Continúa Hablando
Continúa hablando, en serio, te estoy escuchando. Lo sé, me distrae esta cinta en mi mano, pero ello no significa que no te esté tomando en cuenta. ¿Qué por qué estoy tan inquieto? Es bastante sencillo, he sufrido la áspera muerte de dos amigos de forma tan abrupta, de forma tan violenta, de forma tan asfixiante, que es imposible no sentir apatía, como a cualquier ser humano realemente sentiría. Sí, sí, efectivamente tengo corazón, tengo estima, tengo razón.
El problema es que el dolor es la inducción hacia la plenitud. Pero nadie nos dice ni nos ha dicho qué es el dolor: quizá yo lo siento como pena, quizá tú como alegría, quizá otros como simple desprendimiento. En la vida las sensaciones no tienen reglas puesto nadie conoce qué son y cómo realmente se deberían desarrollar, logrando sólo tener vagas vivencias que nos dicen que así se siente, al igual que a la globalidad de nuestro mundo. Pero, ¿y si estamos todos equivocados? En efecto, creemos sentir. ¿Podemos comprabar que todos sentimos lo mismo ante las equivalencias que hemos otorgado en nuestro lenguaje a cada pseudo sensación?
Te contaré una historia. Hace ya bastante tiempo atrás, vivía yo en aquellos años la fortuna de haber sido uno de los tantos agradecidos con los beneficios reales de una humanidad, de una cuantiosa y económica humanidad. Es cierto, tan sólo tenía 14 años, pero podía disfrutar de pequeñas cosas que en mi vida significaban un alto placer. Sí, estoy tiritando, lo sé, estoy nervioso. Pero no me interrumpas, déjame continuar. El mundo parecía mucho más natural y complaciente de lo que te puedas imaginar. Mi salud, mi vida y mi integridad giraban en torno a las personas que siempre estaban allí, siempre a mi alrededor. Disponía de todo lo necesario para gritar, para andar, para cantar, para vivir, para sentir. Pero, a medida que crecía, me fui desilusionando del mundo: no todo era como lo parecía, no todo era como lo esperaba. La crueldad, la destrucción, la mentira, el juego, la política -también llamada vida misma- la corrupción, el desinterés… todo era extraño, pero a pesar de que todos parecían notarlo, nadie se esforzaba por cambiarlo. Nunca intenté hacer algo, siempre me quedé allí, sentado, viviendo, bailando, disfrutando quizá del vaivén de una mujer entre mis piernas, comiendo, llorando: mis ganas giraban en torno a ello, y nada parecía preocuparme, sólo era un raudo profanador de las transgresiones de la vida. ¿Qué tanto has transgredido tu propia existencia?
En fin, me interrumpes demasiado, veo que así no me dejarás hablar. Te pediré que te calles un segundo: te ayudaré un poc. Me presiona de alguna forma el no tener nada en las manos, creo que soy maniático del entretenimiento absurdo… bueno, todo es absurdo, todo es un permanente absurdo. En fin, lo tenía todo, absolutamente todo… y ahora, nada. Soy uno de los tantos que sólo quiere escapar y sentir que nada a su alrededor le llena, deseando experimentar el goce de probar un poco de todo: viví de fiestas, dormí en las calles, pateé piedras, violé mujeres, tuve sexo con hombres, profané iglesias y escupí a mi propia simpatía. ¿Qué? ¿Te sorprende? ¿Acaso me vas a decir que nunca has sentido la necesidad de hacer algo de ello? El ser humano es destructivo, se deleita haciendo sufrir al resto, destruyendo cosas, matando lo ajeno. Si no fuese por las claves de una sociedad dormida y deformada por la ansiedad compulsiva de quererlo todo, el humano no sería nada más que la peor pesadilla de Dios. Las reglas son las reglas, y como en todo juego hay de éstas, yo quiero continuar con el mío. ¿Sientes en este momento la ostentosa necesidad de quebrar algo, de romperlo todo?
Mis padres y hermanos murieron en un accidente hace dos años atrás: todos estaban en casa y dormían, cuando un incendio afectó a los vecinos. Sin entenderlo, algo pareció propagarlo rápidamente hacia el lado: litros de gasolina estaba en nuestro patio. Aquel día había salido horas antes a unas de mis innumerables fiestas arriba del auto de mi padre, el cual parecía anticiparse a la tragedia, pues lloraba grandes cantidades de su sangre, regando sus lágrimas de gasolina a través del patio de mi morada. Al regresar, no había nada, nadie, nada. Brazos de sol lo habían consumido todo. Como siempre el gobierno y la tropa de esqueletos de viciosos del poder lamentaron la tragedia, pero de seguro de pasarles a uno de ellos, no habrían estado en las condiciones que estuve yo. Es casi divertido tenerlos cerca, nunca sabes si puedes confiar en ellos aunque creas que entregan todo por ti, y sus sonrisas cínicas no son más que la petición de un futuro apoyo. ¿Y tú, los apoyarás?
¿Qué dices? Habla mejor, no te entiendo. ¡Ah!, es cierto, creo que estás algo limitado. Tranquilo; exprésate, siente por primera vez que alguien el lo lóbrego de tu entorno te escucha. Ya veo, entiendo. Sí, sé que sabes, sé que tú fuiste un de los tantos que me ayudó a superarlo, pero ahora… ¿Me preguntas por el amor? ¿Aquello que no es más que una agónica supuesta felicidad? El amor no se define, no es conmensurable. es críptico y sobreexplotado. Sí, me enamoré muchas veces en mi vida, pero nunca conocí el amor. ¿No me entiendes? Puede ser el arma de doble filo más grande que haya conocido: piensas siempre en alguien, te desesperas, te sientes dependiente, te obsesionas. Lo peor es que todo ello no mide barreras, no mide sentidos, no mide complejidades: puedes enamorarte de quien menos esperas y de quién quizá nunca lo hubieses creído, provocándote sólo dolor, y más aún cuando todos parecen juzgarte porque no te comprenden, ni a ti ni a lo que puedas oler de tu corazón. Yo era uno de ellos que nadaban eternamente en nubes de cariño, me gustaba querer a la gente, sentirla cerca, gozar cada insante con ellos. Me enamoraba de la gente, sentía que realmente era mucho más importante sentir el calor de alguien en un abrazo que tenerla para sólo juntar nuestros cuerpos. Sin embargo, el rompecabezas no calza, una pieza debe haber quedado a la deriva. Muchos golpes me hicieron cambiar, me hicieron depender de lo que esta aquel momento consideraba como filosofía de vida. En ello comprendí que nunca amé, pues el amor hacia alguien significa convertirme yo en la otra persona. Muchas veces lo negué, pero sólo me negaba a mí, dañándome. ¿Qué tantas veces has negado tú el amor?
Cierto, sin dolor no te haces feliz, pero no se puede vivir eternamente buscando la felicidad. ¿Qué si es cierto? Pues claro. ¿O me dirás que nunca lo has sentido? Si las lágrimas son señal de alegría y felicidad, ¿por qué la felicidad no puede ser la tristeza y la sinceridad la mentira? Son paralelismos agónicos de la vida, compañero.
Veo que te mueves menos, ya no estás tan acelerado. Me alegro de que te relajes, pues así será todo mejor. En fin, al final todo es cruel, todo es distante. Siempre intenté buscar pretextos, pero nunca daba con alguno que me fuese certero. La vida me había quitado mucho: mi familia, mis padres, mis hermanos. ¿Qué he hecho yo? ¿Qué carreteras sin sentido intenté tomar? El tiempo se me escapaba de las manos, y yo sólo intenté disfrutar mi vida, pero esta parecía sólo querer golpearme, cada vez más, cada vez más, cada vez más. Poco a poco caía en este caos sin sentido e intenté aferrarme a situaciones que habían marcado mi vida: las lágrimas, los brazos de calor, la despreocupación.
Ya no te escucho, ¿qué sucede? Si, así parece, nadie me toma atención, nadie es capaz de escuchar mis historias, nadie es capaz de tan sólo atenderme un mísero minuto de su vagabunda vida. La sociedad no me comprende, la sociedad me dilata, la sociedad me impregna de este sucio temor a no querer salir nunca más de allí, nunca más de acá, nunca más de mí mismo. No, no es mi culpa señor, no, no lo es. Es el mundo el que no me ha dado las facilidades para poder estar próximo a lo que quiero, yo no decidí nacer donde estoy, yo no decidí ser así, yo no decidí ser lo que ahora soy. Si el mundo no cambia para mí, ¿por qué debería cambiar yo para él? Más de alguna vez escuché a muchos decir que no hay que sentirse impotente por el error de mundo en el que vivimos, hay que sentirse de tal forma por no querer cambiarlo. Y eso, ¿a mi qué? No me interesa tu corrupto planeta, no me interesa tu basura de país, no me interesa tu absurda amistad. Lo he perdido todo y nadie lo nota, nadie me da sólo una palabra de aliento. ¿Qué tantas ansias de reconocimiento hay en tu tierna retórica social?
Ya es hora de que fumes un suspiro más en tu cuerpo, y con gusto te brindaré mi último cigarro. Si tan sólo no estuvieses allí, enfermo, enfermo de querer disfrutar la vida que ya ves lejana; si tan sólo pudieses cerrar esos determinantes ojos y abrir esos desistidos oídos para volver a atenderme; si tan sólo no existieses acá, como un frío cuerpo asfixiado de sudor y gasolina, congelándote con mi fuego, encendiendo tu sangre, muriendo de querer vivir… notarías que estás muerto. Pero, un consuelo: Tranquilo, el mundo que tanto amas no llorará tu muerte.