Distancia
- Aló… ¿Luís?
- Hola, soy yo ¿qué sucede?
- Necesito hablar contigo, es urgente, ¿podríamos juntarnos mañana en la plaza sur después del término de las clases?
- No hay problema, pero… ¿qué es tan grave que no me lo puedes decir ahora ni en la sala de clases?
- Por favor, no me presiones, pronto lo sabrás. Nos vemos mañana, adiós.
Tuve que armarme de demasiado valor para decir semejantes palabras, en ese momento me sentía extremadamente solo, triste, distante. Aún yacían rastros de dulce agua en mi cara, mientras mis enrojecidos ojos se negaban a aclarar y dar señas de recuperamiento. Ya no era mi cuerpo el que se lamentaba, sino mi ser interior que buscaba algún tipo de extraña reflexión llorando, nada más que llorando. No soy de los que creen que existen las verdaderas amistades, siempre hay algo que destruye: el engaño, la traición y la mentira proliferan en abundancia cuando eres capaz de abrirte con alguien; cuando tú eres capaz de entregar todo de ti, creyendo que sabrán ampararte, te golpean en lo más bajo con tanta arrogancia y destructora simpleza, que te hace pensar que a veces es bueno guardar el dolor, a pesar de que te mate y obligue a sonreír al mundo mostrando facetas que sabes engañan, mientras sientes que tu alma se descascara y te pudre por dentro. Con él la relación era diferente, lo conocía hace solo meses, y , a pesar de que en un comienzo todo fue difícil por las evidentes diferencias que cada uno se creaba respecto del otro, llena de prejuicios y vanidades, el tiempo supo unirnos y decir lo contrario. Me hizo cambiar la visión del mundo, ahora sí podía creer en los lazos, me había vuelto más sereno, mas no menos inquieto, me había concedido nuevamente el poder reír sin necesidad de burlarme de otros, me había brindado nuevas ganas de vivir y seguir adelante, me había dado algo que había perdido: confianza.
El tiempo avanzó y la tibia noche de otoño me dejaba dormir a sus pies. Todo sucedió muy rápido, creo haber despertado sonriente por el recuerdo de aquella conversación de días atrás, la que ahora me encarnaba en un viviente sueño dispuesto a dar pié a los más infundados deseos. Me bañé y vestí tan rápido que creí perder más tiempo en perfumarme y llenarme de cremas la cara; siempre fui bastante cuidadoso conmigo mismo, era deseoso de sentirme y verme excelente, lo que me conllevaba a un fatal error: mientras estuviese bien a ojos del mundo, podría sentirme de igual manera en mi interior. Aquello me aterraba, ser susceptible al rechazo, ser susceptible al encarcelamiento de la sociedad, sentirme solo, desamparado. No podía vivir así en el mundo, necesitaba permanentemente de alguien a mi lado, que me acompañase, abrasase, tomase mi pelo y me dijese cuanto me quería, un espacio que solo muy pocas personas sabían llenar.
Poco tiempo había pasado cuando ya me veía recorriendo Santiago sobre el metro, aquel malicioso transporte que convierte mis mañanas en junglas llenas de gente que te observan con miradas perdidas, propias del sueño y la insatisfacción. Nuevamente me asustaba, mi imaginación me decía que todos me querían ver, todos me señalaban con el dedo, burlándose, riéndose, nombrando despectivas palabras, groserías y aliteraciones, prejuicios que me destruían y no me dejaban explayarme en paz, todo por ser como creo ser: diferente. De pronto la vi a ella, distante, tan lejos que no podría hablarle, era Javiera, mi mejor amiga y en ese entonces polola de Felipe, culpable de mis sentimientos destructivos, culpable de quererla tanto. Creí estar a punto de ahogarme y caer, por un momento pensé en contarle todo, pero el miedo no me dejó acercarme, me transformaba nada más que un cobarde. La soledad transforma las horas en lentos pesares, el cansancio te consume, cada minuto se convierte en el último, como una navaja que prospera al ritmo de cada segundo, como una cuchilla que se acerca a tu pecho mientras todo instante te convoca a estar más cerca de sangrar. De pronto escuché un irritante sonido, había vuelto en mí mismo, mientras podía percatar como la gente abandonaba sus asientos y salía al exterior: había llegado el fin de mi viaje y ya no la veía, su miel cabellera había desaparecido.
Al interior del colegio todo fue distinto, volví a aparentar como siempre, y nadie parecía creer lo contrario. Aquello me daba una especie de maliciosa alegría, sabía que era un buen actor, pero no me gustaba el contexto por el cual debía serlo. Por primera vez en mi vida sentí que las lentas horas de clases, aquellas donde más me dedicaba a soñar que a estudiar, pasaban rápidas y distantes. Felipe estaba detrás, inquieto, quería saber ya qué era lo que tenía que decirle. Al fin llegaba el momento y la irritante melodía de la gigantesca campana me penetraba los oídos, dejándome helado, estático y sudoroso en mí banco. Todos querían irse, escapar ya de aquel infernal lugar, y como no, si la última hora del día viernes es el momento más codiciado por todo escolar; en cambio yo seguía ahí, muy preocupado. Mi amigo me miraba y comprendí que era el momento de seguir adelante, ya lo había pensado mucho y no podía ver atrás. Caminamos lento, despacio, hablando del colegio, fiestas y el fin de semana, más muchas otras cosas que sosteníamos en común. Al rato ya me veía rodeado de verde pasto, desganados árboles y suaves brisas que surcaban las nubes, derramando pequeñas hojas secas en nuestros oscuros zapatos. Nos encontrábamos solos sin nadie, nadie tan cerca como para oírnos.
Quería que todo siguiera rápido, inflexible al tiempo. No podía seguir así, necesitaba sacar aquello que llevaba dentro y todo me decía que Felipe sabría cómo ayudarme. Ya lo había dicho, no tenía problemas con cuan sincero fuese con él.
- Bien, has estado demasiado extraño hoy. De verdad me estás preocupando, no es normal que estés tan callado e introvertido, quizás tiene relación con lo que me vas a decir y quiero escucharlo.
- Felipe, no he estado bien éstos días… he estado demasiado confundido, no sé si debería decirte esto.
Rápidamente fui capaz de explicarle en breves tiempos todo lo que he escrito, sin mencionar algo que debía confesar. Él pensó que me sentía incomprendido por el mundo, por mi familia, por mis padres, con los cuales, de por cierto, tampoco tengo tanta cercanía, conmigo mismo. Se me pasó por la mente dejar todo allí, al fin y al cabo me había escuchado y comprendido, pero su aprensivo abrazo me produjo valor: no sospechaba cuanto me hacía daño.
- Felipe… creo que me estoy enamorando.
- Jajaja. Pues eso es muy normal y quizás muy bueno. A ver si encontramos a alguien que me ayude, no te hace bien estar así.
- ¡Cuánto más quisiera yo que todo fuese tan sencillo! Pero tú no lo estás entiendo, tengo miedo, tengo temor a que esto me destruya, a que no pueda seguir adelante.
- ¿Pero qué pasa? ¿De quién te has enamorado? ¿Por qué dices que puede llegar a ser tan destructivo?
Yo no quería ser directo. Pensé que podría provocarle daño, alejarlo, desperdiciar la vida en un instante, pero cometí un grave error al seguir con alusivas.
- Veo que no lo entiendes – susurré.
- Sólo dímelo, me estás inquietando, ¿conozco a tal persona?
- Si… la quiero más que a nadie en el mundo, a veces más que a mí mismo.
Él se veía pensativo y trataba de imaginar quién podría ser. Pronto pareció comprender algo y me miró con extraña sinceridad. Me tomó ambas manos, apretándomelas y observándome como tan sólo él lo sabe hacer. Por un momento creí que descargaría su furia sobre mí, golpeándome o diciéndome que todo era imposible. Aquello no me importaba, sólo quería que el mundo supiese mi verdad. Pronto alzó la voz:
- Es Javiera, ¿verdad?
- ¿Javiera?
Creí ser el ser más infeliz del mundo. Nuevamente quería terminar todo ahí, pero el solo mirarlo me dejaba anclado a la tierra.
- A Javiera la quiero demasiado y no quiero hacerle daño. Si supiera lo que te digo se desilusionaría de mí, es allí donde ella también está involucrada, no quiero herirla ni hacerla sentir mal, por eso que te traje aquí.
- No sé qué decirte… estoy confundido, me has tomado por sorpresa, nunca creí que vieras en ella más que una amistad.
- ¡No es ella a quién amo! Comprende, mi cariño es imposible, me destruye, me margina, le provoca rechazo al mundo, siento dolor de amar tanto, es algo que no puede surgir. En poco tiempo sostuve con esa persona lo que con otras personas jamás logré.
- ¿Qué? – Felipe parecía estar tan confundido como yo -
- No me entiendes, nunca debí arriesgarme a esto, será mejor que lo dejemos hasta aquí, no creo poder seguir, no quiero seguir torturándome sin sentido.
La mirada de complejidad de Felipe fue lo último que alcancé a divisar. Rápidamente había tomado mi mochila y puesto en marcha. A través de un espejo retrovisor de un auto a las orillas del camino, pude verlo nuevamente sentado, parecía un poco alejado, distendido, tal parece que había logrado comprender la causa de mi sufrimiento. No intentó seguirme ni me buscó más. Desde aquel día sentí que todo lo que creía se derrumbaba, la fuente de mi sensación de vivencia se había alejado.
Otra vez tenía una lágrima en la mejilla, mientras las agónicas voces de todo el mundo me llamaban a tomar distancia, condenado nuevamente a estar solo, más que nunca.