Ciertamente debemos estar, a estas alturas, más que hartos de tanta lectura. Y sí, convengamos en que -por más que tanto pueda y me agrade hablar (o en este caso escribir)- los gestos y detalles se valoran más que la constante retórica. Premisas suficientes, entonces, para hacer de estos párrafos (con aires de resumen) un saludo breve, directo y acorde a nuestras ‘necesidades temporales’.
Leía hace unos instantes una pequeña nota que publiqué hace meses (“La extraña sensación de no pertenecer a este mundo” ), una nota muchísimo más “mía”, una nota perdida entre tantas otras de un rol ajeno a la propia esencia, como es en este caso el de representación. Me sorprendió lo mucho que he podido avanzar, lo mucho que ha cambiado esa sensación, lo mucho que hoy me logro sentir distante a aquella congoja: alegría, entonces, y también reconocimiento. Reconocimiento a toda esa gente que estuvo ahí, a todas aquellas experiencias, a cada uno de esos momentos que son constitutivos de nuestro pasado, presente y futuro. Hoy siento que verdaderamente Derecho puede ser mi carrera, quizá no ya tan sólo para que se transforme en una plataforma económica que me permita dedicarme a la Docencia, sino también para poder contribuir a toda esa gente que lo necesita. No, no se me olvida lo pragmático y nocivo del Derecho ante un ideal de igualdad y cambio, pero tampoco podemos obviar el presente y sólo imaginar un futuro. La meta será triple: contribuir, idealizar y definitivamente cambiar.
Comprendí, también, lo muy vulnerable y apático que somos. A veces no logramos valorar lo pequeño -pero a la vez fastuoso- de la vida. La sola compañía basta para dejar de sentirnos finitos, tener la capacidad de creer y valorar mucho más allá de lo que la materialidad, tan propia de nuestros tiempos, nos permite sentir. A veces una sola palabra basta para colmar vacíos, a veces no nos damos cuenta cómo podemos contribuir con un simple gesto. ¡Y cuánto lo han hecho ustedes! Segurísimo de que muchos ni siquiera lo han de saber al considerar tan pobres sus gestos o palabras, tan superficiales, tan ínfimas. Y es que no es así, ¡nunca será así! Hoy les agradezco por ello, por el desinterés de retribución y el interés de fortaleza. Y también les pido mis más sinceras disculpas por todas aquellas veces que no pude ser lo esperado, que no logré cumplir sus expectativas, por esas veces en que simplemente la precipitación o los mismos complejos me paralizaron y no pude ser más. Ni las palabras pueden llenar tales vacíos.
Así finalmente quiero, hoy primero de enero, decirles lo mucho que disfruto con ustedes, lo mucho que les he tomado cariño, lo mucho que los valoro, lo mucho que los quiero, lo mucho que agradezco día a día tenerlos allí. Ahora la meta será alejarnos de la soberbia, obviar aquellas manías por sobreintelectualizarnos, dejar esas odiosidades innecesarias de lado y comprender que el mundo está hecho de compañía, reflexión y sentimiento. Seamos capaces de romper los esquemas, valoremos lo ínfimo pero a la vez tan hermoso, pongámonos sobre nuestros ojos para ver lo realmente valioso, acabemos con la apatía y transformémosla en ideales, ¡brillemos por lo que somos y no por que aparentamos ser! Para crear revolución, tenemos que ser capaces de revolucionarnos primero.
No podemos solos, todos nos equivocamos. Allí, cuando nos cueste, estaremos entonces juntos. Allí cuando creamos que nada puede salir bien, será entonces nuestra misión tender una mano. Allí cuando definitivamente el sentimiento de fin pueda más que las ganas de creer, tendremos que, una vez más, ser capaces de levantarnos. ¡Tenemos muchísimo por delante! Y así como no vale la pena encerrarnos en nuestros problemas o desear infaliblemente sentir pesar, tendremos que, una y otra vez, tendernos una mano. Nada es absoluto, perfecto ni inequívoco. Todo tiene su excepción, y como tal, todo es maleable. Podemos, en verdad podemos, ¡sí podemos!
Porque gracias a ustedes hoy puedo, y podemos, continuar un amplio y largo sendero. Porque definitivamente decir adiós no siempre implicará crecer. Porque, por más que llegue tarde, todo tiene sus recompensas. Porque sin ustedes no podría ser lo que soy. Porque creo firmemente que vale la pena seguir. Porque aún nos queda mucho, mucho por soñar...
Leía hace unos instantes una pequeña nota que publiqué hace meses (“La extraña sensación de no pertenecer a este mundo” ), una nota muchísimo más “mía”, una nota perdida entre tantas otras de un rol ajeno a la propia esencia, como es en este caso el de representación. Me sorprendió lo mucho que he podido avanzar, lo mucho que ha cambiado esa sensación, lo mucho que hoy me logro sentir distante a aquella congoja: alegría, entonces, y también reconocimiento. Reconocimiento a toda esa gente que estuvo ahí, a todas aquellas experiencias, a cada uno de esos momentos que son constitutivos de nuestro pasado, presente y futuro. Hoy siento que verdaderamente Derecho puede ser mi carrera, quizá no ya tan sólo para que se transforme en una plataforma económica que me permita dedicarme a la Docencia, sino también para poder contribuir a toda esa gente que lo necesita. No, no se me olvida lo pragmático y nocivo del Derecho ante un ideal de igualdad y cambio, pero tampoco podemos obviar el presente y sólo imaginar un futuro. La meta será triple: contribuir, idealizar y definitivamente cambiar.
Comprendí, también, lo muy vulnerable y apático que somos. A veces no logramos valorar lo pequeño -pero a la vez fastuoso- de la vida. La sola compañía basta para dejar de sentirnos finitos, tener la capacidad de creer y valorar mucho más allá de lo que la materialidad, tan propia de nuestros tiempos, nos permite sentir. A veces una sola palabra basta para colmar vacíos, a veces no nos damos cuenta cómo podemos contribuir con un simple gesto. ¡Y cuánto lo han hecho ustedes! Segurísimo de que muchos ni siquiera lo han de saber al considerar tan pobres sus gestos o palabras, tan superficiales, tan ínfimas. Y es que no es así, ¡nunca será así! Hoy les agradezco por ello, por el desinterés de retribución y el interés de fortaleza. Y también les pido mis más sinceras disculpas por todas aquellas veces que no pude ser lo esperado, que no logré cumplir sus expectativas, por esas veces en que simplemente la precipitación o los mismos complejos me paralizaron y no pude ser más. Ni las palabras pueden llenar tales vacíos.
Así finalmente quiero, hoy primero de enero, decirles lo mucho que disfruto con ustedes, lo mucho que les he tomado cariño, lo mucho que los valoro, lo mucho que los quiero, lo mucho que agradezco día a día tenerlos allí. Ahora la meta será alejarnos de la soberbia, obviar aquellas manías por sobreintelectualizarnos, dejar esas odiosidades innecesarias de lado y comprender que el mundo está hecho de compañía, reflexión y sentimiento. Seamos capaces de romper los esquemas, valoremos lo ínfimo pero a la vez tan hermoso, pongámonos sobre nuestros ojos para ver lo realmente valioso, acabemos con la apatía y transformémosla en ideales, ¡brillemos por lo que somos y no por que aparentamos ser! Para crear revolución, tenemos que ser capaces de revolucionarnos primero.
No podemos solos, todos nos equivocamos. Allí, cuando nos cueste, estaremos entonces juntos. Allí cuando creamos que nada puede salir bien, será entonces nuestra misión tender una mano. Allí cuando definitivamente el sentimiento de fin pueda más que las ganas de creer, tendremos que, una vez más, ser capaces de levantarnos. ¡Tenemos muchísimo por delante! Y así como no vale la pena encerrarnos en nuestros problemas o desear infaliblemente sentir pesar, tendremos que, una y otra vez, tendernos una mano. Nada es absoluto, perfecto ni inequívoco. Todo tiene su excepción, y como tal, todo es maleable. Podemos, en verdad podemos, ¡sí podemos!
Porque gracias a ustedes hoy puedo, y podemos, continuar un amplio y largo sendero. Porque definitivamente decir adiós no siempre implicará crecer. Porque, por más que llegue tarde, todo tiene sus recompensas. Porque sin ustedes no podría ser lo que soy. Porque creo firmemente que vale la pena seguir. Porque aún nos queda mucho, mucho por soñar...
Zona de Promesas
Mamá sabe bien, perdí una batalla
quiero regresar sólo a besarla
no está mal ser mi dueño otra vez
ni temer que el río sangre y calme
al contarle mis plegarias.
Tarda en llegar, y al final
al final hay recompensa.
Mamá sabe bien, pequeña princesa
cuando regresé todo quemaba
no está mal sumergirme otra vez
ni temer que el río sangre y calme
sé bucear en silencio.
Tarda en llegar, y al final
al final hay recompensa...
En la Zona de Promesas
La firma hoy no es como representante, sino como amigo. Gracias por todo.
Y, por supuesto, un gran abrazo.
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