No volverá jamás la gravedad
Porque madera e hilo ajustician el
sinsentido
El tiempo se acerca a mí como si
llevase imanes,
En aquellas tardes que se quebraron
Cuando sus vidrios rasgaron nuestras
carnes.
Pasó un tiempo atrás,
Cuando la infancia nos ruborizaba de cortedad
Nuestro cuerpo de extremidades anónimas
Con aquella sonrisa que expele
intimidad,
Que, por cierto,
Sólo la encuentro en tus margaritas,
Con esos cuadros encamisados que claman
forma,
Los mismos que hoy llevas
Quizá los mismos que, -no te preocupes,
es sólo una broma-
Tantas veces me copias,
Y ese cabello y
algodón sin colorantes,
Donde siento que la niñez
nos recuerda:
Tenemos maletas que nos esperan siempre
abiertas.
Y aprendíamos desde insaciable
curiosidad
Por lo mismo quizá no dejo de sentirme
niño:
Todo nos parecía tan ajeno pero a la
vez tan íntimo,
Sin propiedad alguna,
Con ese calor que no se transa ni se
mendiga
En el refugio de la sombra de aquel árbol
Ese Sauce que nunca más lloró.
Existía la noche y el sol
Todo era mucho más sencillo,
Aún no entendía, por cierto,
Que crecíamos bajo las cenizas de un
mundo distinto,
Pero escuché hoy que tú arrullabas lo
mismo,
¿Acaso también tú quieres ser un niño?
Horas frente al televisor,
Ahora entiendo dónde aprendí a
mentirnos,
Por suerte dejé la caja negra hace años
Espero el ataúd piense de mí lo mismo…
Pero, ¿dónde estuvo el río y la llama
en los albores de mi crianza?
El árbol conchavino me sabe a sed,
Su ciruelo sólo provoca a mi intestino
Lo recuerdo,
Cuán dulce era comer
Cuando el agrio fruto era lo único
prohibido.
Así, me declaro tan culpable como en
aquella primera confesión
Donde, usted me disculpará, don
Párroco,
Cometí el pecado de estrictamente
ignorarlo,
Quizá allí Dios cerró puertas conmigo
Y el diablo abrió irascible ventana
Desde que me vio sobre tu ombligo.
Y entre tanta mezcla de edades y
asuntos
Sigues apareciendo como parte de mi
ritmo,
No leas,
Que exclamo entredientes:
“Espero nunca dejes de serlo”,
Ni desde ayer,
Cuando extraviamos la simpleza,
Ni hasta hoy,
Cuando la complicidad mata mi
infantilismo.
Era nuestra edad donde no se imaginaba:
Excepción era lo real
Y, por cierto, nuestro hostigo;
Como los recortes de papel que
sollozaban lamentos
Quizá era yo quien cortaba cada borde
Y con él eliminaba tu solitario
quejido,
En esa ausencia de crédito
Pero nunca la falta de abrigo.
Y me repito,
No volverá jamás la gravedad
Porque madera e hilo ajustician el sinsentido
El tiempo se acerca a mí como si
llevase imanes,
En aquellas tardes que se quebraron
Cuando sus vidrios rasgaron nuestras
carnes.