dañada columna y recogerla. La vendedora de la esquina que, haciendo del trámite de compraventa su rutina de vida, jamás has saludado ni despedido con sincera sonrisa, de buena gana, con brillante expresión. Al trabajador del Transantiago que, cansado y agotado por una rutina de la que quisiera con la primera oportunidad escaparse, se lleva el desquite de tu mal rato, ánimo desposeído y pupila temblando para recibir tu expulso injusto y descontrolado, y así llegar a casa gritoneando a madres e hijos por su agobiante día, del que tú fuiste artífice y parte. A tu propio padre, a tu propia madre, a la cual dejas el pesar de años de vida para que continúen su mal pagado sudor sacrificado en aras del patrón, para luego otorgarles las tareas domésticas, el desquite de tu pálpito de injusticias, tu encierro en la pieza con tu único descanso y enajenado mundo, tu computador.
Porque, torpemente, nos preocupamos más de la ausencia de la ritualidad del hola, el cómo estás y el adiós en medios impersonales, que de verdaderamente acariciar con una sonrisa a quienes componen nuestro día. Sería notablemente más franco entender que no existen códigos, sólo agasajos disfrazados de elementos de compañía.
Porque es eminentemente paradójico extrañar. Y tener tan a mano el alivio pero no querer alcanzarlo, como esas medicinas que asustan por su mal sabor o duelen por su contenido. Hablo de anhelos y esperanzas. Refiero a aquellas y aquellas que creíste nunca esperaron, pero que -con mayor certeza que un "quizá"- aún te están conminando.
Porque es desmotivante sentir que quienes pueden ser tus compañeros repliquen las mismas prácticas viciosas que critican, cual guanaco escupe en la hierba, hierba que, en un instante -ya pasó- habrá de comer. Porque entender la política como una mera repartija de poder no sólo corrompe, sino que desgasta. Porque, claramente, nada da abasto en un proceso revolucionario cuando se entiende que el colectivo o el partido está por sobre quienes dicen representar. Porque hablamos más de apariencias e imágenes, porque siempre hay que mantener la línea, porque de la crítica al otro gano para mí, porque seguimos creyendo que en el juego falso del micro-mundo político salvamos vidas. Porque, lamentablemente, terminas siempre pensando qué pierdes o qué ganas, y la desesperación de cambio inmerso en el propio caos termina siendo alimento para tu estrés y alejamiento. Porque ellos seguirán allí, encubriendo sus ganas. Porque se mantendrán las sonrisas, impertérritas, engañando masas. Porque no faltará quien piense que esto es también retórico, es también en aras de la conveniencia. Porque a ratos las fuerzas flaquean, más de lo que uno quisiera.
Porque el alcohol termina consumiéndote más de lo que desearías y cuando menos te das cuenta. Porque fumas cada cigarro como si en él se consumiese un pesar menos, cuando en lo práctico sólo te consume vida. Y el vicio, bueno, nadie nunca dijo que quería un mundo (comunista) libre de vicios.
Porque el ego parece siempre ser más fuerte. Y cuánto cuesta deshacerse de tus propias cadenas.
Porque es cómodo hablar de libertad cuando tu dinero merma la vida del otro. No hablo de un mal entendido concepto de consecuencia: no creo que nadie deba escapar del mundo para ser mundo, escribo por una siempre necesaria elocuencia. Hay que tocar madera.
Porque nada es “perse se”, todo tiene su causa. Nunca olvides que nada está dado. Respira antes de apuntar, reflexiona antes de criticar.
Porque me gustaría no estar cansado de tanto. Porque me gustaría un paréntesis en esto de ver y leer en ojos más de lo que quisiera. Porque quisiera que nadie leyese esto y no transformar nada en una carga para nadie, pero a la vez se ha mimetizado como una suerte de catálogo de experiencias que van representando a más de uno; quizá no urge pero sea útil. Porque quisiera volver a tener los ojos brillantes de antes. Porque la extraña sensación de no pertenecer a este mundo no puede ser de unos pocos. Ni mejores ni peores, quizá simplemente distintos. Y de esa diferencia se podrá alzar, y sólo así, la lucha por la verdadera igualdad, no esa homogeneizadora que nos venderán por TV. Porque siempre es tiempo de colorear.
Porque, tan retórico como no quisiera ser, habré escrito de esto un millón de veces. Porque, a años, vuelvo a notar cómo difícilmente cambia. Porque todo esto no tiene tanto de un tú, sino de un “reconozco mis derrotas y fracasos”. Porque también busco alzar los vuelos de lo que aún espera con ansias su despegue. Porque ayudar siempre es escribir. Porque, tocando el fondo, siempre podemos brincar para retomar el ritmo. Porque, como diría mi buen amigo Páez, una vez más, yo vengo a ofrecer mi corazón.
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