19 ene 2010

La fiabilidad de la ciencia, sus teorías y lo pragmático: inducción, deducción y su relación con el Derecho. ¡No existen imposibles!


Podemos entender el inductivismo (o método lógico-inductivo) como un método científico que pretende obtener conclusiones generales a partir de premisas particulares. Esto se basa en dos convicciones neurálgicas: primero, que existen hechos positivos, es decir, “puestos” (un hecho existente independiente del observador); segundo, que no se debe teorizar, sólo debemos guiarnos a partir de los hechos positivos (desconfiar de todo aquello que implique la subjetividad del observador: prejuicios, limitantes culturales, sesgos ideológicos, etcétera) De esta manera podemos entender que si, por ejemplo, un perro por medio de la comprobación empírica -esto es, a través de los sentidos y lo observable- no se transforma en gato (a pesar de las reiteradas veces que podamos evidenciarlo), la conclusión será que el perro no se transforma en gato. Así, si un caso X no se convierte en Y una vez, dos veces, tres veces, n-veces, podemos concluir, entonces, que X no cambia a Y.

Inducción Directa:

Comprendemos la inducción directa como a pretensión general de la inducción en que, a través del razonamiento inductivo (de premisas particulares y básicas a una determinación general), se pueden obtener conclusiones universales y necesarias. Universales en el sentido tal que abarcan un espacio temporal extenso[1] con conclusiones válidas para un pasado, presente y futuro. Necesarias pues, según Bacon, “no pueden ser de otra manera” Ambos términos están íntimamente relacionados entre sí: la conclusión es necesaria pues se considera universal. Si tras observar una gran cantidad de perros, estos no se convierten en gatos, podemos decir, entonces, que los perros no se convierten en gatos y que en ningún caso podrían hacerlo.

El gran crítico de esta idea es el filósofo escocés David Hume en “Tratado de la Naturaleza Humana” Sus concepciones se basan básicamente en dos puntos:

  • Primero, su detracción se puede considerar al entender que las series inductivas son incompletas. Podremos haber visto uno, cinco, diez, cien, miles de perros no haberse convertido en gatos, mas de tal cantidad a haber comprobado empíricamente que todos los perros no se transforman en esos felinos existe una diferencia abismante. ¿Podemos decir, entonces, que los perros no pueden convertirse en gatos? Claro que no, precisamente pues no podremos concebir en su totalidad a través del empirismo que ningún perro se haya o se pueda convertir en gato. Sin embargo, anteriormente dijimos que la conclusión de la inducción directa es universal y necesaria, siendo esto último clarísimo al momento de considerar que no puede ser “de otra manera” Pues bien, al no existir el patrón general y amplio de todos los casos, no podemos, distinguir que una conclusión elaborada a partir de inducción directa sea necesaria. El carácter incompleto de la continuación de perros a observar para poder comprobar si efectivamente no se convierten en gatos (y de paso entender que por más que se pudiese hacer ello, tendríamos que observarlos eternamente para descartar que en un futuro no pudiesen generar el cambio en cuestión, como también considerar que no hemos observado todos los hechos del pasado) nos permite afirmar, además, que la conclusión no posee un carácter universal, por ende, nuevamente, necesaria.


La necesidad de una conclusión inductiva tiene muchísimo que ver con la certeza y confianza de determinadas cosas o acciones. Efectivamente, no tendrá la certeza de que los perros no se pueden transformar en gatos, pero sí la confianza subjetiva de que generalmente no lo hacen. Por ende, vivimos en un mundo basado en la confianza de los hechos, no de su certeza.

  • Como segunda gran crítica, debemos considerar el holismo presente en la inducción, pues nuestra confianza en ella está fundada inductivamente. Observo reiteradamente que los perros no se transforman en gatos, por más que miro las vacas no vuelan, continuamente mi computador no me habla: todas esas inducciones resultan, por ende, la inducción como modelo resulta. Acá se establece entonces el círculo errático: si cada inducción no es universal ni necesaria, la inducción hecha sobre el conjunto de inducciones tampoco lo es.


Nuevamente lo que tenemos es confianza, no certeza, lo que a su vez conlleva un gran inconveniente: la confianza es de tinte subjetivo, pues se basa en la concepción del observador. Así, ¿existen parámetros para definir en qué se debería confiar y en qué no? Quizá en términos de cantidad de hechos “comprobables” no podamos establecer ningún consenso acerca de cuándo podemos o no confiar en una determinada conclusión. La lógica nos dice que mientras más demostraciones empíricas sostengamos, más confianza deberíamos tener en la conclusión de la respectiva inducción, mas ello depende en gran medida de qué queremos comprobar y la valoración que cada uno de nosotros pueda darle al hecho en cuestión.

Inducción Progresiva:

¿Es posible obtener confianza objetiva? Ésta entendida no como certeza, sino como una base que sea proclive a nuestro actuar con seguridad. Es en base a esta pregunta cuando surge la idea de John Stuart Mill en “Sistema de Lógica Inductiva” acerca del concepto de Inducción Progresiva. Acá se propone que las premisas base de la inducción no producen conclusiones necesarias, es decir, no son absolutas: éstas no conducen necesariamente a la verdad. Sin embargo –he aquí el punto de disyunción interesante- sí nos permitirían “acercarnos a la verdad” Esto produce que nuestra confianza en la inducción, en principio subjetiva, se “acerque a la verdad”, por ende adquiera rasgos de confianza objetiva (la cantidad de premisas es un dato objetivo) pues nos entregaría mayor confianza en nuestro actuar.

El proceso nuevamente conlleva críticas. Podemos definir ellas, nuevamente, en dos esenciales:

  • Una idea que se transforma en el cimiento de la inducción es aquella que dice relación con “no especular” Se supone que la inducción se basa en hechos positivos, en hechos existentes, en hechos independientes de la subjetividad del observador. Es en base a ello que podemos razonar de tal forma de generar una conclusión universal y necesaria, mas siempre previniendo no interceder con aspectos personales o fuera del ámbito objetivo. Si tras la crítica a la inducción directa lo que tenemos es sólo una cadena de premisas básicas (hecho positivo), ¿qué garantía tenemos de que podemos llegar a una única verdad con ellas? Quizá no exista tal verdad, quizá no sea sólo una. ¿Caemos entonces en la subjetividad o en el “romper la idea de no especular”? Efectivamente, al momento de plantear que con la inducción progresiva nos “acercamos a una verdad”, estamos teniendo como tesis básica que existe una verdad. ¿Nos podemos acercar a través de una mayor cantidad de premisas evaluadas a una verdad que no conocemos? No, sólo especulamos aquello. Y bien, ¿podíamos especular? Nuevamente la respuesta es negativa. A Través de esto estaríamos rompiendo la estructura propia de la inducción.


  • Al parecer nuestra confianza es objetiva pues podemos incrementarla al momento en que aumentan las premisas que derivan en una misma conclusión. ¿El que ha demostrado 100 veces un hecho X, está más cerca de la verdad que el que lo ha hecho sólo 10? ¿Cuánto les falta a ambos para poder determinar la certeza total a su planteamiento? En rigor, una cantidad infinita de experiencias. ¿Tiene algún sentido, entonces, decir que uno está más cerca de la verdad que otro? Claramente no, pues en términos lógicos la distancia sigue siendo la misma.


Como paréntesis, podemos definir matemáticamente el error que se comete al creer que nos “acercamos a la verdad” en medida que tenemos más premisas que nos arrojan una misma conclusión. Si hemos observado 5.000 perros que no se han convertido en gatos, y tiempo después anotamos 100.000 que tampoco lo han hecho, ¿estamos más cerca de la verdad con esta última anotación? Como se dijo anteriormente, no conocemos el total de perros (suponiendo un presente) ni podremos tener un número concreto para testear algo universal y necesario en medida de su constante reproducción. Tenemos, entonces, dos momentos:

Para comprobar qué momento nos es proclive a tenerle más confianza, podemos usar una equivalencia fraccionaria. Multiplicando numerador por denominador opuesto sabremos qué fracción representa cardinalmente un mayor número, por ende, mayor confianza supuestamente objetiva.


Tras la multiplicación, comprobaremos que para ambos casos el resultado es el mismo. Esto debido a que en un juego de N° de probabilidades / N° de casos, la probabilidad de que una información empírica sea verdadera es siempre cero (la prueba es infinita)
Efectivamente, ninguna fracción representa más que la otra. Tal parece que la confianza que se tiene en las inducciones tiene mucho de subjetivo y poco de lógica o carácter objetivo.

Inducción Probabilística:

En este tipo de inducción ya no consideramos que la serie inductiva apunta simplemente a una dirección: en medida de las premisas que tenemos, podemos derivar diversas conclusiones, pero debemos optar por aquella que presente una probabilidad mayor. Sin embargo, ha de tenerse presente que por muy ínfima que sea una probabilidad, ésta puede desarrollarse. El problema de esta forma de concebir el inductivismo es que mantiene la tendencia a considerar a todos aquellos sucesos que no cumplen con la conclusión final como “errores experimentales”, siendo que existe la probabilidad lógica de que tales errores experimentales puedan ser ejemplos de soluciones también verdaderas pero que son desechadas por ser “menos probables” Así, entonces, no podemos obtener certeza de que una conclusión nos lleve a la verdad porque es más probable que así sea.

Cabe destacar que este tipo de inducción contiene a la de carácter progresiva. Para aquellos que se manifiestan a favor de la inducción probabilística, no hay que considerar la serie inductiva como algo asilado, sino que se debe notar su evolución para poder determinar de forma más efectiva qué conclusión es la correcta. Así, si un hecho X va aumentando con el pasar del tiempo su probabilidad de desarrollo (una progresión), es correcto fundar nuestra confianza en él tras la evaluación comparativa del proceso. Esto implica que, por ser un hecho “más probable”, se acerca más a la verdad; sin embargo ello conlleva el mismo proceso de crítica desarrollado en el punto anterior: no tiene mayor sentido decir que nos acercamos a algo desconocido y que tiene infinitas premisas. Finalmente, entonces, sólo podemos alcanzar por medio de la inducción probabilística confianza subjetiva en que posiblemente los resultados con mayor porcentaje son los más colindantes a la verdad. La inducción fracasó en su misión esencial: pretender que por medio de diversos hechos positivos o empíricos pudiésemos llegar a la verdad, y ahora sólo dependemos de si logramos/deseamos creerle o no a las cadenas inductivas.

Es increíble como continuamente desarrollamos todas nuestras actividades y creencias por medio de la inducción. Si bien tiene un carácter esencial básico, pues nuestra vida se basa en gran parte de experiencias, muchas veces no somos capaces de notar que hemos ido poco a poco naturalizando una serie de acontecimientos que no tienen por qué parecernos tan lógicos o cotidianos. Personalmente, me es asombroso considerar todo lo que anteriormente se ha planteado. De hecho, apenas supe lo anterior, recuerdo haberlo comentando a todos mis cercanos, tanto familiares como amigos. Sin embargo, la respuesta no fue del asombro que yo pensé podía generar. Y es que no se trata de no tener interés en el tema o prácticamente ignorar que ello sea relevante, sino que a través de la construcción que hemos establecido lo más cómodo parece seguir ignorando lo poco que sustenta nuestra confianza en muchos aspectos cotidianos de nuestra vida.

Ante eso, me planteé mucho la situación una y otra vez. Efectivamente siento la comodidad de creer en un mundo establecido, en una lógica continua que parece consumirnos a todos. De hecho, me sigue asombrando que algo que parece tan sencillo de entender no sea de tan amplio conocimiento ni siquiera a nivel básico en las mallas curriculares de nuestra educación. Sin embargo, pretendo tampoco ser iluso: cuestionarse a través de la filosofía aspectos que siempre nos intentan hacer creer certeros como la ciencia, sólo provocaría mayor escepticismo, existencialismo, o, en el mejor de los casos (peor para aquellos que sustentan el actual sistema), un deseo sedicioso para el cuestionamiento y posterior cambio de nuestra realidad.

Y es que no puedo dejar de separar el idealismo de lo práctico. No tiene mayor sentido redundar en todo lo anteriormente expuesto en cuanto a lógica de la crítica a la inducción (y ejemplificar eternamente lo que es y no en realidad nada sustenta que así sea), por ende me permito extrapolarlo (con consideraciones mucho más amplias, no necesariamente siguiendo la idea de premisas reiteras – conclusión universal y necesaria) a algo muchísimo mayor, un modelo o sistema capitalista imperante.

Las bases del actual capitalismo avasallador no siempre están en la inducción, es más, parecen más cercanas al Método Hipotético Deductivo, sobre todo por lo relacionado a las Ciencias Económicas. Sin embargo, a nivel personal nuestra confianza en la inducción muchas veces nos lleva a no cuestionarnos el sistema. He allí el conflicto: el eterno pragmatismo de la experiencia, de lo visto, de lo real, de lo necesario y de lo objetivo nos hace perder esas ganas de cuestionarlo todo y pensar un poco más allá. Así, lo que creemos real y todas aquellas situaciones del día a día que hemos naturalizado nos mantienen sumergidos en una burbuja que se transforma en dominación a cargo de unos pocos.

Entender que continuamente nos hemos engañado sirve para poder reventar aquella apatía. ¿Qué pasaría si todos nos diésemos cuenta de las amplias críticas a la inducción, y viviésemos en conjunto con ellas? Quizá todo sería caos y decepción, puede ser. Sin embargo me permito nuevamente tomarlo desde otro punto de vista: de la destrucción surge el crecimiento, poder decir adiós es crecer. El cuestionarse la lógica holística y continua de la rutina (desde el despertarnos, tomar la micro, ir a la universidad o trabajo, almorzar, seguir estudiando, pagar una cuenta, etcétera… ¡todos actos basados en la confianza que nos otorga la inducción!) nos permitiría ir un poco más allá. Entender que no todo lo inductivo es necesario (¡qué el mismo derecho, si las cosas fuesen distintas, podría no ser necesario!) nos ampliaría la capacidad de soñar, que por más que muchas batallas podamos perder continuamente contra el sistema imperante, la próxima no se sigue de la misma lógica que las anteriores y puede ser completamente distinta; que por más batallas que podamos perder no significa que la conclusión necesaria y universal sea que no hay forma de cambiar la realidad de muchos. La ciencia nos ha “puesto los pies en la tierra”, en una tierra en que hemos construido mucha realidad y poco idealismo. La destrucción de la inducción como modelo de ciencia nos da una esperanza de entender que no todo lo que se propugna como real debe necesariamente serlo, al contrario, hay una infinidad de situaciones y realidades que pueden perfectamente existir, en un presente, en un futuro.

Finalmente, y a modo de ejemplo un tanto lúdico y anecdótico, hacer referencia a un documental que la cadena BBC[3] liberó el año 2008. En él se mostraba cómo a través de una amplia investigación se había descubierto que los pingüinos volaban. La noticia causó impacto en muchos, mientras que los más reacios tanto como los más cercanos a la ciencia buscaron de inmediato síntomas de validez o falsedad en los hechos. Efectivamente el documental tenía una razón de ser: había sido creado para el “Día de los Inocentes” y no era verdadero. Sin embargo, mostraba algo asombroso: los pingüinos podían volar, sólo que nunca nadie antes los había visto hacerlo. A través de la inducción habíamos establecido que aquellos animales no podían volar, mas, como ya hemos de conocer, no podemos recoger toda la experiencia objetiva de todos los casos: acá teníamos la excepción a la regla, acá teníamos la muestra de que no todo aquello en lo que creemos es necesariamente cierto. ¿Y si los pingüinos pudiesen volar?

Ya hemos considerado que la inducción directa no nos permite obtener conclusiones necesarias ni universales, es decir, no nos otorgan certeza. La inducción progresiva y su concepto de “acercamiento a la verdad” no posee mayor consistencia en cuanto a la lógica de “acercarse a lo desconocido”, mientras que la inducción probabilística pierde consistencia en medida que relacionamos con ella también a nivel de cimiento el tipo de inducción anterior. Esto, entonces, nos deja como conclusión que nada puede ser probado empíricamente. En base a todo esto, la comprensión de un fenómeno se reduce a explicación, y ésta, por consiguiente, se comprende como correlación o mera conformidad con una regla general. Frente a todas estas conclusiones, la Filosofía Clásica de la Ciencia plateó otro concepto de ciencia: si antes la premisa esencial era “no especule, refiérase a los hechos positivos” (base de la inducción), ahora es “especule, cree hipótesis, piense en nuevas posibilidades, pero, eso sí, debe probarlas” Esto es lo que conocemos como Método Hipotético Deductivo: a partir de ciertas ideas previas se genera una hipótesis sin importar los elementos subjetivos o objetivos que sean incidentes para su generación, mas lo que sí es relevante es el proceso posterior, probar, a través de consideraciones empíricas, que la teoría en cuestión tiene sustento y validez.

Tenemos, así, diferentes pasos a seguir para poder otorgar consistencia al Método Hipotético Deductivo:

a) Tener Ideas Previas: Para poder desarrollar la hipótesis, es necesario tener una base que sirva como sustento para la creación de ella. A través de estas ideas se pueden postular diversas consideraciones. Cabe destacar que aquí, a diferencia de la lo que propugna idealmente la inducción, no sólo podemos remitirnos a premisas objetivas o experimentalmente comprobables a través de hechos positivos, sino que pueden perfectamente entremezclarse diversas nociones subjetivas, como tampoco es de gran relevancia la capacidad del observador de prácticamente abstraerse de toda virtud que pudiese confundir o tergiversar lo observado. Si bien es preferible distinguir y considerar de la mejor forma posible los hechos, lo importante es que tales ideas previas puedan jugar, como expresa Karl Popper, “un papel benéfico como fuente de ideas posibles”

b) Observar: Ya con ideas previas concebidas, nos proponemos observar. Acá se tiene plena idea de que tales ideas determinan el carácter de lo que podemos dirimir, pero como fue explicado ello no es negativo. Se establece la relación entre el observador y lo observado, recogiendo todo aquello que pueda ser de utilidad para la creación de la hipótesis. Generalmente las ideas previas más lo observado suelen derivar de un problema. Por ejemplo, los astrónomos Adams y Le Verrier descubrieron en el siglo XIX que el planeta Urano no mantenía la órbita alrededor del sol prevista por las leyes de Newton.

c) Creación de la Hipótesis: Las hipótesis son enunciados, no hechos. Con este proceso se crean ideas de cómo funciona determinado fenómeno en la realidad. Lo relevante no es las características de la hipótesis, sino que de ellas se puedan deducir consecuencias con las que se puedan establecer experimentos que muestren si se generan realmente o no. Cabe destacar que de los enunciados se pueden decir que son “verdaderos” o “falsos” por medio de la comprobación empírica, es decir, si los hechos que expresan se dan o no, sin embargo no tiene sentido decir que los hechos son “verdaderos” o “falsos”, pues de ellos sólo se podría decir que “se producen” o “no se producen”. Ejemplificando, y siguiendo la lógica del caso anterior, Adams y Le Terrier pensaron como que lo anterior se explicaría pues existiría otro planeta en una órbita más superficial que con su atracción producía tal anomalía.

d) Contrastación experimental: Por medio de este proceso se establece si un hecho ocurre o no, y a través de ello –como puede ser deducido del paso anterior- podemos definir si las hipótesis (que son enunciados) son verdaderas o falsas. Cabe destacar que lo que se contrasta no son las hipótesis directamente, sino los hechos particulares que debiesen existir o generarse por medio de lo enunciado. Así, se pretende a través de consideraciones particulares obtener resultados para generar juicios acerca de la generalidad que señala la hipótesis. La contrastanción de una hipótesis tiene dos aspectos: por un lado, uno rigurosamente empírico que pretende determinar la ocurrencia o no de los hechos establecidos por los enunciados, y por otro, existe un aspecto estrictamente lógico, donde se crea una relación entre la verdad o falsedad de los enunciados y la verdad o falsedad de la hipótesis. Ejemplificando, el astrónomo Galle utilizó un telescopio que halló efectivamente el planeta supuesto que provocaba el problema con la órbita de Urano (Al que posteriormente denominarían Neptuno), confirmando la hipótesis por medio de la experiencia.

Si el resultado de la hipótesis resultase ser falso por medio de la comprobación, entonces sería necesario nuevamente observar y desarrollar una hipótesis que considere tales errores, de forma de corregir lo que pudiese derivarse de tales complicaciones. Si la conclusión resulta ser verdadera en analogía a los enunciados particulares, debemos contrastar nuevamente. Si todavía es falsa la conclusión, volvemos a observar, si ahora sí es verdadera, regresamos a contrastar. El inconveniente que se genera con este método es que si contrastamos infinitamente para establecer si una hipótesis es verdadera, entonces no podemos instituir que una hipótesis sea verdadera pues tendría el mismo problema que el inductivismo con una cadena finita de inducciones. De la verdad del consecuente (resultado obtenido de la contrastación) no se sigue la verdad del antecedente (hipótesis anteriormente formulada). Por el contrario, con este método sí se podría indicar la falsedad de una hipótesis: basta con que una contrastación dé resultado negativo para establecer que la hipótesis puede ser desechada. Esto es lo que Popper denomina “asimetría lógica entre verificación y falsación”.

El problema que se genera con el Método Hipotético Deductivo es que en muchas ocasiones puede llegarse a un resultado positivo para el mismo fenómeno desde diferentes métodos, lo que sostiene la posibilidad de que se puedan aplicar dos o más teorías a diversos aspectos. Para dar solución a ello se sostiene la idea del Convencionalismo, que nos plantea la forma de llegar a ciertas conclusiones en que cabe favorecer una conclusión en cuanto a su conveniencia a la hora de hacer ciencia, línea argumentativa que no se ahondará en este ensayo.

En conclusión, podemos decir que el Método Hipotético Deductivo es una descripción del método científico. Tradicionalmente, a partir de los avances de Roger Bacón, se consideró que la ciencia partía de la observación de hechos y que de esa observación repetida de fenómenos comparables, se extraían por inducción las leyes generales que gobiernan esos fenómenos. Posteriormente Karl Popper rechaza la posibilidad de elaborar leyes generales a partir de la inducción y sostuvo que en realidad esas leyes generales son hipótesis que formula el científico, y que se utiliza el método inductivo de interpolación para, a partir de esas hipótesis, darles un carácter general para elaborar predicciones de fenómenos individuales. Señalar, además, que es vital en esta concepción del método científico la falsabilidad de las teorías científicas, esto es, la posibilidad de ser refutadas por la experimentación. En el método hipotético deductivo, las teorías científicas no pueden nunca reputarse verdaderas, sino a lo sumo no refutadas. Ahora ahondaremos en estas diferencias.

Entendemos por verificacionismo a la corriente epistemológica que defiende el proceso de verificación. Se lo denomina así a los distintos procesos y actividades que el científico realiza para la justificación de la verdad de sus hipótesis, de tal forma de garantizar la verdad de una teoría. Como generalmente las hipótesis no se pueden contrastar directamente con los hechos por su carácter general, se busca deducir de las hipótesis enunciados menos generales y comprobarlos con los hechos. Si la realidad se comporta tal y como dichos enunciados indican, entonces supone que la hipótesis es verdadera. Como podrá ya haber sido entendido, es básicamente un argumento positivo para determinar la veracidad de una teoría o hipótesis, tal como ha sido planteado anteriormente en la explicación del Método Hipotético Deductivo. Así, mientras más hechos experimentales corroboren la hipótesis, más se refuerza ésta.


Por otro lado, Karl Popper ataca precisamente la idea de verificación argumentando a favor de su teoría de falsificación (todo esto en base a su crítica a la inducción) Recordemos que el problema de la inducción consistía en que no podía ser considerada una prueba concluyente de la verdad de un enunciado general, pues por muchos casos particulares favorables a tal enunciado que poseamos, éstos no pueden llegar a constituir sino una mera corroboración de su verdad, mientras que basta un solo caso contrario al enunciado general para probar de forma lógica que se trataba de un enunciado falso. La conclusión que de ello extrae Popper es que, mientras que no poseemos un procedimiento lógico que nos proporcione plena certeza de la verdad de un enunciado, sí lo poseemos, en cambio, para asegurarnos de su falsedad: basta con encontrar un solo caso contrario a la ley o la teoría en cuestión. El giro radical que Popper propone frente al programa verificacionista es el siguiente: la ciencia no debe perseguir la verificación de leyes y teorías (pues esto es lógicamente imposible) sino, precisamente lo contrario: falsarlas, demostrar que son falsas.

A partir de lo dicho, Popper indica que la racionalidad científica no consiste en verificar enunciados generales (leyes y teorías) pues es imposible, sino falsarlos. De esta manera se establece un criterio de índole negativa, la necesidad de establecer cercanía para definir la verdad de un enunciado sólo si encontramos un caso particular falso para una teoría general planteada, diciendo con ello que tal no es correcta pues falló en su predicción. Si bien no es posible convenir empíricamente una hipótesis, sí es posible demostrar su falsedad comprobando que una de sus consecuencias es falsa en virtud del modus tollens. Finalmente, podemos desarrollar una crítica vital: a partir de enunciados falsos pueden concebirse consecuencias verdaderas. Supongamos como hipótesis “todos los mamíferos son terrestres”, deduciendo de tal teoría que los perros, por ser mamíferos, son terrestres. Efectivamente ello es así, mas no todos los mamíferos son animales terrestres, por ende el enunciado general (hipótesis) de la cual se deriva otra impresión, es falsa. Dicho de otra forma, de la verdad del consiguiente no se sigue la del antecedente. En cambio, basta sólo un caso negativo para demostrar que el antecedente es falso: encontrar un mamífero en el mar, como las ballenas. Entonces, existe una asimetría entre la verificación y la falsificación de las hipótesis. Ello se expresa también en palabras de Chalmers, “una argumentación puede ser una deducción perfectamente lógica aunque conlleve una premisa que sea de hecho falsa”[3]

El último párrafo lo podemos considerar como una forma introductoria para demostrar lo voluble que es cada consideración acerca de lo que podemos o no deducir. Ello conlleva una situación en que, como fue mencionado anteriormente, el cuestionarse debe estar por sobre la complacencia del creer que todo lo que tenemos es efectivo y real. El espíritu sedicioso no sólo es proclive al cambio y la superación, sino también a la integridad en medida que nos permite conocer más y desarrollar mejores facetas. Con ello, me permito también generar ciertos matices que no vayan en desmedro del planteamiento general: a veces es bueno poder avanzar mediante las hipótesis y la necesidad de refutar y comprobarlas.

Si bien las hipótesis no sólo son existentes en ámbitos cuentistas (en otros son igualmente importantes, como en lo social), me referiré netamente a un ejemplo de éstas: lo relacionado con la salud y la medicina. ¿Tendría caso alguno no avanzar en los descubrimientos científicos sólo por saber que jamás se llegará a la verdad absoluta o que no todo lo concluido es cierto y aprobable? En mi parecer, no. De esta manera, si no se consintiesen como auténticas ciertas hipótesis, definitivamente no podríamos ir remozando la discusión epistemológica no sólo en las ciencias, sino también en otras áreas más abstractas. Si bien el proceso deductivo en sí tiene muchas fallas lógicas, incluso fallando en su objetivo original que es establecer conclusiones universales y necesarias, en temas como la medicina vale la pena hacer la excepción y considerarlas, sobre todo cuando a la mayoría de la población parece no importarle (en caso de que sepan las críticas a la inducción, que, lamentablemente a nivel de personas son las menos) de tal forma de ayudar al desarrollo armónico y positivo de sus vidas. Acá, el estado de certeza y fiabilidad en las conclusiones que los métodos de la ciencia crean en los individuos, pensando en la ciencia como un instrumento al servicio del hombre, nos dicen que el Método Hipotético Deductivo puede ser efectivo y ayudarnos bastante. ¿La excepción confirmará la regla?

En relación a los temas abordados anteriormente, ya sabemos que las teorías científicas no se pueden probar (en el entendido de aceptar que sí son correctas, pues en el ejercicio simple de “probar” sí puede hacerse, mas de ello pueden resultar diversas conclusiones) Básicamente pues cada teoría implica una hipótesis, hipótesis derivadas de aspectos o ideas básicas y la observación, pero que tienen necesidad de ser contrastadas con hechos que impliquen darle sustento. Ya sea a través de aspectos verificacionistas o falsacionistas, no tenemos forma de dar por cierta completamente una teoría, pues siempre puede existir algún tipo de hecho que conduzca a pensar que hay errores en la concepción de los planteamientos a defender. El eje del Método Hipotético sería entonces la actividad de formular y contrastar hipótesis continuamente. Hay tesis que suelen cumplirse en campos más pequeños, como también algunas que suelen cumplirse a niveles generales y de forma más fiel: éstas suelen llamarse “leyes” La relación entre éstas, los principios y modelos dan origen, cuando se sistematizan, a lo que son las teorías. Todo esto siempre y cuando los ejes hipótesis-contrastación funcionen. Así, pasamos de una “lógica de descubrimiento” (método inductivo) a una de “justificación” (método hipotético deductivo”)

Cuando consideramos relaciones lógicas y nos encontramos que las consecuencias que hemos deducido son verdaderas (las hipótesis son enunciados, no hechos) no podemos, pese a ello, argumentar que la hipótesis es verdadera. ¿Por qué? Pues bien, también lo hemos mencionado con anterioridad: ninguna cantidad finita de promesas puede probar una hipótesis, además de establecer que de la verdad del consecuente no se sigue la verdad del antecedente: por ende, nada puede ser probado empíricamente con certeza.




Como manera de darle solución a éstos asuntos se establece la idea del Convencionalismo. Así, para determinar qué hipótesis es correcta dentro de muchas que puedan generarse a través del respaldo empírico, debemos escoger la más útil. Lamentablemente para tal postulado, resulta que la ciencia es un campo incierto. Los criterios con que se aceptan los conocimientos son criterios de confianza, no de certeza. Además, tales criterios son formulados por la comunidad científica, es decir, no tienen como criterios un contenido objetivo. Pero ojo, lo que estamos haciendo es determinar qué hipótesis no es más útil o correcta, en ningún sentido si es verdadera. ¿Abandona entonces el Convencionalismo la posibilidad de encontrar una verdad absoluta? Así lo parece. Cuando pueden existir muchas teorías que pudiesen ser correctas debido a su comprobación empírica en un número finito de casos, tenemos que escoger por la “más adecuada”, mas ello desecha, entonces, la posibilidad de escoger “la verdadera” Se asume que ello no se puede lograr, por lo menos en esta teoría.

La relación de las teorías y su capacidad de ser probadas tienen que ver también con su fiabilidad. “Las teorías no son espejos donde se refleja la realidad tal cual es; más bien son redes abstractas construidas con modelos ideales, símbolos matemáticos y otros elementos que también son creaciones nuestras. ¿Cuáles son las garantías de que esos constructor teóricos se refieren a estructuras y procesos reales”[4] De partida, no existe relación entre la creatividad y la fiabilidad, por tanto el contexto de descubrimiento (cómo surge la hipótesis) no es relevante para el de justificación (cómo se comprueba) El poder explicativo, el poder predictivo, la precisión, la convergencia de pruebas variadas y las teorías que se apoyan mutuamente, como herramientas para juzgar la validez de una hipótesis[5], sólo nos acercan a una idea de lo correcto, induciendo mayor probabilidad de que la teoría sea correcta… mas ya sabemos qué pasa en estos casos: no tiene sentido acercarse por medio de pruebas finitas a algo que requiere una infinidad de pruebas, como tampoco dar por absoluto algo más probable, pues hasta el acontecimiento más “irrealizable” puede ocurrir.

Por último, y también para no redundar en algo que ya ha sido expresado en los puntos anteriores, es necesario destacar que desde un punto de vista epistemológico no hay ningún impedimento lógico para especificar las propias teorías de tal manera que se salvan de fallos experimentales. Así, se comprueba un error en la teoría ésta puede ser nuevamente revisada y corregida, existiendo las hipótesis ad hoc. Ello no implica que las teorías sean correctas o puedan llegar, tras una serie de correcciones, a una que no tenga ningún tipo de error y por ende puede ser considerada cierta.



En relación al Derecho, nos referiremos principalmente a la Escuela Positivista. Como su nombre lo indica, tiene un fundamento eminentemente positivo, es decir, se basa en observaciones empíricas, limitando el saber hasta el límite de aquello que puede ser percibido por los sentidos. La creación de leyes que regulan (generan coacción) el continuo vivir de una sociedad se basan esencialmente en la costumbre y lo observable empíricamente: a través de las necesidades, de lo que se puede constatar, de lo que se puede sobrellevar. Ignorando el aspecto subjetivo que se interrelaciona con tal esencia (es imposible del todo sacar el aspecto íntegro del observador para dirimir una opción específica), caemos en un vicio similar al de la inducción: a través de distintos hechos (problemas o necesidades) se regula una determinada conclusión (futura ley) El problema de ello es el mismo que plantea la inducción: el creer que en medida de premisas reiteradas podemos conseguir conclusiones universales y necesarias. ¿Es entonces la ley una medida arbitraria que intenta regular conductas a la fuerza? Personalmente siempre lo he creído así. ¿Se justifica el Derecho como método para ayudar a la ciudadanía en su desarrollo? ‘Probablemente’ diría la gran mayoría, mas nuevamente no lo creo así. Y es que al relacionar los conflictos con la inducción me atormenta aún más las conclusiones que puedan derivarse del planteamiento y ejecución del amplio poder de control de masas que posee el Derecho.

Analicemos el caso de la pena de muerte. En un afán propio del capitalismo, la individualidad entendida como diferencia y especialidad para cada ser humano se ha ido perdiendo cada vez más. La probabilidad y la matemática reemplaza la esencia humana (Aún me parece casi incomprensible que a través de una encuesta a 1000 personas se intente predecir el comportamiento de diez millones), caracterizándonos en grupos continuamente. Si un partido político (UDI) desea establecer la pena de muerte, podría sembrar el terror con diversas medidas. Ya ha pasado que tras casos sensibles y un control mediático potente, la ciudadanía puede sentirse susceptible a aceptar tal medida. Así, si sucediese un caso escandaloso una y otra vez, podría existir la necesidad de que se aplicara la pena de muerte. Supongamos que ello efectivamente ocurre y tras disposiciones típicas del poder político de nuestro país, se apruebe (pese a los tratados vigentes) nuevamente la pena de muerte. Quizá en el período de un año bajase la delincuencia, dos, tres, cuatro… tenemos premisas reiteradas y empíricas: “año tras año ha bajado la delincuencia”. Ello implicaría, entonces, una conclusión necesaria y universal: “la pena de muerte es efectiva contra la delincuencia” Gran error. Sabemos que para que ello sea cierto deberíamos comprobar cada caso, y no ver unos pocos o sólo estadística. A la vez, tal predicción ignora otros argumentos esenciales para considerar cómo actúa el ser humano: calidad de vida, determinismo por el entorno, nivel de educación, constitución familiar y afectiva, etcétera. ¿Y si fueron esos los factores que influyeron, como debiese ser, en la disminución de la delincuencia? Así, el proceso de costumbre que derivó en la aprobación de la Pena de Muerte no fue el correcto, la inducción no fue la adecuada en ninguno de sus términos: probabilidad, progresismo y de forma directa.



Para terminar, aboquémonos a una fuente del derecho que no es vinculante en nuestro país: la jurisprudencia. Brevemente, consideremos: ¿Lo sucedido en un caso X (1, 2, 3, 4, 5) reiterativamente, implica que tenga que ser de igual forma para uno X6? No, pues ése X6 es un caso completamente distinto y podría ser una excepción a la regla. De hecho, en sí es un caso particular, que no se puede comparar necesariamente a otro. La necesidad de la jurisprudencia derivada de la inducción es un peligro eminente en la forma de concebir y desarrollar el derecho.


La idea de probar aspectos científicos en base a sus teorías y consideraciones tiene que ver, a mí entender, con un error vital: unificar el comportamiento de la naturaleza de tal manera de entender que es semejante para diversas circunstancias. Pretender prever cómo se comporta un ente general y lleno de vida que no somos capaces de entender, conlleva un sentimiento de superioridad y egolatría que se enmarca dentro de un cuadro del increíble interés por dominarlo todo. En nuestro planeta hay miles de lugares en los que el hombre aún no ha penetrado: la Selva Amazónica y las profundidades más absolutas del mar, por decir algunas, conllevan en sí mismas muchos misterios que podrían derribar fácilmente lo conocido o las teorías aplicadas generalmente a aspectos naturales.



Por lo demás, a veces sólo basta mirar nuestra historia y lo que actualmente tenemos: ¿cuántas teorías dadas por fidedignas e infalibles han sido destruidas por nuevas ideas? Aún así, e incansablemente, creemos tener la razón y volvemos nuevamente a considerar cierto algo que quizá en pocos años tengamos que nuevamente dar por errado. Puede perfectamente ser posible que gran parte de nuestras teorías actuales que dan sustento a nuestro diario vivir, sean refutadas con el pasar del tiempo. Ello implicaría un cambio revolucionario en la manera de vivir y pensar, por ende también nos dice mucho acerca de cómo nos basamos en consideraciones que no son fidedignas, creyéndolas ciertas. Y es que, ¡cuán complicado sería vivir constantemente con inseguridad de absolutamente todo! Sin embargo, no se trata de eso. Se trata de entender que el cuestionamiento debe llevar consigo un avance al modelo estructural, que nunca podremos entender y dominarlo todo, pero sí guiar una vida lo más correcta posible. Ante eso, vale preguntarse qué tan certero es nuestro Derecho en medida que se gesta de una forma inductiva en muchas ocasiones. ¿Vale la pena, entonces, mantenerlo? La crítica a la inducción y la deducción puede sobrellevar evolución a nuestro actual sistema, resolviendo los problemas que se gestan desde la raíz.


[1] Según la lógica de Frege y Russell, “para todo”
[2] El video se puede ver a través de la dirección http://www.youtube.com/watch?v=IYVBaTD0zqw
[3] CHALMERS, Alan: Una Valoración de la Naturaleza y el Estatuto de la Ciencia y sus Métodos, España Editores, Barcelona, 1994, p.5.
[4] AGAZZI Evandro, ARTIGAS Mariano y RADNITZKY Gerard: La fiabilidad de la Ciencia, Revista Investigación y Ciencia, 1986, p. 1.
[5] AGAZZI Evandro, ARTIGAS Mariano y RADNITZKY Gerard: La fiabilidad de la Ciencia, Revista Investigación y Ciencia, 1986, pp. 3-4.

1 ene 2010

Y que dure lo que dure lo real, y que dure lo que dure la ficción.


Ciertamente debemos estar, a estas alturas, más que hartos de tanta lectura. Y sí, convengamos en que -por más que tanto pueda y me agrade hablar (o en este caso escribir)- los gestos y detalles se valoran más que la constante retórica. Premisas suficientes, entonces, para hacer de estos párrafos (con aires de resumen) un saludo breve, directo y acorde a nuestras ‘necesidades temporales’.

Leía hace unos instantes una pequeña nota que publiqué hace meses (“La extraña sensación de no pertenecer a este mundo” ), una nota muchísimo más “mía”, una nota perdida entre tantas otras de un rol ajeno a la propia esencia, como es en este caso el de representación. Me sorprendió lo mucho que he podido avanzar, lo mucho que ha cambiado esa sensación, lo mucho que hoy me logro sentir distante a aquella congoja: alegría, entonces, y también reconocimiento. Reconocimiento a toda esa gente que estuvo ahí, a todas aquellas experiencias, a cada uno de esos momentos que son constitutivos de nuestro pasado, presente y futuro. Hoy siento que verdaderamente Derecho puede ser mi carrera, quizá no ya tan sólo para que se transforme en una plataforma económica que me permita dedicarme a la Docencia, sino también para poder contribuir a toda esa gente que lo necesita. No, no se me olvida lo pragmático y nocivo del Derecho ante un ideal de igualdad y cambio, pero tampoco podemos obviar el presente y sólo imaginar un futuro. La meta será triple: contribuir, idealizar y definitivamente cambiar.

Comprendí, también, lo muy vulnerable y apático que somos. A veces no logramos valorar lo pequeño -pero a la vez fastuoso- de la vida. La sola compañía basta para dejar de sentirnos finitos, tener la capacidad de creer y valorar mucho más allá de lo que la materialidad, tan propia de nuestros tiempos, nos permite sentir. A veces una sola palabra basta para colmar vacíos, a veces no nos damos cuenta cómo podemos contribuir con un simple gesto. ¡Y cuánto lo han hecho ustedes! Segurísimo de que muchos ni siquiera lo han de saber al considerar tan pobres sus gestos o palabras, tan superficiales, tan ínfimas. Y es que no es así, ¡nunca será así! Hoy les agradezco por ello, por el desinterés de retribución y el interés de fortaleza. Y también les pido mis más sinceras disculpas por todas aquellas veces que no pude ser lo esperado, que no logré cumplir sus expectativas, por esas veces en que simplemente la precipitación o los mismos complejos me paralizaron y no pude ser más. Ni las palabras pueden llenar tales vacíos.

Así finalmente quiero, hoy primero de enero, decirles lo mucho que disfruto con ustedes, lo mucho que les he tomado cariño, lo mucho que los valoro, lo mucho que los quiero, lo mucho que agradezco día a día tenerlos allí. Ahora la meta será alejarnos de la soberbia, obviar aquellas manías por sobreintelectualizarnos, dejar esas odiosidades innecesarias de lado y comprender que el mundo está hecho de compañía, reflexión y sentimiento. Seamos capaces de romper los esquemas, valoremos lo ínfimo pero a la vez tan hermoso, pongámonos sobre nuestros ojos para ver lo realmente valioso, acabemos con la apatía y transformémosla en ideales, ¡brillemos por lo que somos y no por que aparentamos ser! Para crear revolución, tenemos que ser capaces de revolucionarnos primero.

No podemos solos, todos nos equivocamos. Allí, cuando nos cueste, estaremos entonces juntos. Allí cuando creamos que nada puede salir bien, será entonces nuestra misión tender una mano. Allí cuando definitivamente el sentimiento de fin pueda más que las ganas de creer, tendremos que, una vez más, ser capaces de levantarnos. ¡Tenemos muchísimo por delante! Y así como no vale la pena encerrarnos en nuestros problemas o desear infaliblemente sentir pesar, tendremos que, una y otra vez, tendernos una mano. Nada es absoluto, perfecto ni inequívoco. Todo tiene su excepción, y como tal, todo es maleable. Podemos, en verdad podemos, ¡sí podemos!

Porque gracias a ustedes hoy puedo, y podemos, continuar un amplio y largo sendero. Porque definitivamente decir adiós no siempre implicará crecer. Porque, por más que llegue tarde, todo tiene sus recompensas. Porque sin ustedes no podría ser lo que soy. Porque creo firmemente que vale la pena seguir. Porque aún nos queda mucho, mucho por soñar...

Zona de Promesas

Mamá sabe bien, perdí una batalla
quiero regresar sólo a besarla
no está mal ser mi dueño otra vez
ni temer que el río sangre y calme
al contarle mis plegarias.

Tarda en llegar, y al final
al final hay recompensa.

Mamá sabe bien, pequeña princesa
cuando regresé todo quemaba
no está mal sumergirme otra vez
ni temer que el río sangre y calme
sé bucear en silencio.

Tarda en llegar, y al final
al final hay recompensa...
En la Zona de Promesas


La firma hoy no es como representante, sino como amigo. Gracias por todo.

Y, por supuesto, un gran abrazo.