La vida de Cerati es una más, como cualquier otra. Sin embargo, todos tenemos ciertas personas que nos inspiran más cariño, admiración o sentimiento. Personalmente, sólo cuando leí que se había muerto (simple rumor) me provocó algo de pena: era inevitable -y no sólo por ser mi artista favorito- sino que con él se van recuerdos de infancia, adolescencia y juventud. La esencia de la vida no es efímera, y tal como la tenemos hoy quizá mañana ya no se encuentre para disfrutarla. ¡Qué estas situaciones nos sirvan para entender lo mucho que podemos ser, lo mucho que podemos dar, lo mucho que podemos cambiar nuestra realidad! Sí, su vida vale lo mismo que cualquier otra, como cualquier otra que en estos momentos sufre desolación y pena, hambre y amargura; pero debemos recordar ello no sólo para creernos moral o incluso intelectualmente superiores, sino para revolucionar nuestro mundo día a día , por ellos y por nosotros, tal como él lo ha intentado. De lo contrario, sólo seremos cínicos creyéndonos parte de una jerarquía inexistente. Fuerza Cerati.
22 may 2010
3 may 2010
Lo que las mil teorías no pueden solucionar.
Vivimos en un mundo vertiginoso, donde el tiempo es condicionante, donde la vida se da entre dimes y diretes, donde el recibir es regla y dar la excepción. De hecho, quizá en este preciso momento debiésemos estar leyendo, los estudios apremian y es necesario responder en las múltiples facetas que nos hemos auto-impuesto para servir al sistema y darle continuidad a eso que insistimos en llamar vida. Sin embargo, y creo que a más de alguno nos habrá pasado una vez, el alto en el camino suele ser bastante continuo y hasta desesperante. ¿Cómo poder existir -no sé si realmente sea vivir en un sentido idealizado- cuando hay tanto por hacer, tanto por cambiar? Ya parece una eterna regresión, y es por lo mismo que, personalmente, he decidido no volver a caer en la incertidumbre del no saber qué hacer, dónde finalmente construir. Al fin y al cabo paralizarme no conlleva más que desistimiento a cualquier acción, incluso a esas ganas revolucionarias de cambiarlo todo.
Pero suele ser plausible revestir el idealismo de pragmatismo, de lo propio del empirismo sin perder ese anhelo de soñar. Muchos ya lo han intentado, ¡cuántas teorías políticas, sociales, económicas o antropológicas pretenden darnos una explicación a todo! ¿Acaso podrá el estado de naturaleza de Hobbes justificar la jerarquía que oprime, la dialéctica de Hegel explicar la apatía y el desdén, la democracia de Lipset naturalizar el abuso institucionalizado? Podríamos jugar a ser doctos, eruditos, ¡cuán sabios!, y así comenzar a citar tanto autor, tanta palabra, tanta teoría hasta sentirnos satisfechamente vacíos: un entendimiento del todo, pero quedarnos, sinceramente, en nada. Pero no, no viene al caso. Deberíamos dejar de sobre intelectualizarnos, comenzar a sentir desde lo real, desde lo concreto, desde nuestra verdadera realidad humana. ¿Podrá la teoría de la oferta y la demanda ser útil para aquel niño que no tiene amor ni cariño? ¿Podrá la lucha de clases, la burguesía y el proletariado ser útil retóricamente para aquel que vive de su propia hambre en las calles? Cuando nuestros hijos no tengan qué comer por un ambiente desnaturalizado, cuando nuestros hijos no tengan de qué vivir -perdón, existir- en un mundo deshumanizado, cuando nuestros hijos no tengan con quiénes jugar en su entorno sin seres vivos ajenos a nosotros... ¿seguiremos preguntándonos en qué fallamos? ¿Qué teoría tenía razón? ¿Por qué ocupamos nuestro tiempo en trivialidades, odiando al otro por sesgos personalistas, compitiendo por ser el mejor? Yo no quiero mirarlos a la cara y decirles, entre lágrimas, que no pude cambiar nada, que no lo intenté, que me vi inmerso en la apatía, que perdí -sin pensar en ellos- las fuerzas para luchar.
En la ‘política’ universitaria, por ejemplo, la acción suele no ser más que egoísmo para obtener garantías y ganancias partidistas/grupales. Cuando lo veo en un nivel más amplio, entiendo el porqué esa facultad llamada “la más política de todas” suele ser un fiel reflejo de nuestra realidad. No basta con querer, es necesario hacer, y ese hacer no puede sino estar exento de todo aquello que daña. Así, suele existir un dualismo típico que no produce más que desazón y dolor: queremos, pero el poco hacer generalmente no es más que individualidad, revistiendo nuestras pretensiones personales de colores grupales y proyectos conjuntos, dando quizá una que otra palabra que pretenda generar cambios. Nuevamente entonces nos creemos intelectual, jugamos a la política dura cuando no somos más que objeto y cause para unos pocos burócratas y economistas interesados, esos mismos que nos quieren dar la realidad cierta, el modelo iluminado a seguir. ¡Esos mismos que se llenan la boca con la pobreza, qué viven del dolor ajeno, qué perpetran el sistema, qué continúan haciendo que cada día más y más niños vivan en el completo desamparo! ¿Cómo entonces poder creer? ¿Cómo entonces poder realmente construir? Cuesta, pero soy un convencido de que aquí, y en todo plano, aún quedan muchas luchas por dar.
Tenemos de todo, pero tal parece que nos gusta quedarnos en la nada y vivir de la pleitesía para obviar el dolor ajeno. ¿Podremos dormir esta noche pensando en aquel que en estos precisos momentos sufre? No se trata de terrorismo, no se trata de que, a través del miedo y el sentimiento de culpa, seamos capaces, recién capaces, de empatizar con el resto. Nuestra vida merece mucho más que lo vacuo que ya tenemos. ¿Alguna vez has pensado por qué el rico -teniéndolo todo, excesivamente todo- no comparte con el pobre, aquel que no tiene más que su propio cuerpo? Es fácil que aquí provenga el común “el esfuerzo lo logra todo”, aquel retórico sueño americano. Lamentablemente no es así, porque aquel que nace en Inglaterra no tiene las mismas oportunidades que el que lo hace en Arabia, porque aquel que nace en La Pintana no tiene el mismo entorno determinante que el que lo hace en Las Condes. Así habrán millones de ejemplos, pero no obtendremos mayor provecho con enumerar; debemos dar paso a lo vital: ¿qué hacemos? Me tomo la libertad de compartir con ustedes lo que es quizá mi más profunda máxima: nadie, nadie merece sufrir. Es demasiado simple quizá, pero la entiendo como aquel mundo -¡qué sé no será sólo idealismo!- que me gustaría construir. Probablemente no tenga por mí mismo las herramientas, probablemente no sepa cuál es el modelo a seguir, probablemente ningún docto intelectual sepa darme la teoría correcta para tal pretensión, pero bueno… todavía tengo mis manos y mis sueños intactos para construir. Tú también tienes las tuyas, y si no existen esos sueños para compartir, quizá sea el momento de comenzar nuevamente a creer.
A veces la desilusión puede más que nuestras ganas de revolucionarlo todo. Ellos, sí, ellos, quieren que las esperanzas se transformen en hambre, que la lucha se aminore en comparación a lo mucho que podríamos disfrutar con nuestro cuerpo y la materialidad. No se trata de dejar de lado nuestras ajustadas etapas de existencia, sino de darnos cuenta que, más allá de nuestra realidad inmediata, más allá de aquellas elocuentes teorías, más allá de tan amplia palabrería, existe un mundo que no puede seguir esperándonos. Desde nuestras trincheras habremos de llenar los corazones de sueños, el llanto de alegría, las caras de eternas y constantes sonrisas, sonrisas satisfechas de vivir de la mano de un futuro común, de un futuro forjado, de un futuro que nos pertenece. ¡Podremos al fin mirar al desamparado sin vergüenza, sin pena, sin desazón! Le contaremos a nuestros hijos con el rubor de la sonrisa elocuente, de la satisfacción sincera, del corazón hinchado de dicha que luchamos por ellos, que cambiamos nuestro mundo, que forjamos un idealismo por ellos, por nosotros, por todos.
Y así quizá podamos, algún día, pintar con muchas manos un mundo completamente distinto, con la satisfacción del puño en alto, con el gusto de sentir que ahora realmente hemos comenzado a vivir.
Un gran abrazo.
Pero suele ser plausible revestir el idealismo de pragmatismo, de lo propio del empirismo sin perder ese anhelo de soñar. Muchos ya lo han intentado, ¡cuántas teorías políticas, sociales, económicas o antropológicas pretenden darnos una explicación a todo! ¿Acaso podrá el estado de naturaleza de Hobbes justificar la jerarquía que oprime, la dialéctica de Hegel explicar la apatía y el desdén, la democracia de Lipset naturalizar el abuso institucionalizado? Podríamos jugar a ser doctos, eruditos, ¡cuán sabios!, y así comenzar a citar tanto autor, tanta palabra, tanta teoría hasta sentirnos satisfechamente vacíos: un entendimiento del todo, pero quedarnos, sinceramente, en nada. Pero no, no viene al caso. Deberíamos dejar de sobre intelectualizarnos, comenzar a sentir desde lo real, desde lo concreto, desde nuestra verdadera realidad humana. ¿Podrá la teoría de la oferta y la demanda ser útil para aquel niño que no tiene amor ni cariño? ¿Podrá la lucha de clases, la burguesía y el proletariado ser útil retóricamente para aquel que vive de su propia hambre en las calles? Cuando nuestros hijos no tengan qué comer por un ambiente desnaturalizado, cuando nuestros hijos no tengan de qué vivir -perdón, existir- en un mundo deshumanizado, cuando nuestros hijos no tengan con quiénes jugar en su entorno sin seres vivos ajenos a nosotros... ¿seguiremos preguntándonos en qué fallamos? ¿Qué teoría tenía razón? ¿Por qué ocupamos nuestro tiempo en trivialidades, odiando al otro por sesgos personalistas, compitiendo por ser el mejor? Yo no quiero mirarlos a la cara y decirles, entre lágrimas, que no pude cambiar nada, que no lo intenté, que me vi inmerso en la apatía, que perdí -sin pensar en ellos- las fuerzas para luchar.
En la ‘política’ universitaria, por ejemplo, la acción suele no ser más que egoísmo para obtener garantías y ganancias partidistas/grupales. Cuando lo veo en un nivel más amplio, entiendo el porqué esa facultad llamada “la más política de todas” suele ser un fiel reflejo de nuestra realidad. No basta con querer, es necesario hacer, y ese hacer no puede sino estar exento de todo aquello que daña. Así, suele existir un dualismo típico que no produce más que desazón y dolor: queremos, pero el poco hacer generalmente no es más que individualidad, revistiendo nuestras pretensiones personales de colores grupales y proyectos conjuntos, dando quizá una que otra palabra que pretenda generar cambios. Nuevamente entonces nos creemos intelectual, jugamos a la política dura cuando no somos más que objeto y cause para unos pocos burócratas y economistas interesados, esos mismos que nos quieren dar la realidad cierta, el modelo iluminado a seguir. ¡Esos mismos que se llenan la boca con la pobreza, qué viven del dolor ajeno, qué perpetran el sistema, qué continúan haciendo que cada día más y más niños vivan en el completo desamparo! ¿Cómo entonces poder creer? ¿Cómo entonces poder realmente construir? Cuesta, pero soy un convencido de que aquí, y en todo plano, aún quedan muchas luchas por dar.
Tenemos de todo, pero tal parece que nos gusta quedarnos en la nada y vivir de la pleitesía para obviar el dolor ajeno. ¿Podremos dormir esta noche pensando en aquel que en estos precisos momentos sufre? No se trata de terrorismo, no se trata de que, a través del miedo y el sentimiento de culpa, seamos capaces, recién capaces, de empatizar con el resto. Nuestra vida merece mucho más que lo vacuo que ya tenemos. ¿Alguna vez has pensado por qué el rico -teniéndolo todo, excesivamente todo- no comparte con el pobre, aquel que no tiene más que su propio cuerpo? Es fácil que aquí provenga el común “el esfuerzo lo logra todo”, aquel retórico sueño americano. Lamentablemente no es así, porque aquel que nace en Inglaterra no tiene las mismas oportunidades que el que lo hace en Arabia, porque aquel que nace en La Pintana no tiene el mismo entorno determinante que el que lo hace en Las Condes. Así habrán millones de ejemplos, pero no obtendremos mayor provecho con enumerar; debemos dar paso a lo vital: ¿qué hacemos? Me tomo la libertad de compartir con ustedes lo que es quizá mi más profunda máxima: nadie, nadie merece sufrir. Es demasiado simple quizá, pero la entiendo como aquel mundo -¡qué sé no será sólo idealismo!- que me gustaría construir. Probablemente no tenga por mí mismo las herramientas, probablemente no sepa cuál es el modelo a seguir, probablemente ningún docto intelectual sepa darme la teoría correcta para tal pretensión, pero bueno… todavía tengo mis manos y mis sueños intactos para construir. Tú también tienes las tuyas, y si no existen esos sueños para compartir, quizá sea el momento de comenzar nuevamente a creer.
A veces la desilusión puede más que nuestras ganas de revolucionarlo todo. Ellos, sí, ellos, quieren que las esperanzas se transformen en hambre, que la lucha se aminore en comparación a lo mucho que podríamos disfrutar con nuestro cuerpo y la materialidad. No se trata de dejar de lado nuestras ajustadas etapas de existencia, sino de darnos cuenta que, más allá de nuestra realidad inmediata, más allá de aquellas elocuentes teorías, más allá de tan amplia palabrería, existe un mundo que no puede seguir esperándonos. Desde nuestras trincheras habremos de llenar los corazones de sueños, el llanto de alegría, las caras de eternas y constantes sonrisas, sonrisas satisfechas de vivir de la mano de un futuro común, de un futuro forjado, de un futuro que nos pertenece. ¡Podremos al fin mirar al desamparado sin vergüenza, sin pena, sin desazón! Le contaremos a nuestros hijos con el rubor de la sonrisa elocuente, de la satisfacción sincera, del corazón hinchado de dicha que luchamos por ellos, que cambiamos nuestro mundo, que forjamos un idealismo por ellos, por nosotros, por todos.
Y así quizá podamos, algún día, pintar con muchas manos un mundo completamente distinto, con la satisfacción del puño en alto, con el gusto de sentir que ahora realmente hemos comenzado a vivir.
Un gran abrazo.
PD: Como siempre, lo escribí sin revisar. Disculpas por cualquier eventualidad. Todo esto se debió a un pequeño video que vi y que refleja, desde una menor edad, mucho de lo que siento y quiero. Pueden ver tal más abajo.
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